Un mexicano excepcional: Francisco I. Madero

Opinión
/ 22 febrero 2025

Ya le he contado, estimado leyente, en otros textos, que a mí me gusta la Historia, toda. De su mano, mejor dicho, de la lectura de sus textos se entera uno de cómo era la vida en otros tiempos, de acontecimientos de cuando uno ni siquiera existía. Yo tengo fascinación por el conocimiento del pasado, me explica el presente y me permite atisbar en el futuro. México, nuestra tierra, tiene una historia, sucesos que la marcaron para bien o para mal, protagonistas de quienes le entregaron lo mejor de sí mismos y también de otros que son una muestra vergonzosa de cuanto no debe ser ni hacer un ser humano.

El hombre de quien quiero hablar en estas líneas que tan generosamente usted hace favor de leer, tenía unos ojos color caoba en los que brillaba la calidez de su corazón, llevaba barbas –como muchos de sus contemporáneos– era de baja estatura, y no me cabe duda que era un idealista, un hombre de convicciones y valores, que soñó con un país de hombres y mujeres libres. Y llegó a convertirse en presidente de la república. Pertenecía a una de las familias más pudientes del norte de México. Recibió una educación esmerada, primero con maestros particulares en su propia casa, luego fue alumno del colegio jesuita de San Juan Nepomuceno. A los 13 años fue enviado a las Culver Academies de Indiana, de ahí a Baltimore, para hacer estudios sobre agricultura, y se explica, su familia era dueña de numerosas y prósperas haciendas. La preparatoria la cursó en Francia, en el Lycée Hoche de Versalles, también estuvo en la École des hautes études commerciales de París, y cerró el ciclo de preparación académica en los Estados Unidos, en el departamento de agricultura de la Universidad de Berkeley. Sin duda alguna que la educación recibida en dos latitudes distintas a su tierra natal le dieron la oportunidad de conocer otras culturas, otros modus vivendi, y por ende, tener elementos objetivos para hacer comparativos, lo que lo llevó a plantear que su país demandaba una reestructuración de fondo, y lo más destacable es que no se conformó con reconocerlo, sino que lo llevó al terreno de las estrategias y las acciones. Y se dice fácil, pero fue toda una proeza, porque se enfrentó al statu quo de su tiempo.

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Este hombre tenía su vida resuelta. Y no obstante, cuando decide participar en el movimiento que le va a dar un vuelco de proporciones inimaginables a su patria, fue lo primero que puso en jaque. Él fue la punta de lanza de lo acontecido en el México de hace 115 años. Ejemplo de lo que para él significaba la justicia social, lo llevó al terreno de los hechos. Como empresario, sus trabajadores recibían buenos salarios, estableció escuelas de enseñanza básica, comedores públicos y un hospital con médicos de planta. Nuestro ilustre compatriota tenía tres años de edad cuando quien sería el segundo dictador de México llegó a la presidencia de la República. La única forma de gobierno que conoció hasta antes de que se convirtiera en titular del Poder Ejecutivo, fue la autocracia. Y le constaba que la clase social de la que él era integrante, se hacía de la vista gorda ante los desmanes del dictador en nombre de que se le debía la pacificación de un país harto de todas las reyertas del siglo XIX.

No actuó por ocurrencias, ni por desplantes. En 1904 decidió plasmar sus ideas sobre la libertad, el sufragio, los derechos humanos, en los textos que escribía para el periódico El Demócrata. Tenía que despertar a los mexicanos del letargo. En 1900 la población de nuestro país rondaba alrededor de 13 millones, un 20 por ciento vivía en zonas urbanas, en la capital del país solo el 3 por ciento, el resto en comunidades rurales. Ah... el 80 por ciento de los mexicanos de ese entonces, era analfabeto. La urbanización inicia en forma, en 1910. En 1908, don Francisco I. Madero escribió su libro: La sucesión presidencial. Era una crítica sustentada al régimen porfirista. Propone la creación del Partido Nacional Democrático para contender en los comicios de 1910. Es categórico cuando señala que la única vía posible para el nacimiento de una sociedad moderna es a través de la democracia política, lo que abre la puerta a organizaciones partidistas que impulsen elecciones libres para acceder a un cargo público, en los tres niveles de gobierno. Este es el espíritu de su propuesta sobre el sufragio universal, la construcción de ciudadanía, la concepción de ciudadano entendida como titular de derechos civiles, políticos, sociales y culturales, y por supuesto de obligaciones.

En abril de 1910, en lo que era el programa de gobierno que presenta ante la Convención de organizaciones partidistas, de la que surge el Partido Antireeleccionista, me permito destacar este párrafo, por favor léalo con detenimiento: El espíritu público está aletargado, el patriotismo y el valor cívico deprimidos, y no debemos olvidar que el ideal de los pueblos debe ser fomentar esas virtudes, únicas capaces de salvarlo en las grandes crisis. Los mexicanos tienen miedo de ejercitar sus derechos, por creer que las autoridades no lo permitirán. Este miedo que por tantos años ha paralizado las manifestaciones de valor cívico, paralizará igualmente la del patriotismo..., pues la corrupción en las esferas oficiales aumentará a medida que aumente el servilismo del pueblo.

Don Francisco no era ingenuo, había recorrido mucho mundo. Tenía claro que no bastaría para el triunfo de la democracia, que Díaz cayera, lo que planteaba era educar al pueblo para que aprendiera a rechazar a caudillos mesiánicos, obsesionados en imponer gobiernos centralizadores, en detrimento del federalismo. Recorrió el país para dar a conocer su pensamiento, sus ideas, su propuesta. Sufrió persecuciones, encarcelamientos, pero estaba preparado para ello, no cejó. Nadie le dijo que iba a ser miel sobre hojuelas. Fue un hombre muy valiente, generoso, creía en el mismo. Hay un antes y un después con Madero. Quince meses duró su gestión, pero su obra es imborrable. Las personas como él, nunca mueren.

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Estamos el día de hoy, 22 de febrero de 2025, a 112 años de que les fue arrancada la vida a él y al vicepresidente José María Pino Suárez, a espaldas de la entonces penitenciaria de Lecumberri, por órdenes de Victoriano Huerta. El mejor homenaje que le podemos rendir los mexicanos a don Francisco, es a través de nuestra participación en los asuntos públicos, verbi gratia, el más básico, acudir a votar informados y en conciencia. Entendiendo que se trata del ejercicio de un derecho, que costó, parafraseando a Churchill, sangre, sudor y lágrimas, y que tiene una trascendencia sine qua non en el destino de un país. La democracia se construye haciéndola entre todos.

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