¿Puede decirme qué hora es?

Opinión
/ 28 marzo 2025

¿Por qué hay que llevar reloj? La pregunta puede parecer simplona, pero es muy buena: un tuitero británico, @TWsufc, se preguntaba el pasado domingo cómo se despertaba la gente antes de que se inventaran las alarmas. Su mensaje se ha compartido más de 13 mil veces y suma más de 5 mil respuestas. Como siempre, algunas van en serio: “el Sol”, otras en broma “la ansiedad” y algunas ambas cosas a la vez “¿has oído hablar del Sol?”.

Pero la pregunta muestra cómo ha cambiado nuestra concepción del tiempo queridos lectores. Durante gran parte de la historia simplemente nos despertaba la luz del Sol (o el gallo del vecino o quizás solo el vecino, tuviera gallo o no, porque siempre hay un vecino rompepelotas que hace chingos de ruido). Desde la civilización grecolatina y durante la Edad Media contábamos con relojes solares y con clepsidras, que se basan en lo que tarda el agua en caer de una vasija a otra, además de las campanadas de la iglesia, que “marcaban los momentos de los oficios a los que asistía el clero, especialmente los monjes”, como explica Robert Fossier en Gente de la Edad Media. Estas horas canónicas comenzaban con la prima, al inicio del día (las seis de la mañana, más o menos), y se sucedían cada tres horas.

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También se usaban velas: una vela corriente dura unas cuatro horas más o menos. En ocasiones, se les fijaban pequeños clavos para dividirla. Cuando la cera se consume y cae el clavo, se sabe que ha pasado una cantidad determinada de tiempo. Y el ruido, como recuerdan algunas de las respuestas al tuit, también podía funcionar como alarma.

Después los relojes empiezan a llegar a torres y campanarios a partir del siglo XIV. Hasta entonces, si hacía falta quedar con alguien, lo normal era hacerlo al amanecer o guiarse por las campanadas. La mayor parte de la actividad, como la agricultura, simplemente se guiaba por el Sol.

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La necesidad de los horarios estrictos llegó con el comercio, con la revolución industrial y sus fábricas, y sobre todo, con los trenes. El ferrocarril tenía que pasar a una hora determinada (aunque luego se retrasara) y además tenía que ser la misma hora en una extensión geográfica amplia. Hasta entonces, lo normal era que los relojes de cada localidad siguieran el tiempo solar, pero para organizar los trenes de un país no pueden ser las 09:05 en una ciudad, las 08:50 en otra y las 08:40 en donde quieres salir o llegar, porque los horarios serían un caos. Es en esta época cuando los países establecen una hora oficial, como lo hizo México en 1922. 40 años después de implantación en el mundo curiosamente.

Y es que el tema de los relojes es que seguían siendo caros y poca gente se podía permitir uno. Ya después su precio se abarató con la llegada del cuarzo en los años setenta y ochenta, y la precisión total llegó con los celulares, que siempre traen la hora correcta, tienen todas las alarmas que queramos y ni siquiera hace falta adelantarlos o retrasarlos con el cambio horario. Y aun así llegamos tarde, porque siempre podemos enviar un mensaje en el que aseguramos que estamos “de camino”, aunque sigamos en pijama rascándonos ya sabe qué.

Tristemente cada vez resulta menos frecuente llevar reloj, sea de cuarzo o mecánico, pero es algo que recomiendo y no solo porque sean bonitos. El reloj es un arma defensiva: si llevamos uno y queremos saber la hora, no hace falta que saquemos el celular. Porque si sacamos el celular no solo miraremos qué hora es, sino que entraremos en X o en Face o en cualquier otra red, y allí nos vamos a encontrar, da igual la hora que sea, con otra estupidez de Donald Trump.

Pero finalmente podemos concluir que todo se trata de evolución. Del tiempo del Sol pasamos al tiempo de los campanarios y luego al del ferrocarril y luego al de los relojes de pulsera y ahora estamos en el tiempo de las redes sociales, que es el antitiempo, porque uno sabe cuándo saca el celular de la bolsa, pero no cuándo lo guarda. Y ese tiempo lo ocupa y lo maneja a su antojo dicho aparatejo, llenando nuestras mentes de disparates, mentiras, incongruencias, aunque en ocasiones alguna que otra cosa positiva pero que por algún motivo a veces se nos escapa.

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Por eso viene bien un reloj. Porque si queremos hacer frente a ese muro de contenido diseñado para sobrepasarnos y para que no podamos pensar qué debemos hacer y cómo queremos que sea nuestro futuro, conviene recuperar nuestro tiempo y no actuar como si cada cosa que viéremos en esas pantallitas fuese una alarma. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?

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