Teatro de intervención o cuando el arte irrumpe en lo cotidiano sin pedir permiso

Opinión
/ 18 septiembre 2023

Existe una noción generalizada de que ver teatro significa ir al teatro. Claro, es lo más normal pensar que ver teatro implica escoger una fecha y horario, conseguir un boleto y dirigirse a un lugar específico donde sucederá la acción, sin embargo, el fenómeno teatral es bastante más amplio.

Existe otra modalidad que, aunque puede suceder en cualquier lugar que no sea el edificio teatral, es casi siempre localizada dentro del gran grupo de teatralidades incluidas en el Teatro de Calle. Hablo de las intervenciones teatrales, llamadas también con otros términos como teatro de invasión, pero que independientemente del nombre, se distingue de otras teatralidades porque no implica el ritual social de “ir al teatro” especificado arriba.

La intervención teatral se encuentra muchas veces asociada a teatros políticos y de agitación porque esencialmente no pide permiso, ni de la autoridad ni del público, simplemente aparece en algún lugar inesperado. El teatro de intervención es ese teatro que comienza de la nada, fundido con el espacio y ritmo cotidiano, para después irrumpir una realidad que no es la suya y crear un espacio y tiempo distinto al que caracteriza a esos lugares. Por su naturaleza, la mayoría de las ocasiones se trata de teatro gratuito, al menos para los espectadores, quienes ni siquiera han pedido estar ahí.

Este tipo de manifestación es mucho más común en épocas donde los ánimos políticos llaman a actividades de protesta y en situaciones como los festivales centrados en el performance o el teatro de calle. Durante los años 60’s en Estados Unidos, se cumplía con la primera condición, por lo que dos de los ejemplos históricos de este tipo de teatro son The Living Theatre y el Bread and Puppet Theatre, aunque con propuestas bien distintas. El Living se enfocaba en el cuerpo y la interacción directa con el público para comunicar, mientras que el Bread and Puppet tendía a ser más espectacular a los ojos del público por su uso de marionetas y dispositivos que aún en las propuestas más oscuras, recordaban el ánimo festivo de los desfiles y carnavales.

En el caso de México, me es difícil pensar en referencias con el nivel de monumentalidad que presentaban estos grupos, por lo menos casos en los que el enfoque sea el teatro que raya en el activismo y no lo opuesto, el activismo cuyos elementos teatrales interesan a la investigación de las artes escénicas. Sin embargo, es claro que propuestas ha habido, aunque desde un enfoque más “discreto”.

Durante la primera década del 2000, La Biznaga Teatro tuvo gran actividad interviniendo diversos espacios en la Ciudad de México, siendo el metro lugar de algunas de sus acciones más memorables. Sobrecargos ofreciendo servicios de lujo en el “vagón de clientes preferenciales”, un grupo de dormilones en piyama buscando quién les pueda leer un cuento o un poema para poder conciliar el sueño. Durante un tiempo, el metro de la Ciudad de México se volvió lugar de lo inesperado.

Si las intervenciones teatrales responden a un modelo completamente distinto de producción – y financiamiento – es porque sus intenciones también son otras. El teatro de invasión busca mover los esquemas establecidos de funcionamiento, reglamentación, uso y percepción de un espacio. Por lo mismo, no se le anuncia hasta que ya está sucediendo. La materia prima y a la vez el objetivo a desestabilizar es el ritmo cotidiano, como para evidenciar desde la ficción que esas reglas que consideramos inamovibles no son más que una construcción. Eso implica por supuesto, también otro tipo de entrenamiento actoral y otro tipo de enfoque artístico.

El artista que interviene un espacio requiere, en inicio, salirse él mismo de los patrones establecidos dentro de los cuales ha sido entrenado. La habilidad para improvisar es una cualidad muy apreciada, la capacidad para aceptar que las cosas casi nunca salen según lo planeado, es obligatoria. Parece una historia de terror para artistas que adoran la organización y el orden, pero para aquellos dispuestos a aventurarse y a dejar al público reaccionar como ellos quieran, existen regalos tan inesperados como efímeros en el fino arte de hacer teatro sin pedir permiso.

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