Se le fueron muriendo de una en una
Y cómo no iba a saber si creció en la siembra, con sus dos hermanos y su padre, colocando en la tierra semillas de frijol y maíz
Algunos en ese lugar no saben su nombre; para ellos es únicamente una silueta que está allí afuera haciendo su trabajo de cuidar un edificio. Es alto, esbelto y camina como dice mi madre, “bien derechito derechito”. Su mirada es serena y va al frente. Tiene 71 años. Se llama Gonzalo Ibarra.
Tuve el honor de conocerlo porque me ayudó a armar un arado que va a quedar instalado en una exhibición didáctica. Cuando pregunté al responsable de obra civil si sabía cómo armar el arado que me entregaron en partes, me dijo: “Allá está Gonzalo. Él sabe muy bien”.
Y cómo no iba a saber si creció en la siembra, con sus dos hermanos y su padre, colocando en la tierra semillas de frijol y maíz. Don Gonzalo es de Zacatecas. Y mientras armaba el arado me dijo el nombre de cada parte: “esta es la macarena de donde uno se agarra, luego sigue el timón y al frente está el balancín que es un fierro de donde salen las mulas o los caballos para ayudar. Y abajo, eso de metal que entra en la tierra es una parte la reja y la otra es el ala”. Un ala firme en la tierra, abriendo para que la vida sea.
Y es que para sembrar hay qué hacer tres cosas: “barbechar, que es lo que se logra con el arado. Una vez hecho el barbecho se hace una rastra con ramas de mezquite para que se apareje la tierra y luego ‘se arropa a la tierra’ con esas ramas. Después de esto se empiezan a trazar los surcos. Luego viene la siembra y entonces la escarda, que se hace cuando ya la plantita está, para quitar la hierba, aflojar la tierra y para arrimarle tantita tierra. Ya cuando está más grande, se le da otra escardada”.
Cuenta don Gonzalo que el maíz bueno lo consigue la gente “allá en San José de la Isla, por el lado de la sierra fría, una sierra que casi colinda con Aguascalientes”. Y ese maíz de allá resiste al hielo, “porque aunque se queme luego brota”.
Se queda un momento en silencio y me comparte: “se dice que la labor cuando tiene la siembra es más celosa que la mujer, porque necesita uno estarla atendiendo, darle sus vueltecitas, estar con ella. Y si quiere sembrar frijol, ya estamos en la fecha que se hace la última siembra, que es el 28 de julio. La primera inició los primeros de junio. Esto se hace así para que no nos alcance el frío o el hielo porque el frijol queda para octubre a más tardar. Es que debe estar rendido, es decir, ya listo para cortarse”.
Cuando ya está listo el frijol, “se hacen borregos”, esto significa que uno va entreverando y uniendo las plantas hasta formar pequeños montones, todo encima de los surcos cuidando que los ejotes estén tapados por las hojas.
“Cuando ya estaba seco, nosotros nos lo llevábamos en la camioneta y extendíamos en una cancha toda la cosecha, que quedara gordito el tapete como de 15 centímetros de alto. Y de allí a puro vuelta y vuelta, pasándole las llantas de la camioneta para que se ‘despochinara’ toda la vaina”, esto es, que libere sus frijoles.
Agrega: “luego con un yelmo lo iba uno separando, y se hacía montón ya cuando se había ‘despajado’. Luego se pasaba a baños de metal y empezaba uno a agarrar montones de frijol con las manos y a dejarlos caer para que les pasara el viento y en ese momento volaban las pajitas y ya quedaba listo para lavarlo y echarlo a la olla. Luego de eso, ‘tráete las coronas’”, dijo don Gonzalo. Y agregó: “¿o no?”. Era su forma de celebrar el término de tanto trabajo. Las cervezas les sabían a gloria.
Su familia tenía poquitas vacas para la leche, gallinas para comer huevo y algo de chivos. Su papá mataba cada quince días un chivito para comer.
Recuerda que hace algunos años, compró un hato de chivas cuando todavía vivía allá en Zacatecas y se le empezaron a morir. Eran tiempos de mucha sequía. No sabía qué ocurría. A las chivas enfermas las trataba como podía y pues no atinaba a saber qué enfermedad era, se le fueron muriendo de una en una. Entonces le abrió el vientre a una chiva muerta y luego a otra. Adentro “del menudo”, es decir, del estómago, tenían bolsas de plástico, “es que con el hambre se comían lo que veían y por allí pasaba volando la basura. Ya ve cómo hay gente que pasa y avienta sus bolsas de Sabritas, de panes, de todo. Y uno no podía estarlas viendo todo el día, así que se comieron puro plástico. Mejor vendí las que me quedaban.
De unos años para acá, don Gonzalo vive en la ciudad. Este trabajo lo tiene contento. Además de cuidar el edificio, le place andar entre los arbolitos que rodean ese espacio y de pronto estira la mano y deshierba o mira lo verde que tiene frente a sus ojos.
Allí está don Gonzalo, ese hombre que sabe hacerse sus propios zapatos, construir una casa entera, manejar tractor y sembrar. Todavía lo escucho decir como una corrida de lotería: “frijoles hay muchos: pinto Saltillo, negro San Luis, la frijola que está bien grandote, el bayo, el rebosero, el frijol petacón, la flor de mayo, el canario, el peruano...”.
El vocablo siembra proviene del latín seminare que significa “poner semillas”. De allí también deriva, por ejemplo, la palabra seminario.