Respeto, tolerancia y diálogo: La clase política no conoce los valores democráticos
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En la democracia electoral, como en cualquier competencia, sólo se gana y se pierde. Lo esperado es que el ganador tenga prudencia y humildad en el triunfo, y el perdedor sepa ser tolerante y reconocer la derrota.
A la clase política se le olvidó que nos encontramos en estas complicaciones porque unos siguen sin aceptar la derrota y en los de la acera de enfrente la soberbia del triunfo les embriagó. Súmele a este escenario unos medios que desde hace rato determinaron –sin ambages– a qué grupo, alianza o coalición apoyar, no porque les interese el bien común, sino por el bien de sus intereses y supervivencia, enturbiando completamente el ambiente.
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Olvidaron que en la democracia, como en todas las diferentes dimensiones humanas, hay valores que deben de servir como criterios de actuación, lo patético del comportamiento de unos y otros es de pena ajena. En esto las mayorías, como históricamente ha ocurrido, no han tenido vela en el entierro, porque si esto fuera, no habría poder humano que hubiese dejado pasar la sobrerrepresentación y la consecuente reforma judicial. La participación de los ciudadanos sigue durmiendo el sueño de los justos.
Sorprende que algunos políticos sigan creyendo que vivimos en una sociedad monocultural y no se hayan dado cuenta de que desde hace rato la sociedad se transformó –que alguien les avise por favor–, donde no se puede imponer ya la particular forma de pensar y que existen reglas del juego que, nos gusten o no, tenemos que respetar ¿O sólo se pedirá respeto cuando se gana y no cuando se pierde? En ese sentido conviene dar un repaso a lo que se denomina valores democráticos.
Primero. Los valores se adquieren a través de la interpretación de las diferentes situaciones que la vida nos presenta, del grado de satisfacción de las necesidades y del compromiso con las reglas, normas y criterios que se colocan frente a nosotros. En un individuo se manifiestan en sus convicciones. En una familia en su estilo de vida. En una empresa en su cultura organizacional y en una nación en los principios que le dan identidad.
En una sociedad plural y multicultural es importante poner en el centro los valores básicos que compartimos. Aquí nos referimos a las habilidades y actitudes que contribuyen a la convivencia democrática, tales como el respeto, la tolerancia, el diálogo y la pluralidad, que en la dinámica partidista no se dan.
Por tanto, no sólo se trata de tener en cuenta el respeto, sino que éste debe ser activo. Ante los tristes y patéticos espectáculos que en últimos días hemos visto, es básico el lenguaje asertivo, que es una forma de expresión que se basa en la congruencia, que no agrede ni insinúa, ni ironiza ni genera burlas, y que lo que busca es comunicar ideas y sentimientos sin la intención de perjudicar o herir, anteponiendo a la emotividad la coherencia y, por encima del bien individual, el bien común. Esta forma de comunicarnos es la base del respeto activo.
En un segundo momento, si la democracia supone el pluralismo, el diálogo, la diversidad y la inclusión; la tolerancia es su mejor marco. Esta es la disposición a admitir en los demás una manera de ser, de obrar o pensar distinta a la propia, especialmente en cuestiones prácticas, que cuánta falta nos hace. O a poco ¿si no tengo yo la conducción del gobierno, todo está mal?
No tenemos otro México, sólo tenemos uno. Por eso la tolerancia nos debe de llevar al área de la convivencia pacífica, independientemente de nuestras filias y fobias, porque la democracia descansa en las diferencias, la diversidad, el espíritu laico (no priorizar una religión por encima de las demás, como a veces se pretende) y en la razón crítica. Iring Fetscher (1999) afirmó que la tolerancia es una pequeña virtud imprescindible para la democracia; yo añadiría: y para México en estos tiempos.
Después del respeto y la tolerancia, viene el diálogo. De una sociedad en la que había una sola religión, una sola ideología, un sólo partido y una sola sopa, pasamos a vivir en espacios donde la mayoría sentimos, creemos, pensamos, hablamos y actuamos de forma distinta. Muchos no entendieron que las diferencias nos enriquecen. Si no hay diálogo, no hay democracia. En las cámaras, en la Suprema Corte y en la Presidencia, no hay diálogo, hay monólogos. Complicadísimo que haya acuerdos. Lamentable lo del Senado.
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Finalmente, el pluralismo. Nuestra nación está conformada por personas venidas de todos los continentes −que nos han aportado enriqueciéndonos como sociedad− por mil 973 millones de kilómetros cuadrados con más de 110 grupos étnicos con 68 lenguas distintas y cerca de 130 millones de habitantes, ¿cómo ponernos de acuerdo? Se entiende, pero que no se pongan de acuerdo 500 diputados o 128 senadores –que nos representan– es realmente preocupante.
De eso va la democracia, de la posibilidad de hacer consensos y, sobre todo, de hacer a un lado lo que nos desune, priorizando lo que nos une. Cuando los intereses particulares están por encima de los de los demás, es complicado llegar a acuerdos, de ahí la importancia de que la clase política no sólo conozca los valores democráticos, sino que los reconozca.
Por cierto, este próximo 20 de septiembre, el Dr. Carlos Manuel Valdés me presenta un texto en la FIL de Coahuila, en la sala Manuel Acuña a las 16:00 horas, el texto se llama “Sin participación no hay democracia”, donde reflexionaremos sobre la importancia del autogobierno (la participación) en contraposición con el gobierno de unos cuantos que nos ha traído una raquítica e incipiente democracia. Por ahí los espero para saludarnos. Así las cosas.