Reloj sin manecillas: ¿por qué no me gusta Julio Torri?
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A mí –lo digo con moderada pena- no me gusta mucho la obra de Julio Torri. Y estoy seguro de que si alguna vez la leyera me gustaría menos.
Alguien me tachará de hereje por decir lo que acabo de decir. Pero el arte no es religión: en él no hay herejías. Si puedo decir que no me gustan Milton, Tasso, Camoens, Racine y don Joseph Quintana, con la misma desfachatez puedo decir que no me gusta Torri. “De gustibus non est disputandum”, decían los escolares del medievo.
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No soy partidario del arte por el arte. Soy partidario del arte por el darte. Y Torri no se dio. La pasión estuvo de cuerpo ausente en él. Era tan frío como un solterón sin amor. Sabía acomodar las palabras, igual que un relojero las piezas del reloj, pero hasta ahí.
La generación literaria de Torri estuvo muy influida por ingleses. Cosas muy raras salen cuando se injerta inglés con mexicano. Sale alguien -o algo- que desfallece ante la idea de parecer cursi, pero que muestra en secreto un libro de versos encuadernado por él mismo con tela del vestido de novia de su madre. Eso hizo y eso hacía Julio Torri.
Mal profesor –eso no lo digo yo; lo confesaba él mismo-, pudo mantenerse en la cátedra hasta llegar a la jubilación sólo porque dejaba que los alumnos hicieran en el salón lo que les diera su regalada gana, desde tirarle gises al maestro –es decir a él- hasta escribir poemas. En la clase de Torri hizo Leduc su celebérrimo soneto sobre el tiempo: “Sabia virtud de conocer el tiempo...”.
Torri sostuvo con Alfonso Reyes -otro señor que a pesar de su vasta erudición no me entusiasma demasiado- una larga correspondencia de años y años que terminó bruscamente cuando ambos riñeron por un mezquino pleito de comadres. El regiomontano hizo su propio retrato moral cuando escribió a propósito de esa desavenencia:
“... Yo no le debo servicios (a Torri) y él me debe varios a mí. Sospecho que he contribuido a darle nombre, cuando nadie le hacía caso. El pobre ha venido juntando rabia contra mí gratuitamente. Tal vez porque le molesta que siempre le pongan como en mi séquito, y en eso tiene razón....”.
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De cualquier modo la correspondencia, artificiosa y esnobista correspondencia, de Reyes-Torri y Torri-Reyes alcanza a llenar varios volúmenes. Entiendo que se va a publicar, y ya me dispongo a no leerla. Los de esa generación pensaban que cada una de sus cartas merecía la posteridad, cuando la verdad es que muchas merecían más bien la parte posterior. Así, se enviaban a cada rato largas epístolas que escribían con el cuidado y aplicación de un lapidario. No es de extrañar entonces que sus pergeños resultaran fríos y falsos. El escritor no debe escribir para otros escritores. Debe escribir para la gente. Manuel Machado dijo: “La copla, para ser copla, debe ser copla del pueblo”.
Lo digo –dije- con moderada pena: no me gusta mucho Julio Torri, relojero que hacía relojes sin manecillas.