Regeneración urbana; un proceso que requiere de gobernantes y la comunidad
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En el transcurrir del ciclo vital de las ciudades llega a presentarse un momento de declive. Al combinarse presiones urbanas insostenibles, dinámicas económicas negativas y fenómenos sociales nocivos, se puede afectar de tal forma la estructura comunitaria que, lo que alguna vez estuvo articulado y funcional, comienza a desmoronarse.
La degeneración de las ciudades comienza cuando la persona humana deja de estar en el centro de las decisiones que las moldean, tomando su lugar intereses que deshumanizan el entorno. Sin embargo, no necesariamente es una mala voluntad la que conduce a tomar decisiones carentes de un enfoque humanista.
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Es fácil caer en el engaño de que la mejor manera de dar seguridad a quienes se trasladan a pie en la vía pública es dotándoles de puentes peatonales, ignorando el hecho de que, al evitar que peatones crucen la calle a nivel de banqueta, se favorece el aumento de velocidad de desplazamiento motorizado, poniendo en riesgo las expresiones de movilidad activa.
Se puede pensar que se toma una buena decisión al aumentar dos o cuatro carriles a una vialidad, sin saber que se está generando una demanda inducida que pronto saturará nuevamente la vialidad, demandando más carriles en un interminable círculo vicioso.
Se creería que retirar por completo a las y los comerciantes ambulantes, boleros, artistas callejeros y voceadores de la vía pública generaría una mejor imagen urbana, sin prever que al hacerlo se está lastimando fuertemente la vitalidad de la vía pública así como la identidad del entorno.
Se estimaría necesario rodear de bardas y enrejados plazas y parques públicos con la intención de protegerles, sin considerar que se les está condenando a convertirse en espacios meramente ornamentales, inertes, desasociados de la dinámica comunitaria que en un primer momento les dio su razón de ser.
Existen muchos ejemplos más de malas decisiones revestidas de genuinamente buenas intenciones, pero también existen igual número de soluciones que han revertido los efectos nocivos de las primeras. Podríamos englobar tales soluciones en un concepto que, si bien no es nuevo, se presenta siempre refrescante e innovador: la regeneración urbana.
El concepto, como ya mencioné, no es nuevo y no tiene un origen cierto, dado que se le puede observar en distintos momentos de la historia y en diferentes ciudades del mundo. Sin embargo, probablemente el momento en que más resulta notorio es durante la segunda mitad del siglo 20, en los años subsecuentes al final de la Segunda Guerra Mundial.
Ciudades de distintos países de Europa que se vieron severamente golpeadas por acciones bélicas y desplazamientos de migración forzada, se enfrentaron a la difícil tarea de recomponerse y encontrar nuevamente una normalidad drásticamente interrumpida por la guerra. Lo mismo pasó en Japón, después de sufrir las terribles consecuencias de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki.
Son impresionantes los procesos de regeneración urbana que experimentaron en este periodo ciudades como Varsovia, Rotterdam, Milán y Berlín, en algunos casos reconstruyendo de la nada edificios emblemáticos y en otros creando nuevos íconos de resiliencia urbana. Pero no estamos hablando de un tema meramente estructural; por el contrario, es un proceso que nace en la voluntad de las y los habitantes de recuperar su ciudad.
Evidentemente, estos casos son extremos, pudiéndose pensar que usarlos como ejemplo es desproporcionado. Sin embargo, si estas ciudades lograron recomponerse de condiciones catastróficas para lo humano y lo construido, ¿no será mucho más fácil que se logre en lugares que se han fragmentado por causas menos drásticas?
La regeneración urbana es un proceso de gobernanza, por lo que precisa no sólo de decisiones gubernamentales, sino de un fuerte componente social, de base comunitaria, que dé dirección y sustento a tales decisiones. Es decir, el papel de la administración pública debe situarse más en el de facilitador que en el de autoridad.
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Abrir los espacios para la consulta ciudadana y la planeación participativa es un muy necesario ingrediente. Saber qué estima la comunidad como necesario, importante y urgente así como la forma de atenderle es el insumo base para comenzar la construcción de los cimientos de la regeneración.
Sumar a lo anterior oportunidades de aplicación de presupuesto participativo y mecanismos de acompañamiento ciudadano fortalecerá lo anterior. La regeneración urbana es, sin duda, un componente indispensable para un futuro posible.
jruiz@imaginemoscs.org