Riesgo ecológico, conflicto violento y la COP27
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“Las amenazas ecológicas y los altos niveles de violencia conforman un círculo vicioso”, nos dice el Instituto para la Economía y la Paz (IEP) en su Reporte por Amenaza Ecológica 2022 (ETR). La degradación de los recursos lleva a la violencia, pero al mismo tiempo, la violencia resulta también en una mayor degradación de los recursos. Paralelamente, el hecho de que en este 2022 exista un ánimo desfavorable para la cooperación internacional debe leerse en conjunto con este reporte.
El ETR no solo mide distintos aspectos del impacto de la degradación ecológica, sino que efectúa correlaciones con otros dos índices: el Índice Global de Paz y el Reporte de Paz Positiva, a fin de entender mejor los vínculos entre los temas ambientales con la violencia, la paz, y la resiliencia socioeconómica que exhiben los países más pacíficos del globo.
Ya el año pasado, de los 15 países con calificación más baja en el reporte ecológico, 11 experimentaban conflictos violentos severos, y 4 corrían el riesgo de enfrentarlos. En cambio, ninguno de los países con altos niveles de paz se ubicaba en la zona de riesgo en el reporte ecológico. Esto se repite de manera idéntica en el ETR 2022. En palabras simples: construir paz, supone también construir resiliencia ambiental, y viceversa.
El ETR 2021 identificaba tres franjas del planeta con altísima correlación entre riesgo por degradación ambiental y conflicto violento. Este año, el ETR encuentra 27 países que podrían enfrentar amenazas ecológicas catastróficas, los cuales carecen de la resiliencia social y política para poder enfrentarlas.
La malnutrición se ha intensificado del 2017 al 2021, año en el que 750 millones de personas la padecían. Y justo, 92 por ciento de esas personas viven en países con bajos niveles de paz. Esto a la vez, se ve impactado por las alzas a los precios de los alimentos, tanto por los efectos de la pandemia, como por la guerra en Ucrania.
La inseguridad alimentaria y las presiones por el agua están interconectadas. La cuestión es que también los conflictos violentos por el agua crecieron al triple entre el 2000 y el 2019. Asimismo, existen nexos circulares entre la ausencia de paz, el riesgo ambiental y la migración forzada.
El reporte invita a las agencias internacionales, a las organizaciones locales y a los gobiernos, a asumir enfoques integrales en la atención de las degradaciones ecológicas. Para ello, se propone empoderar a las comunidades locales mediante iniciativas lideradas desde abajo, enfocadas en el desarrollo y en la seguridad humana. Hay que mitigar los impactos por escasez de alimentos, escasez de agua o por eventos naturales, por supuesto, pero al mismo tiempo, se necesita edificar o reforzar las estructuras, las instituciones y las actitudes que crean y sostienen la paz. Esto incluye, por ejemplo, el combate a la desigualdad, la incorporación de la perspectiva de género, el impulso al respeto de los derechos humanos, la construcción de instituciones eficientes, un enfoque de desarrollo del capital humano y el combate a la corrupción, entre otros factores.
Sin embargo, varios de esos aspectos no pueden ser atendidos solo de manera local. Considere, por ejemplo, el tema de la corrupción transnacional. Así como ocurre con la pandemia, las crisis ambientales son crisis sistémicas y ello obliga a los países a cooperar. Esa es la importancia de foros como la COP. Con la guerra en Ucrania y con el entorno de confrontación de Washington y sus aliados occidentales con Rusia y China, estos no parecen, efectivamente, los tiempos más propicios para la cooperación internacional, pero ello no la hace menos necesaria.
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