¿Por qué a nuestro cerebro le gusta el arte?

Opinión
/ 26 junio 2023
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¿Quién no ha sentido placer frente a una obra arquitectónica, pictórica, escultórica, incluso un dibujo, un grabado o una fotografía, una experiencia que lo ha dejado marcado de por vida? ¿Y qué tal el sentimiento de absorción en el teatro, la danza o la música, una exaltación difícil de describir en palabras, pero capaz de causar una pausa sostenida, un momentum, donde el tiempo se detiene y sólo estamos en unicidad, donde el sujeto y el objeto de atención se borran? Sean cual sean nuestros gustos, siempre hay algo que nos causa o nos ha causado total arrobamiento.

Esto puede describirse como un “estado de flujo”, que el psicólogo húngaro americano Mihaly Csikszentmihalyi llama “flow”, una epifanía profunda que va más allá de los placeres de los sentidos, especialmente notable cuando estamos embebidos en un proyecto o una creación artística. Pero no todas nuestras experiencias con el arte son así, y sin embargo regresamos, no tratando de repetir la experiencia, sino de sentirnos renovados a partir de un nuevo acercamiento: nos gusta ver imágenes que consideramos hermosas -incluso terribles-, escuchar música o bailar, cada uno a su propio ritmo. Entonces ¿qué pasa en el cerebro cuando algo nos gusta, y por qué entonces, a nivel neuronal, buscamos estas experiencias, aunque no todas sean de la misma intensidad? Y más allá, ¿el cerebro percibe igual una escultura barroca de Bernini o una obra conceptual?

$!¿Alguna vez te has preguntado porqué disfrutamos del arte?

Para que algo nos guste más o que incluso no nos llame la atención o nos disguste, podríamos hablar de factores culturales y epigenéticos, es decir, rasgos que se modelan en el desarrollo del individuo y no en su origen genético. No es el caso de lo que quiero discutir aquí. Antes se creía que los placeres culturales aprendidos funcionaban con un sistema cerebral completamente distinto comparado con los placeres sensoriales. Así lo admite Kent Berrige: “La evidencia nos ha mostrado que son las mismas zonas del cerebro las que generan placeres sensoriales o placeres aprendidos culturalmente”. Hay un área del cerebro que se encarga del placer para sobrevivencia y se conoce como el stratum o cuerpo estriado y se encarga del sexo, la comida y el dinero (cualquier cosa que tenga ese valor), cosas necesarias para la sobrevivencia. Estas funciones instintivas intervienen, pero no reducen la experiencia artística.

Por ello hay que distinguir entre el gusto (“liking”), la necesidad (como la adicción) y la recompensa (como un premio en un juego de azar). Podemos hablar del placer de ver a alguien que queremos o experimentar placer con el arte o al escuchar música, que es distinto de la necesidad o de lo activación del “sistema de recompensa.”

De acuerdo con la naciente neurociencia, el placer de una experiencia siempre se origina en el cerebro. En el caso de los placeres sensoriales, claramente se originan en el cerebro, una vez que recibe la información a partir de la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto. Pero, ¿qué produce el placer? Se trata de principalmente de cuatro neuroquímicos naturales tipo opioides o endocanabinoides que estimulan el cerebro: endorfina, serotonina, dopamina y oxitocina.

La endorfina cambia nuestro estado de ánimo, produce felicidad, relajación y actúa como analgésico aliviando el dolor físico y emocional. La serotonina es la hormona del bienestar, genera sensaciones de relajación y satisfacción, y aumenta la concentración y la autoestima, se relaciona con una buena digestión y con un sueño reparador. La dopamina produce sensaciones placenteras al completar una tarea, mientras que la oxitocina es generada principalmente en el parto y nos produce empatía, vínculos afectivos y confianza. Creo que en el arte hay un poco de todo este coctel de neuroquímicos, probablemente en diferentes proporciones según el momento, la persona y la sensibilidad, y un último factor: la atención.

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