Teuchitlán: el horror de hoy es el horror de ayer y el de mañana

Se trata de una violencia estructural cobijada por la omisión de quienes tienen la responsabilidad de proteger la seguridad. Se trata de la derrota del Estado de derecho.
El horror volvió a cimbrar al país. Un nuevo hallazgo, de un nuevo sitio de exterminio, ahora en Jalisco, ha escandalizado a la sociedad. No es para menos. Las imágenes de los indicios recolectados en el rancho Izaguirre de Teuchitlán, un lugar que ha trascendido fue utilizado para actividades de adiestramiento y exterminio de personas, han vuelto a espabilar al país.
Prendas de vestir, zapatos, mochilas, cuadernos con apuntes y más indicios han impactado, principalmente, a las familias de personas desaparecidas.
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Pero el horror no viene sólo de las imágenes, viene también del hecho de que fue un colectivo, Guerreros Buscadores de Jalisco, el que localizó la zona, no las autoridades. Viene porque anteriormente autoridades ya habían visitado el sitio y no encontraron lo que sí halló el colectivo. Viene porque el exterminio ocurrió sin que nadie hiciera nada.
El horror no está únicamente en el exterminio per se. Está también porque es el reflejo de años de impunidad, de complicidad y de valemadrismo por parte del Estado mexicano (entiéndase todos los niveles de gobierno).
No es nuevo. El exterminio confesado de “El Pozolero”, la masacre de San Fernando, la masacre de Allende o del penal de Piedras Negras; Patrocinio o Estación Claudio en La Laguna; las fosas de Durango, Tarímbaro en Michoacán o las fosas de Veracruz. El mapa nacional está cubierto para la tragedia de los desaparecidos, la tragedia del exterminio deshumanizante y la tragedia de un Estado corrupto y cómplice.
Y ahora que el horror volvió a espabilarnos, es menester cuestionar qué ha pasado con toda esa radiografía del crimen.
En la semana, a propósito del hallazgo en Teuchitlán, conversé con Silvia Ortiz, la representante del Grupo Vida, el colectivo de Coahuila que se ha dedicado los últimos 10 años a realizar búsquedas en campo y que en una década ha encontrado 27 zonas de exterminio en La Laguna: Patrocinio, Estación Claudio, Santa Elena, San Antonio de Gurza, El Volcán, Cerro Bola...
Ortiz platicaba cómo a partir de otra tragedia se podía voltear a ver lo ocurrido en lo local: Patrocinio, el gran cementerio coahuilense, por ejemplo. Lugar donde “Los Zetas” quemaban a sus víctimas.
Sin embargo, el problema es reducir el tema al morbo: a los hallazgos de restos óseos carbonizados, el hallazgo de los tambos agujerados con olor a diésel, la ropa hallada, las esposas encontradas. La mirada también tendría que estar en otro punto: en las omisiones, en las responsabilidades de quienes estaban y no estuvieron. De quienes tenían a cargo la seguridad y no actuaron. En las complicidades y el silencio.
AL TIRO
El hallazgo en Teuchitlán obliga a hacer una reflexión más allá del morbo de las imágenes, más allá de la sangre, los calificativos o las comparaciones con otros exterminios históricos. Se trata de una violencia sistemática, de una crueldad que no tiene niveles de terror o que cada capítulo supera al anterior.
Se trata de una violencia estructural cobijada por la omisión de quienes tienen la responsabilidad de proteger la seguridad. Se trata de la derrota del Estado de derecho.
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¿Cuántas identificaciones? ¿Cuántas personas procesadas, sentenciadas? ¿Cuántos funcionarios, alcaldes, gobernadores, secretarios de seguridad, delegados o fiscales de justicia han sido castigados por sus omisiones?
Hoy fue Teuchitlán, ayer fue San Fernando o Patrocinio. Mañana será en Guerrero, Chiapas o Zacatecas; en Yucatán, Chihuahua o Coahuila. Y el mapa del horror volverá a espabilarnos y nos asombrarán las imágenes que se descubran, un nuevo cementerio clandestino, una nueva zona de exterminio. ¿Y quién pagará? ¿Y cómo detendremos esta violencia estructural?