Testigo

Politicón
/ 24 abril 2021

Se calcula que hoy en el mundo somos 2 mil 500 millones que profesamos la Fe en Jesús y su Evangelio. Hace 21 siglos, en los días posteriores de la crucifixión del Maestro de Nazaret, el número apenas era 20 ó 30 dubitantes discípulos. ¿Cuáles son las causas de este crecimiento a lo largo de los siglos, a pesar de las persecuciones, traiciones, cismas, herejías y conflictos internos?, ¿a pesar de profesar un credo y una práctica de dogmas y bienaventuranzas que cuestionan y no adulan nuestro vivir social y cotidiano?

Las respuestas a estas preguntas son múltiples desde las sociológicas, políticas, económicas, antropológicas, hasta las de los propios cristianos que la atribuyen a la presencia y vitalidad del Espíritu Santo, que ha forjado a lo largo de los siglos la semilla del misterioso crecimiento: los testigos de Jesús. El dio la misión de ser sus testigos a los discípulos y a todos los que creyeran en El. Desde entonces el Cristianismo se multiplica por obra y gracia de la multiplicación de los testigos de la Fe en Cristo.

Esta reflexión vino a mi mente al conocer la noticia del deceso del doctor Jorge Fuentes Aguirre, un amigo con quien compartí la vida y la alforja del peregrino. Al igual que muchos recibí de él muestras de amistad envueltas en sonrisas genuinas, en encuentros y diálogos, en ideales y preocupaciones comunes, en su benevolencia que irradiaba todos los días.

El bisturí y la pluma fueron sus herramientas de servicio en el hospital o en el consultorio, en el periódico o en el libro, en la familia o en la comunidad. Siempre tuvo el hambre de atender y aprender, de promover organizaciones humanas y humanitarias, de humanizar la medicina y proponer la oferta de la espiritualidad cristiana. Fue un testigo de Jesús y su Evangelio. Un testigo transparente pero muchas veces irreconocible.

Tenemos el prejuicio de dar testimonio de cristianismo solamente con los símbolos tradicionales de ritos e imágenes, de tal manera que ya no descubrimos los testimonios de las “Bienaventuranzas” ordinarias del servicio que contagia el amor cristiano.

Jorge curaba y escribía porque era cristiano. Su fe era la raíz de su hambre y su servicio. Él fue uno más de los testigos que Jesús dispuso para nuestro tiempo y que viven en el “anonimato cristiano y silencioso” pero operante. Durante décadas dio testimonio de su Fe para proclamar sus verdades cotidianas, encarnadas en la enfermedad y la esperanza, tan necesarias para el ser humano. Fue un testimonio valiente, en nuestro mundo tan secularizado que aparenta no escucharlas, pero siembran o reviven semillas de trascendencia.

Fue un testigo congruente y consistente que, sin darse cuenta, producía una acción de gracias, una salud de verdades y bondades, un contagio del sabor cristiano de sal incorruptible de vida eterna. Fue un testigo fiel de la Resurrección que cura la imagen deformada del ser humano para volver a hacerlo semejante a Dios.

Con fieles como él es muy explicable la multiplicación de las espigas.

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