Santas y santos que no son santos ni santas

Opinión
/ 19 marzo 2025

La santidad no es privilegio de católicos. Todos los hombres y mujeres, independientemente de su credo o religión, y aun los ateos, pueden alcanzar ese grado de perfección humana

He aquí un hermoso libro. Se llama “Todos los santos”, y lo escribió Robert Ellsberg, norteamericano. En su obra el autor propone una idea que algunos clérigos ceñudos juzgarán heterodoxa: la santidad no es privilegio de católicos. Todos los hombres y mujeres, independientemente de su credo o religión, y aun los ateos, pueden alcanzar ese grado de perfección humana que llamamos santidad. Se puede ser santo sin haber pisado nunca un templo.

En efecto: ¿qué es ser santo? Doña Academia da una definición muy imperfecta. Dice en su diccionario que santo es “en el mundo cristiano, la persona a quien la Iglesia declara tal, y manda que se le dé culto universalmente”. Aparte del formalismo en que se finca la definición hay una clara parcialidad en favor de “la Iglesia” Los académicos peninsulares no se molestan en precisar cuál iglesia, y hablan de “el mundo cristiano” como si todo el mundo cristiano fuera a la vez católico. Como se ve, a pesar de su nueva actitud progre, la Academia no puede quitarse aún ciertos resabios de franquismo.

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Dijo una vez el cardenal Suhard: “Ser santo significa vivir de una manera que no tendría sentido si Dios no existiera”. Según Ellsberg un santo es alguien que amó a su prójimo con intensidad y dedicó su vida a hacerle el bien. En el libro de este teólogo en mangas de camisa aparecen como santos mujeres y hombres que la Iglesia no tiene en su santoral. Algunos, incluso, han sido perseguidos o maltratados por ella, como Galileo y Teilhard de Chardin, cuyas ideas fueron anatematizadas en su tiempo. En opinión de Ellsberg la religión no importa mucho en eso de ser santo: al lado de Ana Frank, judía, están John Woolman, cuáquero; John Wesley, metodista; Sundar Singh, hinduista; John Donne, anglicano; Martin Luther King, evangélico...

Cuatro mexicanos vienen en la lista, y sólo uno de ellos ha sido canonizado: San Juan Diego. Los otros son Sor Juana Inés de la Cruz, César Chávez y el Padre Pro, beato ya. Aparecen también fray Bartolomé de las Casas y fray Junípero Serra.

Un numeroso grupo de escritores, opina Ellsberg, merecen ser llamados santos, desde Dante Alighieri hasta Anthony de Mello, pasando por fray Luis de León, William Blake, Dostoievski, Tolstoi, Chesterton, Bernanos, León Bloy, Flannery O’ Connor, Silone, Mauriac y Camus. La lista de los filósofos y teólogos es larga: Martin Buber −judío−, el cardenal Newman, Karl Rahner, Mounier, Berdiaev, Pascal, Bonhoeffer, Karl Barth, Eloísa −sí, la amante de Abelardo, que no está considerado−, Simone Weil, Orígenes, Lacordaire, Duns Escoto, Maritain, Merton, entre muchos otros.

Hay un buen número de artistas a quienes Ellsberg juzga santos: Bach, Mozart y Albert Schweitzer, músicos; Fra Angélico, Rouault y Van Gogh −¡Van Gogh!−, pintores. Hay un historiador, lord Acton; una prostituta, Rajab, y hasta una periodista: la norteamericana Penny Lerno.

Hay finalmente, personajes que nadie habría pensado llamar santos: el indio Seattle; Dag Hammarskjöld –fue secretario general de la ONU–; Gandhi; Oskar Schindler, el de la película “La lista de Schindler”; Savonarola, Erasmo de Rotterdam, Kierkegaard...

En opinión de Robert Ellsberg, pues, hay muchos modos de ser santo, y muchas manera de alcanzar la santidad. Seguramente entre nosotros hay algunos santos y bastantes santas, y no nos hemos dado cuenta.

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