La cocina, como símbolo de opresión: El problema del feminismo

COMPARTIR
No es la cocina y nunca ha sido opresión, pero sí ha sido instrumentalizada con ese fin
Usted sabe que recién pasó el muy ya famoso “8M”, el 8 de marzo, el día de la mujer. Y, como era de esperarse, no faltaron las superheroínas, dignas representantes del sexo femenino (no del débil, no se equivoque), que salieron a la calle a exigir sus derechos y libertades de la mejor manera posible, la única que conocen diría yo. Haciendo cuanta pinche pendejada se les ocurre.
Ahora bien, las cosas que hacen año con año, así como lo que exigen a gritos, porque es el único medio de diálogo que conocen, forman parte de mi lista de 10 millones de cosas que me valen madre, más que un chorizo de Toluca. Pero me di cuenta de algo, siempre se ha asociado a la mujer con la cocina como su hábitat natural y la acción de cocinar como su obligación, como para lo que fue cread. Y no sólo habló de nuestra cultura, en la mayoría del mundo así es.
TE PUEDE INTERESAR: ¡Pendejos vs. inteligentes! ¿Gastar o invertir?
Para mi esa idea me resulta indiferente, como cocinero le puedo decir que no hace gran diferencia el ser hombre o mujer, ambos están igual de pendejos, así que ni para que mortificarse en elegir. Cocinar es la acción pequeña y sencilla de preparar los ingredientes para ser comidos, una actividad destinada a resolver una de las cuatro necesidades fisiológicas fundamentales para la supervivencia de todo ser humano, que son respirar, comer, beber y moverse, y no, el “cogerese” de las manos no cuenta, aunque debería.
Un ser humano que no es capaz de respirar por sí mismo, comer por sí mismo, beber por sí mismo o moverse por sí mismo, no puede subsistir sin asistencia. La cocina no es un rol de género, sino una habilidad humana básica.
Marie Shear escribió en 1986: “El feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres son personas”. Hoy, casi 40 años después, el feminismo sigue teniendo problemas al abordar la cuestión de la cocina doméstica y a las mujeres aún les toca defender que son personas, no asistentas.
El feminismo ha abrazado a menudo el rechazo a la cocina como símbolo supremo de la opresión femenina. Abandonar los fogones se presenta como condición sine qua non (absolutamente necesaria, para explicarme mejor) de la independencia de la mujer; parte del salir de casa para comerse el mundo.
Pero la identificación de la cocina con la opresión femenina es inexacta y envenenada, un error terrible de ¹metonimia*, de confusión del continente por el contenido, y el germen original de una falacia de falsa ²dicotomía*, de la presentación de sólo dos posibles soluciones mutuamente excluyentes a un problema que en realidad ofrece muchos más desenlaces posibles. Este es el fango en el que chapoteamos hoy quienes defendemos la cocina doméstica como disciplina útil y moderna para todos.
La cocina no es y nunca ha sido opresión. Sí ha sido instrumentalizada con ese fin. Pero saber cocinar es parte orgánica e indivisible de ese cuarto propio, de esa autonomía feminista que reclamaba Virginia Woolf.
La cocina es el espacio y son los conocimientos, los recursos y las herramientas físicas e intelectuales necesarias para hacer una cena, y todo con los recursos disponibles, sean pocos o sean muchos. Esa autonomía no es contra nadie ni contra nada, sino a favor de la capacidad humana de solventar la necesidad ineludible de alimentarse, sin etiqueta de género alguna. Cosa de personas. La esclavitud no ha estado nunca en la cocina, sino en el veto al acceso a la propiedad privada, al capital, al trabajo, al derecho sobre el propio cuerpo y al libre albedrío de las mujeres, y en la imposibilidad de estas, durante muchísimo tiempo y por todo el mundo, de autodeterminarse y renegociar en términos de igualdad las cláusulas del pacto social de fecundidad que garantiza la supervivencia de la especie entera. Esa fue la esclavitud de buena parte de nuestras abuelas.
Pero en estos últimos tiempos han resurgido los cánticos tradicionalistas que buscan encerrar de nuevo a la mujer en la cocina. Provengan de los pronatalistas, que pregonan las bondades de la familia numerosa (blanca y cristiana, por supuesto); de los paladines conservadores, que loan el poder alquímico del amor conyugal de los años cincuenta, capaz de conjurar a través de un cuerpo de mujer una hogaza de masa madre casera cada mañana para desayunar; o de los que culpan a la mujer del auge del consumo de ultraprocesados, por su dejación de funciones en el hogar.
Esta oleada de conservadurismo no tiene nada que ver con la cocina. No es en pro del resurgir de la comida casera, sino de la vuelta de la mujer a la servidumbre no retribuida. Saber guisar unas lentejas o frijoles, hacer un estofado o aprovechar la verdura hervida de la cena para hacer la comida del día siguiente son habilidades propias de un adulto funcional, y nos sirven a todos y a cada uno de nosotros para expresarnos, para celebrar, para cuidarnos, para amarnos, para arraigarnos, para transformar desconocidos en compañeros, y para no quedar a la merced de que la corporación de turno nos saque del apuro de tener que comer sin saber cocinar, vendiéndonos soluciones en blíster individuales con instrucciones de recalentado, al precio que a ella le convenga, dejando por el camino un desierto cultural y una estela de precariedad laboral, acidez de estómago, petróleo quemado y residuos no reciclables.
TE PUEDE INTERESAR: 8M: La igualdad de género... estancada
Gozar de cocinar en casa, para uno mismo o para compartir, no tiene nada que ver con romantizar la idea de renunciar a perseguir las propias vocaciones y ambiciones para sostener las ajenas, privándose de independencia económica por el camino. Por eso siempre he dicho que aprender a cocinar debería ser una materia obligatoria en toda escuela, pública o privada. No ayudaría a quitar lo pendejo, pero haríamos pendejos más útiles en la vida.
Por eso mis queridos lectores, hay que ser conscientes que esas clases de ideologías ya están caducas, no pueden volver y cuajar otra vez, debemos aceptar que esta guerra ya la ganaron nuestras abuelas. Porque de lo contrario nos enfrentaremos todos, hombres y mujeres, a una versión corregida y aumentada de “esto no me va a pasar a mí”, dicho justo antes de encontrarse una mañana desayunando vodka con barbitúricos y en la tesitura de tener que elegir entre tragar con el tedio y con la frustración o salir de esta pinche mentalidad y hacer algo al respecto, pero algo inteligente; pero puede que ya sea muy tarde.
El feminismo, el verdadero feminismo es igualdad y la cocina es libertad o no es cocina. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mí siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
¹Metonimia:
Retórica.
Sustituir un concepto u objeto por un término estrechamente relacionado. Por ejemplo, “plomo” por “bala”. En cambio, la sinécdoque emplea una parte de algo para simbolizar la totalidad (o, por el contrario, utiliza el todo para representar una parte). Por ejemplo, “techo” en lugar de “casa”.
¹Metonimia:
Retórica.
Sustituir un concepto u objeto por un término estrechamente relacionado. Por ejemplo, “plomo” por “bala”. En cambio, la sinécdoque emplea una parte de algo para simbolizar la totalidad (o, por el contrario, utiliza el todo para representar una parte). Por ejemplo, “techo” en lugar de “casa”.
²Dicotomía*:
División en dos partes.
Instagram: entreloscuchillos
Facebook: entreloscuchillosdanielroblesmota
Twitter: entreloscuchillos
Correo electrónico: entreloscuchillos@gmail.com