Silencio absoluto: La genuina Natividad
El escritor y sacerdote español Pablo d’Ors en su obra “Biografía del silencio” aborda el desvío del verdadero significado de la Navidad, subrayando la importancia del recogimiento, el asombro y la contemplación como vías para recuperar el sentido profundo de esta festividad. Según Pablo, la Navidad ha sido secuestrada por el bullicio del consumo y el espectáculo de las apariencias, y para reencontrar su esencia es necesario reconectar con el silencio y la pequeñez, valores que se manifiestan en el humilde pesebre de Belén.
Su mensaje nos invita a resistir la superficialidad impuesta por las dinámicas sociales y comerciales, recuperando la Navidad como un tiempo de renovación interior y solidaridad.
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De manera similar, C.S. Lewis, en “Cartas del diablo a su sobrino”, aborda la comercialización de la Navidad desde una perspectiva crítica y satírica. Lewis explora cómo los valores cristianos pueden ser desviados por las distracciones materiales y cómo las dinámicas de consumo pueden oscurecer el mensaje espiritual de esta celebración.
Por su parte, Adela Cortina argumenta: “(...) Ya no aparecen belenes, aunque sí Santa Klaus, porque es el que trae los regalos que ahora llegan también en Nochebuena... y después vienen los Reyes, el 6 de enero, con lo cual los regalos se multiplican infinitamente. Resulta que, lo que a la gente le llega como anuncio de Navidad, no es el nacimiento del Niño sino catálogos para poder comprar. Y si a alguien se le ocurre, al llegar las Navidades, no entrar en esta dinámica y no regalar nada a la familia, al que te hizo un favor, al vecino... queda absolutamente mal y se convierte en un proscrito desde el punto de vista social”.
COMPRAR
La Navidad se ha convertido en un despropósito. El pesebre ha sido usurpado; el materialismo y su vástago, el consumismo, lo han transformado en coloridas vitrinas comerciales e innumerables propuestas de comercios virtuales. Hoy, el consumismo ofrece la salvación total –por lo menos social y existencial– bajo el dogma: “Vivir la Navidad significa comprar para regalar”, y la creencia de que “si no eres capaz de regalar, no eres capaz de existir”.
El influjo navideño nace en la cartera y termina en la desilusión de la fugacidad del consumo. Los valores de “noche de paz y de amor”, que antaño daban sentido al 24 de diciembre, han sido crucificados. El sentido del nacimiento del Niño Dios se ha mimetizado con el poder de compra de las tarjetas de crédito más atractivas y voluminosas.
La inmensa noche, en la que enmudeció la humanidad, se ha convertido en ruido, éxtasis y sinsentido. El Niño permanece impávido en su humilde pesebre ante las gélidas e indiferentes miradas de millones de ardientes y frenéticos consumidores. Su mensaje de amor, fraternidad y misericordia, al igual que la presencia ignorada de millones de descartados, no tiene cabida alguna en las fiestas decembrinas.
VACÍOS
¿Podría ser distinto? Nuestra época para muchas personas es pura imagen, máscaras y actuación. Innumerables personas dedican gran parte de su tiempo intentando obtener exclusivamente el éxito material en un mundo dominado por las apariencias. Hemos hecho del triunfo económico y lo superfluo, un mercado que bien podría denominarse de la personalidad, la meta última de la fugaz existencia humana.
Fabricamos senderos para poder impresionar a los demás. Infinitas son las formas que imaginamos para mejorar artificialmente la imagen personal; ahora esos “influencers” del momento no cesan de mostrar los pasos para despertar al gigante interior que supuestamente todos llevamos dentro, el cual nos hará aparecer ante los demás como una especie de “súper personas”.
Muchas personas anhelan saber cómo “ser” gente “bien”, tal vez porque creen que la honra y la reputación personal están profundamente vinculadas a lo que se puede poseer, exhibir o aparentar.
Todo esto mientras apenas sobreviven millones de seres humanos que padecen en la miseria.
VESTIDURAS
Ante esta realidad, no es de extrañarse que hayamos montado una comedia en la que recurrimos a Dios para solicitarle auxilio para mejorar nuestra imagen. Ante Él, estamos dispuestos a desgarrar nuestras vestiduras a fin de alcanzar éxito económico o social, equivocadamente relacionándolo con la honorabilidad personal.
Por medio de esta ingenua y trágica representación, pretendemos convertir al Eterno en el perfecto “socio” de nuestros negocios terrenales, en el “accionista” principal de los proyectos materiales que emprendemos.
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OLVIDARSE
El concepto de “honra” se ha visto desvirtuado, entremezclándose con la obsesión por el éxito personal y los valores del consumo, lo que ha diluido su verdadero significado. En este contexto, no es raro que auténticos pillos sean percibidos como personas honorables. Tal vez esta confusión también se deba a la pérdida del sentido de la vergüenza. La forma en que hoy celebramos la Navidad, cargada de excesos y superficialidad, es un claro reflejo de esta distorsión.
Comparto un fragmento de Martín Descalzo sobre lo que da honra a una persona, una reflexión oportuna para estos tiempos navideños:
-Primero, el valor de la propia persona en hondura del alma, en capacidad de amor y en apertura de espíritu.
-Segundo, el trabajo, la entrega emocionada a la propia tarea, sea ésta la que sea, hágase con las manos o con el alma, pues cuanto hacemos con las manos lo hacemos también con el alma.
-Tercero, la entrega a cuantos nos rodean, la solidaridad con todos, por encima de razas, colores, apellidos, clases, grupos sociales, edades, pensamientos y fortunas.
-Cuarto, una incesante búsqueda de la justicia, un agudísimo olfato para encontrar las menores virutas de dolor en los otros, un incansable desasosiego mientras no hayamos encontrado la suficiente felicidad para todos.
-Quinto, un apasionado amor por la verdad, un verdadero terror a todo tipo de prejuicios (de derechas o de izquierdas), un constante valor para decir la verdad entera y para decirla “sin añadirle ese sádico placer de hacer daño a quien la escucha”.
-Sexto, una fe radical en el futuro, un saber que los que vienen detrás serán mejores que nosotros, un luchar para que lo sean, una esperanza sin sueños, construida día a día para todos, y, sobre todo, una invencible alegría, basada en la certeza de que somos amados desde lo alto de los cielos y desde lo ancho de la tierra.
Finalmente, dice Descalzo: “Hay que olvidarse de buscar lo que da honra y acordarse, solamente, de lo que se debe hacer”.
PRIVACIDAD
Valorar lo que sugiere Descalzo podría ayudarnos a liberar nuestra existencia del dominio de las compras, las apariencias, el espectáculo y la competencia.
Vivir a plenitud requiere reconocer que todas las personas tienen el mismo valor intrínseco. Este camino es una tarea estrictamente personal y anónima.
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La verdadera honorabilidad, aquella tan olvidada, no reside en el bullicio del mercado de la personalidad que hoy impera, ni en los triunfos vacíos que éste promueve. Su esencia, como el de la Natividad, se encuentra en la privacidad del silencio interior, lejos de las estridencias que hacen que tantas personas pierdan su alma, el sentido del bien y su propia humanidad.
INACABABLE
¿Qué decir del momento del nacimiento de Jesús? Concuerdo con Martín Descalzo: “Y es que me es imposible entender la historia de Belén como una página más, como una anécdota ocurrida en un rincón cualquiera de los tiempos. Fue, tuvo que ser, un giro cósmico, una especie de segunda creación, una hora en que la naturaleza entera se sintió implicada, ¿o es que podría Dios hacerse hombre sin que se detuvieran de asombro las estrellas, se callaran absortos los animales, vivieran misterioso temblor las flores y las cosas todas?
En Belén se cree o no se cree. Pero ¿cómo creer sin temores?, ¿cómo no sentir que el alma se deshuesa, que toda gira, si “aquello” fue verdad?, ¿o es que podría decirse Dios se ha hecho hombre, ha tomado la misma carne que nosotros y, a continuación, encender un cigarrillo y seguir viviendo como si nada hubiera ocurrido?”
PORTEZUELA
Esta Navidad, para implicarnos plenamente en su significado y sumergirnos en la inmensidad de su profundidad, es imprescindible alejarnos de los ruidosos ambientes contemporáneos, de las luces superficiales y de los mercados consumistas. Es necesario atrevernos a entrar, sin temor, en la genuina Natividad, inclinándonos con humildad para cruzar la pequeña portezuela de Belén, donde reside el inabarcable, maravilloso y absoluto silencio de Dios mismo.