Servilismo legislativo

Opinión
/ 9 diciembre 2022
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Pepito le comentó a Juanito: “Dice mi papá que si sigo haciendo eso me voy a quedar ciego. No sé, pero yo le voy a seguir hasta que necesite lentes”... Ocasiones hay en las cuales se hace necesario llamar a las cosas por su nombre, pues el respeto a la verdad y al valor de las palabras ha de imponerse sobre el Manual de Urbanidad y Buenas Maneras del señor Carreño. Las diputadas y diputados morenistas que aprobaron sin siquiera conocer el llamado Plan B de López Obrador para reformar la legislación electoral están muy lejos de ser representantes del pueblo: son más bien sirvientas y criados que ponen la obediencia a su amo por encima del bien de la Nación. Entiendo lo de la disciplina partidista, pero eso no obliga a la sumisión abyecta ni al abandono de la dignidad personal. El servilismo conduce inexorablemente a la ignominia. En la época de la dominación priista los diputados del partido tricolor estaban sometidos en igual forma a la voluntad presidencial. Había algunos que lo reconocían, y citaban con pena una frase acerca de su condición de diputados: “El cargo dura tres años, y la vergüenza toda la vida”. El presidente López no puede sacudirse los genes del PRI, que lleva en sí como se lleva un lunar, y somete a sus huestes a la misma servidumbre del pasado. Por eso cobra valor la actitud asumida en el Senado por Ricardo Monreal, quien de nueva cuenta se resiste a acatar ciegamente los designios del caudillo y frena sus irracionales acometidas contra la ley, el buen sentido y la razón. La postura de ese senador merece reconocimiento, aunque AMLO y su cohorte de incondicionales no se den cuenta de que el zacatecano busca proteger la imagen de Morena, y del propio López Obrador, para evitar que lleguen a extremos que lesionan la legalidad de la República y el bien de la comunidad nacional. Lloverán sobre Monreal los denuestos de sus propios copartidarios, y una vez más se atraerá la inquina de quien en las mujeres y hombres de su partido no ve personas, sino objetos de su propiedad, y que no tolera que alguien ponga ni siquiera el menor estorbo a sus propósitos. AMLO debería estar agradecido con Monreal por procurar la legalidad y racionalidad de los procedimientos de la 4T, y no considerarlo su adversario ni propiciar o tolerar su linchamiento. En vez de escuchar sólo el coro de sus aduladores, López Obrador ha de dar oídos a quienes buscan evitar que llegue a los extremos a que conducen las actitudes despóticas y la irreflexión... Creo haber cumplido por hoy la modesta misión que a mí mismo me he impuesto, de orientar a la República. Puedo entonces, sin cargo de conciencia, relatar un chascarrillo final antes de pasar a retirarme, como dicen los merolicos de barriada... El doctor Averroes era hombre apuesto, y su joven paciente, casada con marido añoso, poseía atractivas prendas personales. Entró ella en el consultorio del galeno, y el provecto señor quedó en la antesala leyendo un ejemplar de 1957 de la revista Mecánica Popular, único material de lectura que había ahí. De pronto el marido escuchó expresiones monosilábicas como “¡Ah!”, “¡Oh!”, “¡Sí!” y otras de similar jaez. Abrió la puerta del privado y ¿qué vio? Mis avisados lectores lo habrán adivinado ya. Vio a su esposa y al facultativo llevando a cabo sobre la mesa de exámenes clínicos el más antiguo rito natural. “¿Qué hace usted, doctor?” −le preguntó con cara de pocos amigos, o más bien de ninguno, al sorprendido médico−. Éste, aturrullado, atinó a responder: “Le estoy tomando la temperatura a su señora esposa”. Replicó el hombre: “Por el momento se lo voy a creer. Pero si cuando saque usted esa cosa veo que no tiene números, no sabe la que se va a armar”... FIN.

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