El diablo de don Santos

Opinión
/ 14 junio 2024

Hombre en verdad muy singular fue Santos Degollado. Nacido en Guanajuato en 1811, vivió una niñez de gran pobreza, pues su padre fue insurgente y todos sus bienes le fueron incautados por los realistas. Un tío suyo lo recogió a la muerte de su progenitor, y lo llevó a México. Después él fue a Morelia, donde se empleó en la Catedral. Ahí trabajó durante 20 años.

En ese tiempo se hizo Degollado de una vastísima cultura. Es fama que sabía latín, griego, hebreo y árabe, y que en todas esas lenguas podía leer como en la suya. Era un consumado lector de la Biblia, muchas de cuyas partes sabía de memoria. Las ciencias naturales le apasionaban; poseía conocimientos de matemáticas, química y otras abstrusas disciplinas.

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Sin embargo tenía muy bien plantados los pies en la tierra don Santos Degollado. Se lanzó a la carrera de las armas como enemigo de Santa Anna. Simple soldado raso, llegó a ser general. Se volvió hombre muy de a caballo, y adquirió considerable fortaleza física. Cierto día hubo en Zapotlán un jaripeo. A él asistió don Santos vestido de civil. Sacaron un toro y nadie lo pudo montar bien. Uno tras otro eran derribados los rancheros por la furiosa bestia. En el tendido se oyó una voz fina y atiplada:

-Deben poner más flojo ese pretal.

Otros rancheros mordían el polvo al no poder sostenerse en el lomo de la fiera.

Y otra vez la vocecilla:

-Pónganle más flojo el pretal.

Los pelados voltearon a ver a quien aquello decía. Era don Santos, que lucía traje negro y sombrero de copa. Se rieron todos, y uno dijo:

-Pos bájate tú, roto, si tanto sabes.

Bajó al ruedo Degollado, y sin siquiera quitarse el sombrero montó en el animal luego de arreglarle el pretal. Soltaron a la bestia, y salió el toro hecho una furia, tirando coces y reparos. Don Santos se mantuvo firme. Por todo el redondel fue dando el cornúpeta saltos y corcovas, y don Santos seguía firme, como si en vez de montar un bruto fuera en un caballito de carrusel. El toro, fatigado, se echó en la arena y don Santos bajó de él como un rey de su carroza en medio de los aplausos y vítores de la concurrencia.

Vivía como un monje don Santos Degollado. En cierta ocasión recibió alojamiento en una casa rica de Sayula. Todos los días las criadas que iban a tender su cama la encontraban en orden. Se asombraron pensando que aquel señor tan importante hacía la cama por sí mismo. Pero más se asombró el jefe de la casa cuando una vez, a media noche, entró en la habitación de don Santos para llamarlo, pues alguien lo buscaba. Lo encontró durmiendo en el suelo, sobre una piel de búfalo que siempre traía entre sus efectos. El asombrado señor le preguntó a Degollado por qué no dormía en la cama, y éste le respondió con una sonrisa avergonzada:

-Es que luego me mal acostumbro.

Vivía como un santo don Santos. Despreciaba los banquetes que se le ofrecían y apenas de vez en cuando probaba un trago de vino, como decía él, “por no desairar”. Sus oficiales decían sotto voce:

-Este don Santitos es como el cura de Apango: ni chupa (es decir, ni fuma), ni bebe, ni va al fandango.

En opinión de un historiador liberal fue Santos Degollado “después de Ocampo y Juárez, el carácter más entero y admirable de la Reforma”. Los conservadores, en cambio, lo describen como a un demonio y lo culpan del bárbaro saqueo que sufrió la catedral de Morelia, cuyos tesoros, dicen, fueron a dar a manos de los yanquis como pago por la ayuda que los Estados Unidos estaban dando a los juaristas. Quién sabe...

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