Elogio a la condición humana

Opinión
/ 15 febrero 2025

Vamos a celebrarnos por todo lo alto. De verdad que debiera haber una fecha para festinar nuestra preciosa investidura de personas. A mí me encantan y yo creo que a usted, que tan generosamente me lee, también, las mentes ocupadas, los corazones que se alegran con el bien propio y con el de los otros, las almas prístinas -no sometidas a la esclavitud de emociones que las envenenan-, las miradas que conmueven por su intensidad, que te roban el aliento, las que se sostienen de frente porque no hay nada que ocultar. Me gusta la gente que le tiene tirria al aburrimiento, que no le permite a sus angustias adueñarse de su ánimo, que sabe llorar de tristeza pero también de alegría, que da de lo que tiene, no de lo que le sobra, que sabe abrazar con los lazos del amor y la amistad, que no tiene empacho en reconocer cuando mete la pata y pide disculpas, que no le cuesta pedir perdón, que se atreve a reírse de sí misma. Gente que no ha perdido su capacidad de asombro, son fabulosos, esa capacidad es la que nos permite en mucho alimentar sueños y luchar para convertirlos en realidad.

Disfruto a la gente echada pa’ delante, la que no se arredra, la que se crece como los gallos de pelea ante la adversidad, la que sabe escuchar, la que vive bajo la égida de nadie es más que nadie, pero tampoco menos. La que sabe tomar respiros pero nomás para seguir adelante. Me encanta la gente que disfruta echarle la mano a quien lo necesita, que aplaude los logros y se pone eufórica con las victorias ajenas. He tenido la fortuna de conocer personas con esta calidad humana, son las que recuerdo y guardo su ejemplo en mi corazón. Son las que han contribuido a que yo sea una mujer feliz y realizada. Las he tenido a lo largo de toda mi entrañable y amada existencia. Dios me regaló una mamá que me enseñó a ser feliz y a apreciar cuanto de bueno te pasa y a aprender de los yerros que cometes, maestros de quienes no solo recibí conocimientos sino formación humana, y también amigos y personas mágicas. Toda esa suma contribuye a degustar la vida, la vida como lo que es, una oportunidad grandiosa ser feliz y convertir al optimismo en una fuente inagotable de energía.

TE PUEDE INTERESAR: Los jóvenes Z

El arte en todas sus preciosas manifestaciones le permite al ser humano realizarse. Bravo por quienes han sido bendecidos con un don y bravo también por aquellos que han sido piedra de toque para descubrir ese talento y les tienden el puente de plata para que lo desarrollen y lo trasmitan y lo compartan, y entonces se cierra el círculo virtuoso. Cuando se habla de arte, el elogio debe versar sobre el creador, sobre el valor de su obra.

No nos permitamos que caiga en desuso esa maravilla que es la poesía, ese subrayado espiritual del ayer y del hoy que refleja el interior del hombre. Disfruto la poesía de aromas intensos de fruta macerada, pero también la que huele a presente, a primavera. Toda es obra del hombre. Amo la literatura, me encanta la música clásica pero ello no obsta para que goce de los ritmos de hoy. La edad que tengo me ha enseñado a disfrutar, para decirlo de manera bonita, todo lo que sea arte, todo lo que sale del alma humana y se traduce en armonía imprimiéndole, verbi gratia, lindura, magia, embeleso, a la danza, a la música, a las puestas en escena, a la pintura, a la escultura, a la palabra escrita.

Adoro la Historia, me ha permitido saber del acontecer humano a lo largo de los siglos, con todas sus luces y sus sombras. Así, de la mano de esta maestra inigualable, he caminado la ruta del hombre nómada, el nacimiento de las primeras comunidades cuando se asentó y descubrió que podía transformar el mundo del que era parte. He estado en Alejandría, con Hipatia frente a mí, me he deslumbrado con las siete maravillas del mundo antiguo. Estuve en la construcción de las pirámides de Egipto, fui discípula de Sócrates, me subyugó su método de enseñanza; de su gran alumno, Platón, me quedó grabado que es el conocimiento pleno de las cosas lo que nos libera de consejas, de ataduras sin sustento, y del gran Aristóteles, para mí el más brillante de la triada, que el hombre brilla en todo su esplendor cuando vive en el seno de una comunidad, porque ahí se gesta la identidad y se fortalece su naturaleza gregaria. Me sentí fascinada por la aportación del Cristianismo y la figura redentora que nos obsequian los cuatro evangelistas, particularmente el de san Lucas, es proverbial. Y estuve en el foro romano escuchando al más grande de los juristas de la antigüedad, mi héroe, Marco Tulio Cicerón. Y vi la caída del gran Imperio derivada de haberse apartado de los principios y valores morales, dándole paso a la mezquindad, a la avaricia y a cuanto envilece a un ser humano. Y me voy a adelantar porque el espacio se achica. Conocí a nuestros ancestros mesoamericanos, ya eran grandes cuando arribaron los españoles. Se fusionaron dos linajes, y aquí estamos los descendientes. Viajar al pasado es toda una experiencia, hágalo, no se prive de ello.

TE PUEDE INTERESAR: Museos en Coahuila: venga a disfrutarlos...

Y no puedo dejar de lado la gastronomía, hablando de placeres, no tiene parangón. También retrata los sabores de un pueblo. Alimentarse es básico para subsistir, dice el adagio popular que a todo nos acostumbramos los humanos, menos a no comer. Y cocinamos de distinta manera, aquí en casa, México, la cocina del sur es distinta de la norteña, y la del altiplano y la de la costa, de modo que todo lo que tenga que ver con comer, es parte intrínseca de nuestra cultura. Y vive Dos, como juran los españoles, que recordamos y guardamos las recetas de nuestras abuelas, de nuestras madres, y de las que estuvieron antes que ellas. Cocinar les permitió a muchas de nuestras antepasadas sentirse vivas, útiles, felices. Se me viene a la cabeza la novela de Laura Esquivel, “Como agua para chocolate”, llevada al cine y ahora es una serie que podemos disfrutar desde la comodidad de nuestra casa. Yo me saboreo al recordar las memelas hechas a mano por mi madre, su arroz con leche, sus chiles rellenos, igual que el bocadillo –dulce de coco en maridaje con el piloncillo– que hacía mi tía Marina. Y el ceviche de pescado que comíamos en Caleta –una playa del puerto de Acapulco-, manjar de cardenales, se los juro. Y después la comida norteña, tengo 45 años viviendo en esta amada patria chica, que es Coahuila, y me encanta la carne asada, las tortillas de harina, el cortadillo, las semitas, el chorizo de Muzquiz, la cajeta de membrillo... Y de allende los mares, la paella, el bouillabaise, el pato laqueado, etc., etc.

Y hasta aquí fue. Tenemos tantas cosas que nos unen, aprendamos a privilegiarlas. Abrazo grande y que todos los días honremos en los hechos el amor y la amistad.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM