Tocqueville

Opinión
/ 10 octubre 2021
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Hace 20 años llegó a mis manos un ensayo publicado a inicios de 2001 por Charles Handy, un escritor y profesor inglés. El ensayo me lo recomendó en aquel entonces alguien a quien admiraba y sigo admirando, y aprecio no solamente por los lazos familiares o de trabajo que nos unían y unen, sino por su constante búsqueda de respuestas, deseo de seguir aprendiendo y ansia de constante superación. Él y yo, cada uno con nuestro estilo y perspectiva particular, compartimos una inquietud por temas de actualidad y por buscar entender qué es lo que le conviene a México y cómo podría México resolver algunos de sus problemas más importantes. Gran parte de esta inquietud es un ejercicio mental y hasta filosófico visto desde puntos de vista personales, concordando en algunos casos y discordando en otros. Platico esto porque de intercambios de ideas casuales, que con cierta frecuencia tenemos con amigos, familiares y conocidos, de pronto surgen temas que valdría la pena compartir en este espacio. En marzo de 2001 escribí una columna con ese ensayo de Handy como referencia, enfocada principalmente a la coyuntura de aquel entonces: Vicente Fox a 100 días de gobierno y su peculiar estilo de gobernar y comunicar, el anhelo y esperanza de cambio inminente a raíz de la salida del PRI de Los Pinos, el EZLN, la propuesta de una reforma eléctrica y otra fiscal (temas permanentes, por lo visto). Ahora quisiera extrapolar aquella columna
a la actualidad, veinte años
después, y tal vez con las mismas conclusiones.

El ensayo del señor Handy (“Tocqueville Revisited: The Meaning of American Prosperity”. Enero, 2001. Harvard Business Review) trata de comparar lo que vio el francés Alexis de Tocqueville durante su viaje en 1831 a los Estados Unidos con lo que el mismo Tocqueville vería ahora si pudiera volver a los Estados Unidos. El ensayo se enfoca a explicar el significado de la prosperidad americana y abarca una serie de temas que son dignos de analizarse y comentarse por separado, ya que pueden ser usados para entender mejor la realidad de México (en 2001 o en 2021, tristemente) y cambiar paradigmas que pudieran estar limitando nuestro desarrollo y bienestar. Particularmente me llamó la atención una parte donde explica el deseo de los americanos, tanto en 1831 como en la actualidad, por innovar, por buscar incansablemente el cambio como agente de bienestar y prosperidad, y lo compara con la actitud que mostraron los españoles desde que llegaron al continente. Según el autor, los españoles preferían tener una actitud de mantener las cosas “sin novedades”. Sí, esos españoles que han estado muy de moda en las Mañaneras del Presidente y a los que se puede acusar de muchas cosas, sobre todo el haber instituido un sistema extractivo que, siendo honestos, parece no haber cambiado mucho en 500 años.

Al leer esa parte del ensayo no pude evitar la comparación y me puse a ver la cantidad de temas de actualidad en México que son noticia precisamente por la resistencia de la población en general y nuestras autoridades (de todos niveles) al cambio. Preferimos avanzar con los ojos en el espejo retrovisor. Y no, esto no es exclusivo del Presidente o gobernador en turno, y sí, existen algunas excepciones notables que esperemos se multipliquen pronto. Después de las promesas de cambio o de que viviríamos mejor, o de que nos cumplirían lo que firmaron, del primero los pobres, me pregunto si realmente somos tierra fértil para los cambios necesarios (y urgentes), para la innovación (muy escasa), para buscar fórmulas distintas a pesar de la evidencia que nos dice que siguen los mismos de siempre haciendo lo mismo que siempre y esperando resultados distintos. Me parece que fácilmente le podemos dar la razón al autor del ensayo que mencioné y que somos un reflejo de su percepción de los españoles de antes: nos gusta mantener las cosas como son y cualquier posibilidad de cambio nos pone a la defensiva. Estamos peleados con el futuro y enamorados del pasado; ese futuro que veíamos en el año 2000 y el sueño de un “México 2020” ya vino y se fue. Estábamos parados en la plataforma del tren y no nos subimos, aunque teníamos maletas en mano y supuestas ganas de emprender ese viaje. Así, a mitad de otro sexenio que muy probablemente dejará a la mitad de la población desencantada, empezamos a “futurear” sobre quiénes pudieran tomar las riendas del País y las opciones siguen siendo las mismas de siempre, desde un hijo o esposa de expresidentes, a una personalidad de la televisión o funcionarios que se les caen los trenes elevados por mal planeados o mal mantenidos; no aprendemos. Tocqueville estaría confundido, tal vez anonadado o
hasta riendo a carcajadas de ver cómo actuamos los mexicanos del siglo 21.

@josedenigris

josedenigris@yahoo.com

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