Reloj de miel
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Mariana Gómez Guajardo
Las horas acumuladas a diario rebasaban mi límite de azúcar. Cada minuto era dulce hasta el hastío y yo no soportaba tanta mosca en el salón. Mientras el tiempo avanzaba lentamente, ¿cómo evitar no mirarlos? Eran unos chicles en el cabello imposibles de quitar. Ya me estaban fastidiando; tenía ganas de tomar unas tijeras y cortarlos, echarles agua o incluso frotarles un hielo para que dejaran de hostigarme. No es que yo fuera una insípida del amor, pero esto se estaba haciendo muy empalagoso.
Era tal el repudio que mi concentración estaba en el andar de las manecillas del reloj, que en ocasiones solían ser rápidas, menos cuando los dos estaban ahí abrazados porque adoptaban la velocidad de una tortuga.
Sonaba el timbre de la última clase y era un alivio. La hora de salida marca el comienzo para la mejor parte del día: esa pareja de acaramelados ya no estará frente a mí. Ellos no se separaban ni para entregar los trabajos del profesor; tampoco prestaban atención a nadie. Lo único que hacían era derramar miel por toda el aula. Además, verlos juntos era una tortura doble para mis ojos. Algún día me dará un coma diabético o moriré de celos, porque lo de nosotros tenía que ser secreto.
MARIANA GÓMEZ GUAJARDO (Monclova, 2006). Estudia en el CBTa 22 su sexto semestre de la carrera Técnico en Ofimática. Empezó a centrarse en el mundo de la literatura durante la pandemia por el Covid-19; conoció el taller de narrativa en segundo semestre debido a su profesor Miguel, quien le hizo la invitación para asistir. Cuando se presentó, le gustó la dinámica y decidió formar parte de él con la meta de que escribiría algo que perteneciera a La Tamalera. Aunque su vida fitness le resta tiempo para asistir al club con regularidad, ha publicado en Vanguardia su narración “Mayor de edad”.