Ética mínima: la transparencia como imperativo humano
La filósofa española Adela Cortina ha dedicado gran parte de su obra a la reflexión sobre la ética en la sociedad contemporánea, enfatizando la necesidad de una “ética mínima” que sirva como fundamento universal en sociedades plurales. Esta propuesta se centra en establecer principios básicos de justicia que sean aceptados por todos, independientemente de las diversas concepciones de la “vida buena” que puedan coexistir en una comunidad.
Desde la perspectiva de Cortina, la ética no es un complemento opcional en los negocios, sino un pilar fundamental que garantiza la convivencia y el desarrollo sostenible.
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Además, Cortina introduce el concepto de “razón cordial”, que implica una ética que no solo se basa en la racionalidad, sino también en la empatía y el reconocimiento del otro.
ESCÁNDALO CORPORATIVO
Hace 23 años, el 2 de diciembre de 2001, la empresa estadounidense Enron se declaró en bancarrota, marcando un punto de inflexión en la historia financiera global. Enron, que en su apogeo fue una de las empresas más innovadoras y rentables en el sector energético, colapsó debido a un entramado de fraudes contables, manipulación de balances y estrategias financieras engañosas que ocultaron miles de millones de dólares en deudas.
Este episodio es recordado como un emblema de codicia y corrupción en el mundo corporativo, así como una advertencia sobre los peligros de la desregulación y la falta de supervisión ética.Esta quiebra corporativa fue la mayor en la historia de Estados Unidos en ese momento, con una deuda de más de 13 mil millones de dólares. Miles de empleados perdieron sus empleos y ahorros de toda la vida, ya que muchos tenían sus pensiones invertidas en acciones de la empresa. Además, inversores de todo el mundo quedaron devastados.
EL ASCENSO
Fundada en 1985 en Houston, Texas, tras la fusión de dos compañías de gasoductos, Enron inicialmente se dedicaba al transporte y distribución de gas natural. La empresa comenzó a diversificar sus operaciones en los años 90, transformándose en un gigante del comercio energético. Su estrategia incluía la compra y venta de contratos de futuros para electricidad, gas y otros productos.
La empresa ganó reputación como una empresa innovadora, en parte gracias a su expansión hacia mercados de energía desregulados. Su enfoque en tecnología y creación de nuevos productos financieros la colocó en la cima del mundo empresarial. Para el año 2000, era la séptima compañía más grande de Estados Unidos en términos de ingresos, con una valoración de mercado de más de 60 mil millones de dólares.
LA BURBUJA
Aunque Enron proyectaba una imagen de éxito, internamente su modelo de negocios era insostenible. La compañía adoptó prácticas contables altamente cuestionables, como el uso de la llamada contabilidad “mark-to-market”. Este método permitía registrar ingresos proyectados de contratos a largo plazo como si ya se hubieran realizado, inflando los estados financieros de manera artificial.
Además, Enron creó cientos de estructuras fuera del balance general destinadas a ocultar deudas y pérdidas. Estas entidades permitían a la compañía mantener una apariencia de rentabilidad mientras, en realidad, acumulaba miles de millones en deudas.
EL ESCÁNDALO
En 2001, las señales de que algo andaba mal comenzaron a emerger. Ese año, Jeffrey Skilling renunció repentinamente como CEO, y comenzaron a surgir preguntas sobre la complejidad de las operaciones de Enron y la opacidad de sus finanzas. En octubre de ese mismo año, Enron anunció una pérdida de 618 millones de dólares en el tercer trimestre y admitió que había reducido sus ganancias de los últimos cuatro años en casi 600 millones de dólares debido a errores contables.
La situación se agravó rápidamente cuando se descubrió que Arthur Andersen, la firma de auditoría de Enron, había destruido documentos relacionados con la investigación. El colapso de confianza en la compañía llevó a una rápida caída de sus acciones, que pasaron de un valor de 90 dólares por acción en 2000 a menos de 1 dólar en noviembre de 2001.
Ese 2 de diciembre también se desmoronó la confianza de millones en la capacidad humana para resistir la tentación de la avaricia y abrazar la ética como brújula.
PROGRESO SIN VERDAD
Indudablemente, Enron se erigió como una catedral moderna del éxito. Desde sus torres corporativas se ofrecía un evangelio de progreso, eficiencia y rentabilidad. Pero, bajo sus cimientos, un fango de prácticas oscuras carcomía lentamente su estructura.
Nos hallamos, entonces, ante una pregunta profunda: ¿Puede existir el progreso sin transparencia? Enron nos respondió sin ambages: no. La prosperidad empresarial cimentada en la mentira no es prosperidad; es un espejismo que, como todo espejismo, desaparece al primer rayo de verdad, y esto también aplica al ámbito político y gubernamental.
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La cultura corporativa de Enron, centrada en el beneficio a cualquier costo, carecía de esta dimensión cordial, lo que facilitó decisiones deshumanizadas y perjudiciales para la sociedad.
COMPLICIDAD
El desplome de Enron no ocurrió en un vacío. Detrás de cada cifra inflada, de cada informe maquillado, hubo ojos que vieron y bocas que callaron. Arthur Andersen, la afamada firma auditora, borró pruebas. Inversionistas, periodistas, incluso empleados, eligieron mirar hacia otro lado. La ética, al final, no se vulnera en grandes actos de corrupción, sino en la suma de pequeñas transgresiones, de momentos en que decidimos no hacer lo correcto porque resulta incómodo.
Es aquí donde la tragedia de Enron trasciende sus propios muros: es un reflejo de la fragilidad humana frente a la tentación de lo fácil, de lo rápido, de lo conveniente.
¿QUÉ NOS QUEDA?
El caso Enron es una lección sombría para todo el mundo y plantea una interrogante profunda: ¿puede la ética imponerse desde afuera o debe emerger desde el interior de personas e instituciones? La verdadera transformación no radica solo en las leyes, sino en una cultura ética que priorice la transparencia y el bien común sobre la codicia.
En este sentido, el caso de Enron nos obliga a reflexionar sobre nuestra propia existencia. ¿Cuántas veces maquillamos nuestras intenciones, escondemos nuestras debilidades o justificamos nuestras omisiones? La transparencia no es solo una virtud empresarial; es un imperativo humano. Como dijo el filósofo Sócrates: “Una vida no examinada no merece ser vivida”. De igual manera, un negocio no examinado no merece prosperar.
LECCIÓN
Aunque Enron fue una empresa estadounidense, su colapso dejó una lección para el mundo empresarial y, en particular, para México: reflexionar sobre qué tipo de sociedad elegimos ser. ¿Optamos por el camino de la verdad, la ética y el sacrificio, conscientes de que no siempre es el más rentable a corto plazo? Aquel diciembre nos enseñó dolorosamente que la rentabilidad que ignora los valores no es más que un castillo de arena, condenado a desmoronarse ante la primera ola.
La crisis de Enron pone de manifiesto la importancia de integrar una ética mínima y una razón cordial en el ámbito empresarial, tal como propone Adela Cortina. Solo a través de la incorporación de principios éticos fundamentales y una cultura de transparencia y empatía es posible construir organizaciones que contribuyan positivamente al bienestar social y eviten tragedias similares en el futuro.
Enron ejemplifica la ausencia de estos mínimos éticos en el ámbito empresarial. La manipulación contable y la ocultación de deudas no solo violaron principios legales, sino que también transgredieron normas básicas de justicia y confianza que son esenciales para el funcionamiento de cualquier sociedad.
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Esta historia es una fábula moderna, una que debería repetirse en los salones de juntas, en las universidades, en cada lugar donde se tomen decisiones que afecten vidas. Porque la ética, al igual que la transparencia, no es un lujo ni una opción. Es la única forma de alzar una vida - y una empresa - verdaderamente lograda.
REDITUABLE
La ética no solo es moralmente correcta, sino también estratégicamente inteligente. Como señala Adela Cortina, la ética mínima - basada en la justicia y la transparencia - es esencial para una convivencia armoniosa en sociedad, y las empresas no son la excepción.
Elegir la ética es optar por una rentabilidad sostenible, entendiendo que la verdadera prosperidad surge de la práctica de principios sólidos. Optar por la ética es haber comprendido que, sin duda, la ética es también “redituable”.
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