Teatro y cuerpos: de lo virtuoso a lo relacional
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El cuerpo es esencial en el arte teatral. Sabemos que el teatro implica que un cuerpo, o una serie de cuerpos se presenten ante otros que los observan. La relación actor-espectador puede cambiar, pero el arte teatral siempre será un arte de la presencia.
Pensar el cuerpo en el teatro implica pensar en la historia de este arte; pensar, por ejemplo, que hubo un tiempo – bastante extenso si me lo preguntan – en el que el cuerpo femenino no tenía derecho a la presencia. Si bien es bastante conocido el “dato curioso” de que en la Inglaterra isabelina los personajes de mujeres eran interpretados por hombres, poco se habla de que esto fue así desde mucho antes. Los cuerpos femeninos no existían en el teatro de la Grecia Antigua, no existieron en la Edad Media y tampoco durante buena parte del Renacimiento, siendo la Antigua Roma una excepción, quizás por el carácter más de entretenimiento casual que de “arte respetable” que tenía el teatro en ese entonces.
El cuerpo del actor – y de la actriz – es un cuerpo virtuoso, aunque virtuoso sea entendido de manera diferente con el paso del tiempo. En la Antigua Grecia la capacidad de declamación era fundamental, más que la capacidad de movimiento. Hacia la Antigua Roma y la Edad Media, la capacidad de realizar acrobacias y otras habilidades físicas se vuelve más importante hasta llegar a actores altamente especializados en la caracterización física como lo fueron los actores de la commedia dell’arte en Italia. El Renacimiento exige personajes que personifican lo que la mayoría pensamos al escuchar “virtuosidad”: grandes bailarines, cantantes e intérpretes, apegados a técnicas rigurosas que por mucho tiempo predominaron; por lo menos hasta que el realismo teatral acaparó la escena.
A partir del S.XIX el cuerpo del actor es un cuerpo múltiple. Algunas técnicas exigen una expresividad cercana a la de un bailarín, otras, la naturalidad de quien parece que no se esfuerza, pero con la presencia de quien es capaz de hipnotizar la mirada del público. El naturalismo tira para un lado mientras que corrientes como el expresionismo tiran para otro. Y es que un cuerpo que muestra “la verdad” también es algo que difiere según el contexto.
Un cuerpo que proyecta verdad para Stanislavski sería un cuerpo que nos hace creer que el actor vive eso que vive de manera real y por vez primera. Poco relacionado a lo que otros creadores como Artaud o Grotowski considerarían verdadero; una verdad más pulsante, la verdad última de la naturaleza humana. Brecht quizás nos diría que la verdad en el cuerpo del actor poco importa si no provoca que el público analice su propia verdad. Verdad afincada en lo real y que quizás tenga más relación con el cuerpo, ya no verdadero sino real que proponen los happenings y la performance art en el siglo XX.
¿Y qué es el cuerpo del artista de teatro hoy en día? Quizás habríamos de preguntarnos primero qué es el teatro hoy en día. Y probablemente la respuesta sería que es todo eso que ya mencioné y unas cuantas cosas más, porque cuando ya se ha abordado todo lo que el cuerpo puede ser, no cabe otra cosa que preguntarse por aquello que la presencia del cuerpo no es. Cosas como la ausencia.
Vivimos en un tiempo ideal para preguntarse por la ausencia de cuerpos. Propuestas que hacen uso de medios virtuales nos hacen preguntarnos si puede el cuerpo estar y no estar presente. Al mismo tiempo, la vida ha empujado a muchas sociedades a la realización de performances – artísticos y no artísticos – que se preguntan ¿dónde quedan los cuerpos de esos que no pueden ser encontrados?
En el siglo XXI lo real y lo ficcional se fusionan porque la ficción gusta de alimentarse de lo real, y porque lo real a veces pareciera que es inventado. En tales casos a veces el cuerpo propio, no tan virtuoso, ese con el que nacimos, puede llegar a ser igual o más efectivo.
¿Cuál es el futuro del entrenamiento actoral entonces? ¿Hemos llegado a la era de los no-actores? No lo sé, pero eso no nos ahorra mucho trabajo. Encontrar ese cuerpo menos virtuoso y más relacional, ese cuerpo que pulsa desde lo que realmente somos a veces es igual o más complicado de encontrar.