¿Qué hacer ante el neopopulismo con tintes fascistas y estalinistas?
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Hacernos esa pregunta es básica para los tiempos actuales. Es la misma interrogante hecha por Lenin, desde su exilio en Londres en 1902, y que plasmó en un libro con el mismo título para definir las directrices revolucionarias marxistas y destruir al revisionismo socialdemócrata.
¿Qué hacer? Es hoy, después de 122 años y bajo un contexto histórico distinto, la misma pregunta. La respuesta, sin embargo, en un país como el nuestro, es difícil.
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Lenin, al contrario de nosotros, estaba arropado todavía por la utopía fincada en la Ilustración, que partía de una premisa: el progreso ligado a la razón es “la ley necesaria que conducirá a la historia humana hacia la felicidad terrena, en un movimiento en que las épocas se han de suceder una tras otra, y en el que cada época será superior a las precedentes y se hallará más cerca de la verdad”.
Progreso, razón y verdad fueron la trinidad pulverizada por el arribo del fascismo y del estalinismo durante la Segunda Guerra Mundial, sin imaginarse que eran dos caras de la misma moneda llamada regresión, irracionalidad y mentira.
Mientras el fascismo era (en apariencia) enterrado al finalizar la guerra en 1945, el estalinismo (también, en apariencia) fallece con la caída del Muro de Berlín en 1989. Y, con este, mueren los rezagos de la utopía socialista para dar luz a la democracia como el único referente para reescribir la utopía de la ilustración.
Sin embargo, la democracia fracasó en redefinir esa aspiración por su maridaje con el modelo económico neoliberal, el cual ahondaba las diferencias estructurales de la sociedad; mientras ella intentaba −fallidamente− mantener las expectativas mínimas de equidad, justicia y dignidad de las grandes mayorías marginadas de la sociedad.
Entonces, esa utopía de la ilustración muere con la decadencia de la democracia para transformarse en una distopía que da luz a un hijo del averno: el neopopulismo con tintes fascistas y estalinistas.
Los matices populistas varían, pero Donald Trump (EU), Nicolás Maduro (Venezuela), Daniel Ortega (Nicaragua), Gustavo Petro (Colombia), Giorgia Meloni (Italia), Recep Erdogan (Turquía), Viktor Orbán (Hungría), Narendra Modi (India) y Claudia Sheinbaum (México), entre otros, comparten un común denominador: edifican la necesidad de un liderazgo autoritario que recupere glorias del pasado, nutren la polarización social, instalan un aparato propagandístico eficaz, nutren la crítica a las élites, económica y política, anteriores por llevar el país a un abismo de corrupción e impunidad, reescriben el contrato social a partir de una nueva constitución, crean instituciones adecuadas a su mandato, restringen las garantías fundamentales, limitan el uso del internet, alimentan una visión antisistema, refuerzan la percepción antimigrante y cultivan la dependencia económica y electoral de las mayorías.
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Dentro de ese entorno histórico, la pregunta ¿qué hacer? cobra una vital importancia. Sin ignorar la instalación de un régimen populista autoritario en nuestro país o el declive de la democracia y la instauración de la distopía o la misma tristeza y desesperanza personal.
Insistir en hacernos esa pregunta es crucial porque, a pesar de no encontrar respuestas todavía en esa oscuridad que asfixia a nuestro país, en algún momento descubriremos “las grietas por donde entrará la luz”, y la esperanza, humilde y paciente, empezará poco a poco a despertar.