Quiero ser presidente... la vileza de Eduardo Verástegui

Opinión
/ 23 septiembre 2023

Si usted lee el artículo 82 de la Constitución de la República, encontrará cada uno de los requisitos que por mandato de ley tiene que reunir quien aspire a ser presidente de nuestro país. Por favor léalo, no le lleva más de tres minutos. Esa es la parte legal a cumplimentarse.

Pero también debe tener un perfil el aspirante, porque la responsabilidad que vendrá al llegar al cargo, no es “enchílame otra”, como decía mi tía Tinita. De entrada, el presidente debe poseer un fuerte liderazgo ya el trabajo en equipo, parte sustantiva de su responsabilidad, lo demanda, y por supuesto la toma de decisiones.

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Asimismo, entre las habilidades relevantes destacan el tener inteligencia emocional porque el grado de presión y de oposición será el pan de cada día. Interactuar y negociar con gente clave para la nación, que no siempre va a apoyarlo, que muchas veces no coincidirán con él y van a confrontarlo, no es un paseo por la alameda. De ahí que entre sus cualidades la comunicativa sea la reina, clave para sus tareas, a más de capacidad para la resolución de problemas, compromiso y manejo del estrés y del tiempo.

Y entre sus habilidades: empatía, pensamiento crítico, capacidad de coordinación, motivación e inspiración, alentar iniciativas, crear un sentido de propósito común y empoderar a otros. También debe poseer aptitudes y conocimientos ad hoc.

Las aptitudes son condiciones que se suman al conocimiento, a la competencia y a la capacidad para el desempeño de sus tareas. Estas no se dan por arte de magia, ni aparecen de la noche a la mañana, se van adquiriendo en la vida diaria, con estudio y por supuesto con desempeño laboral; demandan inteligencia, destreza, y habilidades sociales no solo para desarrollarlas, sino para dominarlas. Esto es el ideal por supuesto.

Haga un pase de todo esto a los aspirantes a ser titulares del Ejecutivo en 2024, frío, objetivo, sin vísceras de por medio. Todos tienen una hoja de vida, una trayectoria. No se vale votar a ciegas, tenemos que cambiar esa torpe manera de elegir a nuestros gobernantes, ya basta de darles nuestra confianza a incompetentes. Nomás evalúe usted que tan generosamente me lee, como nos está yendo con el actual. Y aplica para legisladores, gobernadores y alcaldes.

No más caudillos, ni enfermos de verborrea, ni politiquillos de quinta venidos, por nuestra torpeza al elegir o al no hacerlo, a presidir un país o a ocupar un escaño en el Congreso. La Cámara de Diputados ha descendido a patio de vituperios e insolencias, hasta perras se han gritado las legisladoras, y sobre el contenido de lo que ahí se expone es para dar vergüenza, no hay debate parlamentario, exhiben su ignorancia, su ausencia de lectura, de estudio, de disciplina y sobre todo su falta de respeto a sus representados.

Derecho a aspirar a un cargo público de elección popular lo tenemos todos, lo que no se vale es que la aspiración no esté sustentada en la preparación para ejercerlo si se alcanza el objetivo.

Hay otro aspecto que debe de cuidarse por parte nuestra, la congruencia de los aspirantes, entre lo que dicen y lo que hacen o hicieron. No soy mocha, ni persignada, ni demás epítetos que suelen colgarnos a quienes estamos a favor del ejercicio de la sexualidad con responsabilidad, precisamente para evitar un homicidio terrible, con las tres agravantes de ley: premeditación, alevosía y ventaja, en nombre de que la preñada tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que quiera; también se me revuelve todo por dentro cuando un degenerado o degenerada destruyen la inocencia de un niño desgraciándole la existencia para siempre...

La trata de personas es denigrante, pero la de niños no tiene nombre. Y en nuestro país tiene décadas dándose y no pasa nada. En Acapulco, los propios padres de niñitos indígenas se los venden o alquilan a los vejetes depravados de Canadá y de Estados Unidos que van a sentarse a la plaza que está frente a la Iglesia de la Soledad y ahí cierran los tratos. Y es público y sabido.

¿Y qué? Entre los aspirantes inscritos por la vía de los independientes, a la presidencia de la República, está el ultraderechista, él mismo se dice así, Eduardo Verástegui. Se declara ultra católico. Afirma que la presidencia la buscará porque es “la voluntad de Dios”. Para alcanzar su objetivo, ha creado organizaciones como Manto de Guadalupe, Seamos Héroes, Movimiento Viva México y, el más reciente, la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), que preside.

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Con su película “Sonidos de libertad” en la que el tema es precisamente la trata de niños, arranca su “campaña” hacia el 2024. Es de llamar la atención su relación con un tipo como Luis de Llano, condenado este año por daño moral por las denuncias hechas por la actriz Sasha Sökol, quien acusó al productor de haber sostenido una relación con ella cuando era menor de edad.

Otra, con Gloria Trevi, actriz que en los años 90 se vio involucrada en una serie de escándalos por tráfico de menores. Este 2023, Trevi fue demandada nuevamente, esta vez en Estados Unidos, por corrupción de menores. Y sus múltiples fotos con el cardenal Sean O’Malley, con quien dice tener una amistad desde 2015 hasta la fecha. El cardenal fue denunciado por encubrimiento de abusos sexuales en la Diócesis de Boston.

Ya no le entendí. No se vale manipular las creencias religiosas, ni jugar con la fe de las personas. Eso es una vileza, y peor todavía, usarla para llegar a un cargo público. Así no. Y me surge otra pregunta ¿quién o quiénes son los mecenas?

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