Tiemblan AMLO y su gabinete por la ópera de confesiones de ‘El Mayo’
El recién casado le dijo a su flamante esposa: “No me gusta que comas cacahuates mientras hacemos el amor”. “¡Ah! –protestó ella–. ¡Entonces nada más tú quieres disfrutar!”... Don Añilio, señor que lleva encima muchos calendarios, leyó un libro sobre naturismo y salió a su jardín a tomar el sol sin otra cobertura que una gorra y unas chanclas de hule. Eso del naturismo tiene sus complicaciones, porque en él siempre está presente la naturaleza. He aquí que una abeja (Anthophila, del griego anthos, flor, y philos, amor) le picó al desaprensivo nudista en su atributo varonil, que de inmediato acusó los efectos del punzante e inflamador piquete. Acudió el veterano caballero con un médico y le solicitó: “El dolor quítemelo, doctor, pero déjeme la inflamación”... Pimp y Nela son pareja. Él es gigoló y ella su pupila. Una tarde la daifa le salió a su chulo con la novedad de que iba a dejar su oficio de sexoservidora. “¿Cómo es posible? –se molestó Pimp–. Eres la más productiva de mis nenas. En la casa de asignación donde trabajas subes al segundo piso 25 veces cada noche para atender a tu clientela”. “Por eso voy a renunciar –declaró Nela–. Los pies me están matando”... Cucoldo solía decir que era hombre de mundo, y que nada lo sorprendía ya. Se equivocaba. Grande fue su sorpresa cuando llegó a su domicilio después de un viaje que terminó anticipadamente y halló a su mujer en trato de fornicio con el vecino de al lado. “¡Cabrón! –le dijo al individuo–. Ese vocablo fue el primer epíteto injurioso que le vino a la cabeza, pese a haber muchos otros muy variados, como “granuja”, “bribón”, “tunante”, “belitre”, “pillo”, “truhan”, “villano”, “perillán” o “malandrín”. Añadió a aquel duro vocablo una amenaza de vindicta: “Ya que estás en la cama con mi esposa, ahora mismo iré a tu casa a dormir con la tuya”. “Tienes razón –manifestó el vecino–. Con ella lo único que se puede hacer en la cama es dormir. Que el sueño te aproveche”... El padre Arsilio supo que Pirulina, joven mujer de su parroquia, tenía relaciones de libídine con Pedro, Juan y varios. Se propuso entonces hablarle del infierno. Le dijo: “¿Sabes lo que te vas a ganar acostándote con tantos hombres?”. Replicó ella: “No cobro, señor cura”... Siento un extraño gusto por la ópera, inverosímil género en que la gente canta con un puñal clavado en el corazón o tras haber bebido un mortal veneno. Mis amigos, melómanos puristas, reprueban esa afición mía. Para ellos la Santísima Trinidad no está formada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, sino por Bach, Beethoven y Brahms, las tres grandes bes del arte musical. Les sorprende que me sepa de memoria una veintena de arias de Verdi, a quien llaman “organillero”, y opinan que “La Donna è Mobile” es apenas un poco superior que las canciones de Rigo Tovar, el reguetón o el rap. Yo no hago caso de sus críticas –a mis años ya no hace uno caso de ninguna crítica–, y sin dejar de oír la música que ellos aprueban sigo escuchando las óperas de Rossini, Bellini y Donizetti; las de Verdi, Mascagni y Leoncavallo; las de Puccini, claro, y de vez en cuando las de Menotti y Berio. Sigue en la escala de mis preferencias la ópera francesa con Bizet, Saint-Saëns, Gounod y Massenet. Confieso que las óperas de Wagner no han dejado de atemorizarme, y sólo escucho alguna de ellas cuando dispongo de un par de días para oírla y luego procesarla. Ahora bien: ¿a qué esta larga disertación operística? Viene a cuento para decir que AMLO y su gabinete de seguridad han de estar padeciendo sofoco y temblorina ahora que “El Mayo” Zambada está preso en el otro lado. Saben que cantará hasta Rigoletto... FIN.
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