¿Sabe por qué aquí se llama Las Coloradas? Segunda de dos partes

Opinión
/ 5 marzo 2023
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A la mañana siguiente, continuamos en el asombro de la cordillera azul frente a ojos adormilados entre un saludable y aromado viento frío. Traíamos el café caliente que Erick prodigó a todos. Recogimos las tiendas de campaña y las señales de nuestra presencia para enfilar al pueblo. Encontramos a Salvador en una silla, estaba esperando. Que dónde nos metimos, dijo. Que había mandado a que nos buscaran en una camioneta porque tenían toda la noche para platicar y nada que nos encontraron.

Argumenté que de seguro habría llegado agotado del desierto y que por eso decidimos dejarlo descansar. No. Claro que no, dijo. Aquí estuve esperándoles. Se había sentado bajo el sol de mediodía, lejos de la sombra. Traía una cachucha y lentes oscuros. Jalé una silla y me senté frente a él, con el sol de mediodía.

A Salvador Alvizo le falla la vista por tener la sangre muy endulzada, un pie lo perdió también, aún así es un hombre fuerte. -No veo bien. Por favor léame la carta, me dijo.

Le conté la carta en voz alta. Allí estoy yo hablando y allí está él entrando a la historia de vez en vez, asintiendo y diciendo que esa maestra era delgadita y de pelo largo, que claro que era la maestra que curaba y que una vez, por pura mala suerte, su padre andaba enojado y le llamó desde lo alto de un camión que tripulaba; Salvador que en aquel momento tendría siete años, acudió.

Su padre le dejó caer un gran pedazo de carne, era una res que habían matado en el pueblo y que se repartía entre los que allí vivían. -Ese día era de puro comer porque no había refrigeradores, me cuenta. Ahora hay solo 3 que funcionan con energía solar. El caso es que el peso del trozo de carne fue tan grande que se siguió hasta el pie del niño y el hueso de la res perforó el primer dedo del pie. Allí va la maestra Hilda Bertha Fuentes Montemayor a curarlo.

Nos cuenta que en Las Coloradas se da poco frijol, que se pararon otros cultivos porque el riego sigue siendo de puro temporal. Que hubo minas de estroncio, pero ya solo hay de Barita y Flourita. Quería que nos quedásemos en el pueblo. Que harían una comilona, que nos pasearían en los caballos. Pero el tiempo avanzaba.

Salimos y volví con Carlos Zúñiga, a la primera persona que vimos en el pueblo el día de nuestra llegada. Tiene veintiún años y como el día anterior, bate un caldo de donde obtendrá cera de candelilla, cuyo nomre científico es Euphorbia antisyphilitica. Así, trabajando desde el amanecer hasta media tarde, este joven prefiere este pueblo. Ya había ido a terminar sus estudios a Monclova, ya fue a Saltillo a trabajar, pero le gusta la quietud y el cielo de ese lugar. Así que allí se va a quedar.

Ahora venden el kilo de candelilla a 95 pesos. Es una mejora, antes la vendían a 70 y luego a 90 pesos. Y es que Salvador dice que ya va a subir a 100 pesos. Y dice con gusto. Porque se las compran para llevársela a Brasil y a Japón. Candelilla es el diminutivo de Candela, que proviene directamente del latín candela, que significa vela, candil, candelabro y también candidato.

Allí estaba Tomás Medina ese domingo, de Nuevo Yucatán, un pueblo 40 kilómetros más adentro. Y cuenta que su padre también fue candelillero y que el agua tan escasa, la compran y la llevan desde estación Marte. Está a 1,500 pesos la “pipa” o el “viaje de agua”.

Cuando regresemos, llevaremos nosotros la carne y las bebidas. Nosotros somos quienes agradeceremos que confiaran en cuatro desconocidos portadores de la carta de la maestra Hilda Bertha Fuentes Montemayor.

claudiadesierto@gmail.com

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