Territorio comanche

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«Porque en el fondo cada muerto no es sino eso: el dolor futuro de alguien que te espera y no sabe que estás muerto»
Dentro del caos que representa habitar en un mundo que nos mantiene permanentemente en estado de alerta y, más aún, en competencia, acumular y demostrar son dos herramientas de fuste para luchar diariamente en la batalla de los egos coetáneos.
Asimilar a ese nivel los pifostios de cada día nos desdibuja lo cruento que llega a ser el vivir en medio de un verdadero conflicto bélico, especialmente cuando hasta hace algunos años parecía que, más allá de las guerras intestinas que nos habitan, las broncas de proporciones mundiales se estaban mudando de las trincheras enlodadas a los robos masivos de información y el terrorismo cibernético.
Así, no transcurre una semana sin enterarnos, inclusive en contra de la propia voluntad, sobre las diferencias encarnadas entre palestinos y judíos, rusos y ucranianos o las incontables guerras de guerrillas, más lo que se acumule a cada instante, pues la ira es un sentimiento inflamable.
Paradójicamente, muchos de ellos son pleitos antiquísimos que no comenzaron los protagonistas contemporáneos y que no sólo son reincidentes, sino muchas veces irresolubles dadas las necias posturas –nunca mejor dicho- de tirios y troyanos.
Sobre esto van dos de las mejores novelas del bueno de Arturo Pérez-Reverte, un tipo que le sabe a estos menesteres y tiene buena pluma: Territorio Comanche (1994) y El Pintor de Batallas (2006). En ambas retoma este tema, uno de los que habla poco menos que de otros, pero que conoce como ninguno, pues lo respaldan más de dos décadas -micrófono en mano- en situaciones de beligerancia.
La primera de ellas, que además es su debut en el mundo de las letras, expone un relato sobre de lo desbastador que puede ser el atestiguar un conflicto de magnitudes cruentas, siendo una novela discretamente personal, relata su paso por la guerra croata a principios de los años noventa en compañía de José Luis Marqués en la cámara.
Lo dicho es la propia visión de alguien que palpa el conflicto más allá del tiempo en que lo echen a cuadro, pues vive entre bombardeos, enfermedad, sangre por doquier y todas las calamidades que representa el miedo ambiente de una guerra. Ergo, una fuente sin eufemismos, ni conjeturas. Un golpe de realidad a secas.
En sus palabras el territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos (...) es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando.
Es decir, es un sitio que no tiene patria, ni pasaporte y, muchas de las desgraciadas veces, identidad. Es incorpóreo y aparece por aquí o por allá. En donde exista violencia, habrá un espacio para él porque las grandes peleas comienzan siendo internas y viscerales, pero se materializan a través de la falsa elocuencia de unas palabras que matan detrás de un escritorio.
Luego tendremos otras que nos cuenten lo que pasó, ya que como dice el autor en realidad no hay nada tan quieto como los muertos (...) Porque, además de quietos, están solos y no hay nada tan solo como un muerto. El Territorio comanche se libra en cada esquina donde la ley y el humanismo no existen.