Poder Prieto y moreno
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Se dio a conocer esta semana la disolución de Poder Prieto.
Creado en 2021 bajo el liderazgo del controvertido actor Tenoch “Namor” Huerta, el colectivo tendría como objetivo primordial la lucha contra las prácticas racistas y discriminatorias en la industria del espectáculo (cine, teatro y televisión si es que todavía existe tal cosa).
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Pero algo estaba podrido de origen. Desde un inicio se acusó que el ánimo que movía todos los pronunciamientos y acciones de esta asociación era el resentimiento.
Si bien, el racismo y la discriminación son una realidad en nuestro País (dicen, yo soy güero de ojos verdes), la Historia nos enseña que el camino a seguir es la búsqueda de la integración y no el revanchismo.
En efecto, es probable que desde la Colonia con su sistema de castas, el color, el origen y el apellido de las personas hayan sido el pretexto para darnos un trato horrendamente desigual entre iguales, lo que perpetúa la pobreza y falta de oportunidades de una mayoría y el privilegio de unos pocos.
Habría más de una manera de abordar esta real problemática social, sin embargo, avivar el antagonismo y perpetuar un discurso de “nosotros y ustedes” no es precisamente la piedra fundacional para un país bien integrado.
Y es que reivindicar desde la afrenta ancestral y el reclamo de “lo que es nuestro” no sólo levanta barreras, sino que obviamente pone a la defensiva a una clase privilegiada que con más fuerza se va a aferrar a los componentes identitarios de su burbuja de seguridad: Su blanquitud, su apellido, su ascendencia.
Poder Prieto quizás debió plantearse si buscaba ser un factor de integración o de rencoroso desagravio. Porque mucho me temo que la restitución por el pasado que tantos anhelan no existe, no va a llegar nunca porque no es posible. Sencillamente no se puede resarcir ya a las víctimas de las masacres (“jejeje”) de la Conquista.
Lo que sí se puede es eliminar las políticas preservacionistas y neoprimitivistas que pretenden que las comunidades indígenas vivan en el rezago de hace 500 años (“porque son sus usos y costumbres”). Y tratar de erradicar las prácticas discriminatorias desde la aproximación correcta, con el discurso adecuado, mismo que podríamos discutir pero sí le garantizo que no es el de “Poder Prieto” porque parte de la premisa de que toda la gente morena está igual de resentida que su miembro más destacado, un actor que ya hasta protagonizó en Hollywood una película de Marvel hablándonos de su batalla contra la falta de oportunidades. ¡Pobre guerrero al que Diosito le da sus peores batallas! Lejos de hacerse de un nombre internacional, pareciera que “Panoch” Huerta se hizo de una reputación de acomplejado tóxico e inmamable (sí, aunque mi amiga R. diga que está buenote-chacalote).
Además de su radicalismo, el colectivo se vio envuelto en diversos escándalos en los que se le acusó de los mismos pecados que se cometen desde el privilegio. En sus tres años de existencia, muchos miembros fueron deslindándose de este movimiento porque sintieron que, o no abonaba a la causa que se planteaba, o de plano esa causa estaba mal planteada.
Y es que, como dijo alguien por ahí, pareciera que el motor de Poder Prieto no era el orgullo de ser moreno, sino la rabia de no ser blanco. ¡Wow!
La verdad no sé si tanto así, pero advierto que esa falla de origen que arrastraba el hoy extinto Poder Prieto es la misma que padece el lopezobradorismo: Un divisionismo irreconciliable, un empeño en profundizar la zanja que nos separa.
Es simple y no es ningún misterio para nadie: Como cualquier gobierno, el de López Obrador tiene detractores y entusiastas, críticos e incondicionales. Pero el propio Presidente ha consagrado cada día de su gobierno a envilecer a los primeros y victimizar a los segundos. De manera que ya no se trata de ciudadanos con diferencias ideológicas, sino de élites contra desposeídos; corruptos y vendepatrias contra pueblo bueno, y -desde luego- gente autóctona, mestiza, contra gente aspiracionista, clasista y racista.
Desde su denominación, el partido oficial está diseñado para aludir a una supuesta reivindicación de la sangre indígena: Morena es un nombre tan polisémico que requiere un tratado completo.
Desde luego, avivando esta pugna interminable, el líder sabe que tiene manga ancha para incumplir sus compromisos y deberes, tomarse atribuciones que no le corresponden y torcer la ley a su modo cuando no la ignora por completo. Así cualquier reclamo hacia su administración o desempeño se interpreta como un ataque o reacción derivada de esa lucha entre clases que no debería existir, pero AMLO valida y sanciona como juez supremo.
¿Hay desigualdad social? Desde luego. Deberían implementarse políticas eficientes para mitigarla a largo plazo (y no sólo un paliativo mensual). En cambio se glorifica la pobreza y se sataniza la riqueza.
¿Hubo corrupción en el pasado? ¡Muchísima! Debería castigarse a través de los canales y las instancias legales para hacer justicia. Y no sólo estar buscando, de entre la bolsa de adversarios, un nuevo judas para quemar en las mañaneras. Eso ni es legal ni es justicia.
¿Hay clasismo y racismo? A no dudar, pero es más cómodo y fácil encender los ánimos, avivar los enconos e invitar al desprecio, que buscar los denominadores comunes que nos permitan integrarnos como sociedad.
¿Se puede? Desde luego que sí. ¡Pregúntele a Nelson Mandela! Bueno, no le va a poder preguntar porque ya se murió. Pero ahí está Morgan Freeman que lo interpretó.
Tras convertirse en Presidente de Sudáfrica luego de 27 años de injusto encarcelamiento, cualquiera habría esperado de Mandela un régimen de rencillas, de rencor, de resarcimiento y de venganza y un discurso a lo Poder Prieto.
En cambio, hizo todo por integrar a los negros (hijos de las tribus originarias) y a los blancos (hijos de los esclavistas colonizadores y pro apartheid) bajo una misma bandera y nacionalidad.
Pero nuestro Tlatoani no debe haber visto ni siquiera la peli, aunque le chifla que lo comparen con hombres de esa estatura que no podría alcanzar ni trepado de lo alto de su ego, porque es un enano moral.
Poder Prieto no soportó ni tres años. Colapsó por el peso de su propio odio y resentimiento. ¿Cuánto soportará Morena?