Presencia ignorada: nuestros adultos mayores
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En México, el 11.3 por ciento de la población son adultos mayores, de los cuales el 56 por ciento tiene entre 60 y 69 años, el 29 por ciento entre 70 y 79 años y el 15 por ciento tiene 80 años o más. Se estima que para 2030, en nuestro país, habrá más adultos mayores que jóvenes menores de quince años y para 2050, un 30 por ciento de la población tendrá más de sesenta años, por lo que es sumamente importante promover una cultura de envejecimiento en nuestro país.
Desgraciadamente, el 16 por ciento de los adultos mayores sufre abandono y maltrato, y de ellos, una quinta parte vive en soledad y olvidados por sus familias.
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UN TAZÓN
Un relato dice: “El abuelo había envejecido. Sus piernas ya no le obedecían, sus ojos no veían, y sus oídos no escuchaban. Además, carecía de dientes. Cuando comía, la comida se le caía de la boca. El hijo y la nuera dejaron de sentarlo a la mesa y comenzaron a servirle las comidas detrás de la estufa, en un rincón. Un día le llevaron la cena en un tazón, pero cuando el anciano intentó tomarlo, se le cayó al suelo y se hizo añicos.
“La nuera empezó a quejarse de su suegro, diciendo que rompía todo, y juró que, a partir de ese día, le daría de comer en un balde de lavar los platos. El anciano se limitó a suspirar sin decir nada. Poco después, el marido y su esposa vieron a su hijo pequeño jugando en el suelo con algunas tablas; estaba intentando construir algo.
“Movido por la curiosidad, el padre le preguntó: ‘¿Qué estás haciendo, Misha?’. Y Misha respondió: ‘Papá, estoy fabricando un tazón para daros de comer en él cuando tú y mamá seáis viejos’. El marido y la mujer se miraron y comenzaron a llorar, avergonzados por haber tratado así al abuelo”. ¡Vaya que este cuento se queda corto comparado con la realidad actual!
En la antigüedad, los padres, los abuelos y, en general, los adultos mayores eran reverenciados, respetados y apreciados. Representaban el símbolo de sabiduría y eran el resguardo de las tradiciones más apreciadas y de los valores más sublimes de los mexicanos.
Sin embargo, hoy en día, el país está de cabeza en este tema. Pareciera que la vejez apesta; parecería que ahora las personas de la tercera edad, en lugar de ser consideradas una fuente de experiencia y vida, son vistas como un estorbo, como indeseables. Esta situación refleja una tremenda discriminación, insensibilidad e ingratitud social.
EL AMOR
Hace tiempo escuché un comentario impactante: “Hijos de guardería, padres de asilo”. Terrible, pero posiblemente cierto: si los padres envían a sus hijos a guarderías, es probable que luego, cuando dejen de ser “productivos”, ellos mismos sean enviados a algún asilo.
Erich Fromm, en su libro El Arte de Amar, comparte un concepto que me ha puesto los pelos de punta. Y ¿cómo no habría de ser así? Veamos: “Si el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana”, comenta Fromm, “entonces toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas del hombre [...] Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones sociales responsables de esta ausencia. Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no sólo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre”.
Estas líneas revelan que en el mundo hay muchos tipos de guarderías, tal vez más crueles que las conocidas. Me refiero a “guarderías virtuales”.
Existen numerosos ejemplos, pero mencionaré sólo uno: el Internet. ¿Cuántas veces no se deja que los niños pierdan su tiempo, su vida, frente a una pantalla viendo las redes sociales?, ¿acaso, sabiendo de las tonterías y graves peligros que se encuentran en las redes sociales? En este sentido, parece que tienen permiso para aprender de las sutiles ideas.
¿No será precisamente esa forma de pensar la que genera excusas para evadir las responsabilidades humanas más esenciales? Si no fuera así, entonces ¿por qué existen tantos hijos huérfanos de padres vivos?, ¿por qué tantos jóvenes anhelan el amor de sus progenitores?, ¿acaso no abundan jóvenes que mendigan segundos de atención de sus ocupadísimos padres?
INDIFERENCIA
Pero eso no es todo. Ahora también los hijos, de vez en cuando -y casi siempre por largos períodos-, remiten a sus padres a “asilos virtuales”. Esto ocurre cuando los hijos ignoran su presencia, cuando florece la ingratitud ante los esfuerzos que ellos hicieron, o siguen haciendo, cuando solo se les valora como proveedores y satisfactores de necesidades.
Es triste, pero cierto. A los mayores se les abandona en el asilo de la indiferencia cuando se les niega el tiempo que se les debería dedicar, cuando se les miente o se intenta manipularlos, cuando a los hijos solo les interesa el dinero y las comodidades del hogar.
A ellos se le condena al olvido cuando se omiten las responsabilidades personales que todo hijo debe tener con sus padres y su hogar, cuando, pudiendo y queriendo, se les dice “no” a las peticiones y necesidades de los mayores.
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MARGINAL
Pero quizá el hospicio más funesto es el que se construye cuando se pretende “el amor”, cuando se hacen las cosas esperando compensaciones, cuando lo que se hace por los hijos se juzga como actos de obligación y no de amor.
Esto provoca escalofríos, porque parece que las responsabilidades, incluso la de ser hijos y padres, han sido encajonadas en un ideario generacional que subordina la vida a metas puramente económicas, a la comodidad y a la irresponsabilidad, donde los medios se transforman en fines y donde la compatibilidad del amor con la vida cotidiana se convierte en una utopía.
Ahora parece que los hijos que aman de tiempo completo a sus padres y abuelos, y los padres que verdaderamente dedican tiempo de calidad y abundancia a sus hijos, son excepcionales. Lamentablemente, en nuestra sociedad, el amor es una realidad marginal. Escasa.
PRINCIPIOS Y VALORES
Somos fruto de un sistema cínico, desprovisto de solidaridad, amor y generosidad. De ahí que las familias —y la sociedad— estemos cayendo en una enloquecida manía de preferir la máscara sobre el rostro, lo superficial sobre lo esencial, la muerte sobre la vida. Tenemos hijos en guarderías y padres en asilos cuyos muros están hechos de indiferencia, egoísmo, conveniencia, irresponsabilidad, incomprensión y, sobre todo, ingratitud.
El ser humano es capaz de soportar lo insoportable, pero no deberíamos crear, intencionalmente, corazones solitarios, aislados y marginados, condenados a soportar la indiferencia y el olvido de aquellos que, supuestamente, deberían considerarlos, cuidarlos, respetarlos y amarlos.
Parece que ahora no solo hay hijos huérfanos de padres vivos, sino también padres sin hijos, mayores y abuelos abandonados a su soledad y condenados a su suerte.
Si deseamos vivir plenamente, no perdamos el ánimo de ser mejores hijos y padres, personas de gratitud y tolerancia, hijos y padres, ínsito, de tiempo completo. Pues de estos esfuerzos individuales, por más imperfectos que sean, dependerá que México vuelva a ser un país habitable, un país con principios y valores.
De seguir con esta locura impulsada por la indiferencia, envueltos en el desamor e irresponsabilidad, el día de mañana, a los hijos ingratos les aguarda un tazón de sopa fría en la soledad de un oscuro rincón.
Hoy, ante tanta distracción con las redes sociales, Google, Instagram y WhatsApp, entre otros, el abandono y la indiferencia hacia los adultos mayores alcanzan dimensiones gigantescas. Su presencia es constantemente ignorada, sus voces se pierden en el ruido digital, y sus necesidades emocionales y físicas son relegadas a un segundo plano.
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Las familias, atrapadas en la vorágine de la tecnología y el consumismo, se alejan cada vez más de los valores fundamentales que deberían cohesionarnos como sociedad. Es imperativo evitar ignorar la presencia a nuestros adultos mayores, ya que esto implica una erosión de la cohesión social y del respeto intergeneracional.
Para revertir esta tendencia, se requiere un enfoque deliberado que incorpore grandes dosis de amor y generosidad, promoviendo una cultura de atención y respeto hacia quienes han contribuido al tejido social a lo largo de sus vidas.
cgutierrez_a@outlook.com