Sergio y el jazz
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A la memoria de Sergio Verduzco Rosán
1941-2025.
Durante años Sergio convocó semanalmente a reuniones en su casa para ejercer el raro arte de la conversación. Un grupo de amigos fraternos, que lejos de ser empresarios, políticos o alborotadores líderes de opinión, era un grupo compacto, conformado por académicos, viajeros empedernidos, melómanos y conversadores respetuosos. Durante las tres o cuatro horas semanales en las que discurrían las comidas, se hablaba de todo un poco —al fin conversadores—, con pasión y con respeto (mancuerna rara donde las haya).
Sergio escuchaba atento estas y aquellas opiniones, y con mucha frecuencia matizaba, o remataba con alguna anécdota personal, pues él había viajado más que el resto de los comensales, literalmente por todo el mundo, había comido en restaurantes reputados, como el Buddha Bar de París, La Bola de Madrid; lo mismo que en sitios de larga tradición, como la Confitería Colombo de Río de Janeiro, o El Grand Central Oyster Bar de Nueva York.
De cada ciudad conocía lo mismo teatros, y galerías que salas de concierto, y era capaz de recitar de memoria y sin tropezar, el programa visto tal noche en tal ciudad, desde Frank Sinatra, Caetano Veloso, o The Beatles, hasta artistas de trayectoria internacional, aunque desconocidos en estos parajes, como Sixto Rodríguez, o El Flaco Jiménez. De entre tanta música escuchada poseía un profundo conocimiento y comprensión de la clásica —Mahler era su favorito—; pero la que más, más le gustaba el jazz. Repasaba la historia del jazz como un ejercicio de la libertad, desde los spirituals negros de la Luisiana, hasta la libertad implícita en cada pieza al momento de interpretarla.
Contaba que en cierta ocasión vio tres noches consecutivas a Louise Armstrong en el Minton’s Playhouse de Nueva York. Aunque el programa era esencialmente el mismo, la libertad de la interpretación lo hacía parecer diferente cada noche. Además —explicaba Sergio—, un error en el jazz no es error si el músico improvisa, trabaja la síncopa, y el swing, para transformar el yerro en una nueva versión de la pieza misma. Para conseguir esta innovación sobre la marcha, es necesario que cada uno de los integrantes del grupo, así sea un dúo, se escuche. Mientras que los músicos de una orquesta, sea sinfónica, sonora o danzonera, siguen una partitura con apenas interacción dialógica entre ellos, la partitura de los jazzistas está en sus oídos.
Mientras tocan, los jazzistas van acentuando, matizando, proponiendo, comentando mediante armonías, compases o fraseos; o mediante el famoso Call and Response, que según el The Merriam Webster Dictionary, (lo cito para no errar) es una “Declaración seguida rápidamente por una declaración de respuesta. También es una frase musical en la que la primera parte, a menudo solista, es respondida por una segunda parte, a menudo de conjunto.” Esa es una herencia de los esclavos negros, quienes, en las plantaciones, una parte de la pieza la cantaban un grupo, y sucesivamente otro grupo le respondía. “Es la música de la película O Brother, Where Art Thou?”, explicaba Sergio.
Escuchar es tan importante como tocar
En el jazz, tocar sin escuchar es imposible. El diálogo entre músicos —pregunta, respuesta, comentario, silencio— hace que el grupo piense colectivamente. Por eso, el jazz enseña una forma activa de escucha que va más allá de la música.
Hablaba de la innecesaria perfección mecánica de los instrumentistas; de lo ociosas que pueden llegar a ser las partituras para una banda de jazz; de la fuerza interna del jazz para absorber todo sonido que le rodea, desde canciones religiosas, músicas regionales, académica, electrónica, hasta portazos o motores de coches, como ocurre en la música del estadounidense John Zorn (1953), o con el grupo británico Art of Noise.
Su conocimiento enciclopédico del jazz, su memoria preminente —sus nietos le llamaban “Higgins” en referencia al personaje televisivo de los 80 que sabía todo y se acordaba de todo—, su voracidad lectora, sus referencias de artes plástica, cinematográficas, y de ciencia, sin duda hizo inolvidables las comiditas de los sábados. Memoria eterna a Sergio Alfonso Verduzco Rosán, quien coincidía con Art Blakey al decir que “El jazz limpia el polvo de la vida cotidiana.”