Un pésimo poema de un magnífico

Politicón
/ 3 agosto 2019
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Ya he contado aquí cómo un saltillense, Julio Torri, fue causa indirecta de que Renato Leduc escribiera su mejor poema, el soneto tan conocido que comienza con el verso “Sabia virtud de conocer el tiempo...”. Don Julio, en efecto, era maestro de la Escuela Nacional Preparatoria, y sus clases aburrían de tal manera a sus alumnos que éstos se dedicaban a los más variados entretenimientos mientras el maestro Torri, en tono menor y vacilante, hablaba a las paredes. Leduc hizo una apuesta con uno de sus condiscípulos, de nombre Adán Santana, y para ganarla escribió en la tediosa clase de Torri aquel celebérrimo soneto en que se usa de continuo la palabra “tiempo” que, como se sabe, no rima con ninguna otra aparte de sus derivados. En superar esa dificultad consistió la tal apuesta.

Pues bien: si a un saltillense se debió el mejor poema de Leduc, a otro saltillense, don Carlos Pereyra, se debió el que es posiblemente el peor poema que en su vida escribió el más alto poeta de la América hispánica: Rubén Darío.

Se acercaba la celebración del primer centenario de la Independencia de México. Rubén Darío fue designado representante de Nicaragua por el gobierno de ese país. Cuando el poeta venía rumbo a México el presidente nicaragüense fue derrocado, víctima de una de las muchas intervenciones de los Estados Unidos. La noticia la recibió Darío cuando llegó a Veracruz. Ahí, con mucha delicadeza, Amado Nervo, gran diplomático, le comunicó que no sería recibido en México con carácter oficial. Su presencia, le explicó, podía ser motivo de problemas. De hecho había ya manifestaciones en la Capital que, aparentemente de homenaje a Darío, eran en verdad manifestaciones de repudio al intervencionismo yanqui en los países latinoamericanos. Dicho de otra manera, casi le dijo: “Comes y te vas”.

Ante esa situación Darío viajó a Cuba acompañado por el pintor mexicano Alfredo Ramos Martínez. De este pintor se conservan hermosas obras en la pinacoteca del Ateneo Fuente, entre ellas un bello retrato de la esposa de don Gustavo Espinosa Mireles, quien fue gobernador de Coahuila. Yo tengo dos preciosos cuadros de flores pintados al pastel por ese eminente artista.

Pues bien: en La Habana don Carlos Pereyra, distinguidísimo historiador saltillense, también diplomático, entrevistó a Darío y le suplicó que, ya que no podría estar en México por las desgraciadas circunstancias que habían obrado, escribiese un poema que sería leído en las celebraciones.

Darío aceptó. Pero ni siquiera los poetas geniales escapan de la maldición de los poemas hechos por encargo, que casi siempre resultan pésimos. Y pésimo le salió aquel lamentable poema, en el que, entre otros desaciertos, raros en él, Darío intercalaba versos de los himnos nacionales de Cuba y de México:

“... Que morir por la patria es vivir

al sonoro rugir del cañón...”.

Don Alfonso Reyes recordaba el incidente que originó aquellos versos deplorables, y calificaba de “monstruo híbrido” el poema de Darío. Pero mi recordado maestro, el profesor don Mateo Díaz, quien me enseñó muy útiles etimologías en el bachillerato, solía decir: “Quandoque bonus dormitat Homerus”. La locución es de Horacio (Arte poética, 359), y significa: “De vez en cuando dormita el buen Homero”. Y si Homero, por dormitar, cometía errores, con mayor causa Darío, a quien nuestro paisano don Carlos Pereyra puso en el feo trance de hacer un poema de ocasión.

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