¿Tienes hambre? Busca el balance

Opinión
/ 25 agosto 2023

Hambre: Gana y necesidad de comer. Escasez de alimentos básicos, que causa carestía y miseria generalizada. Apetito o deseo ardiente de algo (RAE).

Algo que ocurre en el mundo y me asombra es que cada vez existen más personas que sufren de lo que yo denomino “hambre añeja”. ¿Pero qué es el “hambre añeja”? Es esa sensación de que cuando no tenemos algo, o que casi no disfrutamos, no podemos evitar avorazarnos y quererlo devorar inmediatamente cuando ya está en nuestras manos. Todo por el miedo a que no sabemos cuándo lo tendremos de nuevo.

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También aplica al lado contrario, ese mismo sentimiento de miedo nos juega de tal manera que cuidamos en extremo ese bien tan valioso que no queremos que se acabe o agote.

Personas que cuando eran pequeñas no pudieron disfrutar de alguna comida en especial, cuando crecen y pueden adquirirla, la consumen inmediatamente. Y qué decir de aquellos que nunca dejarán de ser eternos niños comprándose “juguetes” porque ahora pueden permitírselo.

Y como le digo, también está el otro lado de la moneda, personas que han sufrido bastantes carencias económicas que, cuando adquieren una solvencia suficiente, se vuelven temerosas de gastar y reacias a compartir por el miedo a volver a pasar por esas penurias.

Y lo peor es que esto no termina aquí, entregan a manos llenas a sus propios hijos todo lo que ellos no pudieron tener, contagiándolos también de estos sentimientos y prácticas, ya sea de despilfarro o de austeridad incontrolable. Incluso si no es este el caso, esto se manifiesta porque es algo que se hereda, lo quieran o no.

¿Pero cómo frenar entonces esto? No soy psicólogo ni terapeuta para poder tratar sus traumas, ni tampoco me interesa lidiar con ellos, no lo tome a mal, ya tengo demasiado con los míos. Lo que sí puedo decirle es que lo más sano es encontrar un punto de equilibrio en el cual podamos vivir en paz lo más posible.

Hay que ser conscientes de lo que hacemos siempre. Si bien podemos llegar a pensar, como dicen, “mi trabajo me ha costado”, “yo me lo gane” o “es mío y yo decido que hacer” no podemos desperdiciar todo nuestro esfuerzo en algo banal y pasajero. Porque precisamente eso sería, un total desperdicio.

Personas que gastan todo su dinero, ya sea su sueldo, ahorros, etcétera, en cosas que no valen la pena o, peor aún, ni disfrutan en vida el fruto de lo que sembraron. Están simplemente desperdiciando su esfuerzo.

Recuerdo una historia que siempre ilustra para mí este “síndrome” de “hambre añeja”: mi mamá relata que cuando ella era una niña, en su casa compraban una lata de sardinas para compartir entre sus otros seis hermanos. Imagínese, una lata para 7 niños. Obviamente, con algo de suerte a cada uno le tocaba una sardina y nada más. Mi mamá, cuando creció y empezó a trabajar, lo primero que hizo fue comprarse una lata para ella sola, terminó asqueada de las sardinas a tal punto que hasta el día de hoy le resultan desagradables en todos los aspectos.

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Hay ocasiones en las que deseamos tanto algo que cuando lo obtenemos terminamos asqueándonos de eso o desilusionándonos. Ya sea un trabajo, una comida o incluso una relación.

Encontrar el punto de equilibrio para poder tener la paz que se requiere para vivir no es fácil, de hecho, es lo más complicado, pero no imposible. Simplemente es cuestión de prueba y error. Y prestar mucha atención, no estoy diciendo que tengamos que “probar” todo para luego darnos cuenta de si fue un error o no. Hablo de actuar con inteligencia.

Cometeremos errores, es cierto, de hecho, es lo mejor que nos puede pasar, pero debemos aprender de ellos.

Tenemos ese sentimiento de escasez tan arraigado en nuestro ADN que tememos soltar y empezar de nuevo. “El trabajo no me gusta, no es como yo me lo imaginaba, pero tengo un trabajo seguro” o “¿cómo podría criar a mis hijos sola? Jamás les privaría de tener un padre. ¡Madre soltera, jamás!”, “Ahora tengo dinero, si no lo disfruto ahora, ¿cuándo?”, “No, porque se me acaba”. ¿Le resultan familiares frases como estas?

Queremos llenar un “vacío” que no puede y no debe tratar de ser llenado. Debemos aprender a usar nuestra propia inteligencia y seguir adelante.

Yo, queridos lectores, no estoy exento, he hecho y sigo haciendo tantas cosas por tener esta “hambre”. Dos que siempre sobresalen: en primer lugar, soy muy obsesionado con mis cosas, tengo ese temor de que no deseo que se agoten o desgasten, todo por el miedo a no saber si después podré comprarlas de nuevo.

La otra, más simple, pero igual creo que encaja en este perfil, es que soy muy adicto a esas frituras rojas picantes que venden en todas las tiendas de autoservicio y víveres. No menciono la marca para no hacerles el gol, pero seguro saben a cuáles me refiero.

Cuando era niño, mis papás me compraban una bolsa grande de estas frituras, y yo me las devoraba inmediatamente, y siempre me quedaba con ganas de más. Ahora, de adulto, puedo comprar las que quiera, ¿y qué? Igual me las acabo en una tarde yo solo.

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Como menciono, es difícil encontrar ese punto de “equilibrio”, pero si tratamos de ser más conscientes, quizás podamos darnos cuenta de en qué debemos trabajar. Una vez conocí a una persona que tenía en su casa un congelador lleno de carne. Le pregunté, “¿para qué quieres tanta carne?”. A lo que respondió: “de niño casi no comíamos carne, así que cuando voy a la tienda no me importa si ya tengo mucha en mi casa, siempre compro más”. Hambre añeja, mis amigos.

Y no está mal tenerla, porque de hecho todos la tenemos, en diferentes medidas o niveles, el problema está en no saber controlarla apropiadamente. Como dicen, el hambre es canija, y más pa’ el que se la aguanta, sin importar el tipo que sea.

Así que disfrute lo que tiene, viva su vida, pero con sabiduría, como menciona Robin Sharma en su libro “El monje que vendió su Ferrari”: “Hay que vivir con moderación, huir siempre de los extremos”. Aunque si no quiere hacerlo, igual tampoco pasa nada, al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?

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