‘Por ir y por hacer’

Opinión
/ 7 enero 2025

El 2024 ha quedado atrás, alojado ya en los recovecos de la memoria. Se abre una nueva época, un desconocido tiempo. En el corazón, aún palpitan las alegrías del año que partió, pero también persisten las cicatrices de las penas padecidas, de los amigos idos.

Por lo vivido, es tiempo de pronunciar una palabra sencilla pero poderosa: gracias. Gracias a Dios por la bendición invaluable de la vida; gracias por lo poseído y también por lo ausente; por las alegrías que nos ensancharon el espíritu y las penas que nos revelaron, con crudeza y verdad, la fragilidad y brevedad de la existencia. Porque en ese espejo de dualidades descubrimos que lo esencial en la vida no son las circunstancias, sino la manera que las disfrutamos o superamos.

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Es el momento de reconciliarnos con la paz, de aminorar la marcha para meditar, para pensar, para simplemente estar... y ser. Es tiempo de asombrarnos ante los regalos que la vida, con generosidad sosegada, nos ofrece: el gozo de respirar, la bondad que reside, a pesar de todo, en cada ser humano, la belleza que tiñe el mundo con su misterio. En la balanza de la existencia, suele pesar mucho más lo bueno recibido que aquello que quebranta el alma hasta el llanto.

Por lo que está por venir, es tiempo de cultivar fe, fortaleza y determinación: fe para confiar en la senda incierta, fortaleza para abrazar la esperanza y determinación para lograr lo inimaginable.

Estoy convencido de que siempre existen razones para la vida y la esperanza, que emergen del inestimable don de la existencia. Razones que provienen de lo que aún no hemos comenzado, del tiempo que todavía espera ser disfrutado, de esa nieve que aún no hemos probado, de los encuentros por tejer, de los senderos no transitados, de los misterios aún no revelados, de las bendiciones que están por llegar, de las alegrías aún por experimentar y de las manos aún no estrechadas.

En fin, razones mágicas que guardan el sentido último de nuestras personales biografías.

MILISEGUNDO

¡Vaya tiempo! Un tiempo alocado y vertiginoso es el que nos ha tocado vivir. Un tiempo al que, paradójicamente, le permitimos que no nos deje vivir plenamente. ¡Qué forma tan absurda de existir! Abandonamos lo esencial por lo efímero, para luego, con frecuencia demasiado tarde, darnos cuenta de lo que no disfrutamos, de lo que dejamos escapar como agua entre los dedos.

En esta reflexión, me encontré con un pensamiento que, en gran medida, adereza y enriquece estas ideas. Según lo que he investigado, parece ser de autor anónimo, pero su verdad es irrefutable: ”Para darse cuenta del valor de un año, pregúntale a un estudiante que ha fallado en un examen final.Para darse cuenta del valor de un mes, pregúntale a una madre que ha dado a luz a un bebé prematuro.Para darse cuenta del valor de una semana, pregúntale al editor de un periódico semanal.Para darse cuenta del valor de una hora, pregúntales a los novios que esperan para verse.Para darse cuenta del valor de un minuto, pregúntale a una persona que ha perdido el tren, el autobús o el avión. Para darse cuenta del valor de un segundo, pregúntale a alguien que ha sobrevivido a un accidente. Para darse cuenta del valor de un milisegundo, pregúntale a un atleta que ha ganado una medalla en los Juegos Olímpicos”.

Este pensamiento, con su sencillez y profundidad, nos recuerda una verdad que olvidamos con demasiada frecuencia: el tiempo no lo podemos dar por sentado. Su valor no reside en la cantidad que poseemos, sino en cómo lo vivimos, cómo lo apreciamos, y qué hacemos con cada instante que nos es concedido. Tal vez, al reflexionar sobre estas palabras, encontremos la inspiración para detenernos, aunque sea un momento, y decidir vivir de manera más plena y consciente. Porque, al final, el fugaz tiempo no nos pertenece, pero la forma en que lo utilizamos sí es nuestra elección.

CONSTRUIR

En este sentido, desde hace tiempo dejé atrás la idea de creer en el “porvenir”. Ese concepto, que nos invita a imaginar un futuro que llegará de manera inevitable, siempre me pareció cómodo, pero limitado. “Porvenir” sugiere algo que se desenvuelve con el tiempo, como un río que fluye sin nuestro control. Pero la vida, con sus desafíos y lecciones, me ha llevado a adoptar un concepto más comprometido y activo: el “por ir”.

El “por ir” no es esperar, sino avanzar. Es la convicción de que el futuro no se recibe, sino que se construye, paso a paso, con cada acto, con cada elección. En palabras de Peter Drucker: ”La mejor forma de predecir el futuro es construirlo”. Este pensamiento, simple y profundo, encierra lo esencial del “por ir”: no se trata de mirar al horizonte con esperanza pasiva, sino de trabajar con intención y propósito, conscientes de que somos arquitectos de nuestro propio destino.

HUMILDAD RADICAL

En este camino, resuenan también las palabras de Miguel de Unamuno: ”Somos hijos de nuestro pasado, pero padres de nuestro porvenir”. Si el pasado nos define en cierto modo, también nos otorga las herramientas para gestar algo nuevo, algo mejor. Ser “padres del porvenir” lo entiendo como el “por ir” que requiere responsabilidad e implica acción y la valentía de dejar una huella que refleje quiénes somos y lo que aspiramos ser; significa construir caminos, crear nuevas realidades. Representa esfuerzo y amor hacia aquello que queremos transformar, hacia aquello que aspiramos dejar como huella. Representa nuestra capacidad de caminar, avanzar y crear.

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El “porvenir” podría tentarnos a esperar, pero el “por ir” nos impulsa a movernos. El filósofo Søren Kierkegaard nos recuerda que ”La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelante”. Vivir hacia adelante no significa resignarse al azar, sino asumir la responsabilidad de cada día, sabiendo que nuestras acciones del presente moldean lo que vendrá.

El “por ir” también reconoce la humildad de nuestra condición humana. Sabemos que nuestra capacidad es limitada, que dependemos de Dios, de su voluntad y su misericordia, para seguir avanzando. Sin embargo, esta humildad no es parálisis; es fuerza. Como dijo San Agustín: ”Ora como si todo dependiera de Dios; trabaja como si todo dependiera de ti”. En ese equilibrio entre la fe y la acción encontramos el motor que nos impulsa a construir.

Por su parte, Albert Camus hablaba de la rebeldía creativa cuando decía: ”El verdadero acto de rebeldía es vivir como si uno pudiera darle forma al universo”. Y en esa rebeldía reside el espíritu del “por ir”: no esperar que las circunstancias decidan por nosotros, sino actuar con valentía para dar forma a la vida que deseamos, incluso frente a la incertidumbre y la adversidad.

El “por ir” es más que una idea; es una invitación a caminar con propósito, a asumir la creación del futuro como una tarea diaria. Es construir con fe, con amor y con gratitud, sabiendo que cada instante cuenta, que cada acción importa. Así, dejamos de ser meros espectadores para convertirnos en creadores, en artesanos del tiempo presente que Dios aún nos concede.

ABANDONAR

Hoy tenemos frente a nosotros el regalo de 365 días para vivir plenamente. Emprendamos el camino conscientes de ir al encuentro de la aventura de la vida, tal como venga, sin regateos, sabiendo que a Dios es imposible corregirle una sola coma; vivamos como lo hizo el manchego universal: con sus venturas y desventuras; permanentemente agradeciendo al Eterno el privilegio de existir.

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De paso, sería pertinente abandonar el concepto del “porvenir” y, en su lugar, abrazar el “por ir”, el “por hacer”. Conscientes de que somos hijos del pasado, sí, pero, sobre todo, padres del futuro. Un futuro que se construye, paso a paso, con cada camino que elegimos y con las decisiones que tomamos en el presente.

cgutierrez_a@outlook.com

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