¿Un racista en la Casa Blanca?
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Así de fuerte es la acusación que cada vez más personajes de la vida pública estadounidense repiten, en voz alta y enfrente del primer micrófono que se les aparezca.
Así de fuerte la resolución no vinculante de la Cámara de Representantes, aprobada por la mayoría demócrata con los votos de un puñado de republicanos, que condena las expresiones racistas del presidente Donald Trump, dirigidas contra cuatro legisladoras a través de su cada vez más impredecible e incontrolable cuenta de Twitter.
Las cuatro forman parte de la oleada con la que el Partido Demócrata recuperó la mayoría en la cámara baja y se erigió como un eficaz y hasta ahora casi infranqueable obstáculo para el presidente, a pesar de las muchas divisiones internas que ellas mismas provocan hacia adentro de su fracción parlamentaria y de su partido.
Se les conoce ya como “el escuadrón”(The Squad, en inglés), y son la nueva versión de la izquierda estadounidense, por llamarla de alguna manera. Incluso para un partido que se precia de ser diverso e incluyente, ellas destacan por su activismo, su elocuencia, su hábil manejo de los medios tradicionales y de las redes sociales. Son todo un fenómeno, cada una por sí misma y aún más cuando se juntan, como en este caso, para hacer frente a los ataques y abusos del primer tuitero de la nación, Donald Trump, quien el domingo pasado las conminó, palabras más, palabras menos, a “regresar a sus países de origen”, en una clara alusión a sus respectivas etnicidades.
Alexandra Ocasio-Cortez es hija de inmigrantes portorriqueños y a sus 29 años es la congresista más joven en la historia de EU. Ilhan Omar llegó con sus padres como refugiados de Somalia y obtuvo la nacionalidad estadounidense en el año 2000. Rashida Taib es hija de refugiados palestinos, nacida igualmente en EU. Ellas dos son, por cierto, las únicas dos legisladoras musulmanas en el Congreso estadounidense. La cuarta integrante del “escuadrón” es Ayanna Pressley, la primera representante afroamericana electa por el estado de Massachusetts.
No es casualidad que Trump se haya dirigido con tal desdén a las cuatro, ni cabe el beneficio de la duda acerca de la intención de sus reiterados comentarios: xenofobia o racismo, el decirle a alguien que “se regrese al lugar de donde vino” es una muy obvia y burda manera de señalarle que no es de ahí, que ya sea por el color de su piel, su religión o su origen étnico en realidad “no pertenece”.
¿Sorprende, viniendo de Trump? De ninguna manera. Encaja con su historial, con su manera de hacer política, con la forma en que busca dirigirse a los más añejos prejuicios, a los más bajos instintos, de un sector del electorado que, hay que decirlo, se siente desplazado en su propio país. Es ese segmento de la sociedad estadounidense el que votó abrumadoramente por Trump en 2016 y lo hará nuevamente en 2020. Gracias a ellos ganó y espera hacerlo nuevamente.
Y con este reciente episodio, el líder de la nación que alguna vez simbolizó el “melting pot” en que se mezclaban y fusionaban nacionalidades, razas, creencias y colores nos recuerda que él aspira sólo a ser presidente de “sus” Estados Unidos, de “su” gente.
Y si así se dirige a sus compatriotas, imagínense ustedes, queridos lectores, lo que le espera a los migrantes.
@gabrielguerrac