‘Un mundo común’; estamos en la escalada de conflicto mundial inminente
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El título de la presente reflexión es una referencia a un excepcional libro de la autora española Marina Garcés, editado por Bellaterra en 2013. La referencia obligada es hacia los temas del tecnoglobalismo actual, el contrato social, pasando por el tema religioso, cultural y científico como línea de tiempo para entender que desde hace rato el mundo es uno, es una aldea global (cfr. Marshall McLuhan), que está interconectado y la interdependencia no está a consideración de nadie; en la primera parte. En la segunda, la invitación que hace para que desde la crítica renovemos los compromisos para que desde la educación, la cultura, la crítica y la emancipación hagamos posible, justamente eso, un mundo común.
Por supuesto, muchos anhelamos este estado de la humanidad, pero otros tantos no y, así de plano, ni disposición tienen. Hay un discurso ad hoc al “mundo común”, pero que sucumbe ante la codicia, la ambición, la riqueza y el poder. Es un doble discurso que matizado de buenas intenciones pareciera cierto, pero la evidencia siempre los denuncia. Intervencionismos, hegemonía, sometimiento, dominación, armamentismo, economía de guerra, ocupación y la violencia sistemática que operan, los condena, aunque nos digan lo contrario.
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El lavado de cara de la comunidad internacional pidiendo una postura concreta, aprovechando en mucho que quienes mantienen el discurso hegemónico son quienes poseen los medios y el poder económico en el mundo, develan las intenciones que desde siempre la historia nos cuenta; en el entendido que la historia la cuentan los triunfadores, abonando todavía más al mundo que desde niños hemos conocido: un mundo fragmentado y dividido, sumido en constantes conflictos, violencia y guerras.
El tú y el yo que hacen el nosotros, no es parte de la lógica discursiva de los líderes del mundo. Es la globalización de la economía, del poder, de los medios, pero no la de la solidaridad, la justicia y la paz la que importa.
En un momento en el que se antoja que la idea de la evolución, del progreso de un mundo civilizado y racional sea la que prive; la barbarie, el salvajismo y la irracionalidad están detrás de las intenciones de los grupos y de los países antagónicos. Seguimos siendo depredadores y, como decía el gran Thomas Hobbes, el hombre –la humanidad– sigue siendo “el lobo del hombre”.
Fuimos testigos por las imágenes de televisión de la masacre del Festival Nova, organizado cerca de la frontera entre Gaza e Israel, donde se celebraba la festividad judía de Sucot o fiesta de las tiendas, donde irrumpió un comando del grupo islámico Hamas, que asesina, secuestra y violenta a una buena cantidad de asistentes. Sin embargo, para quienes sufren de memoria corta –por la razón que usted quiera–, la misma televisión no nos recuerda el contexto por el que todas estas desgracias ocurren, que tienen como origen la reducción de maniobra, el acotamiento de libertades y el apartheid del pueblo palestino.
Detrás de todo esto no está la historia de Caín y Abel; la diatriba entre Sara, Abraham, Agar e Ismael, la llegada de los israelitas a Filistea (Palestina) con Josué al frente; la historia de David contra Goliat en el intermedio la lucha por un territorio que ya estaba ocupado. No es una lucha entre los hijos de Abraham como primaveralmente algunos lo comentan. Es la lucha y la hegemonía del sionismo y de los grupos radicales, teniendo como trasfondo el incumplimiento de acuerdos, la ambición, la codicia, la ideología, la religión y la incompatible idea del mundo común.
Y aunque se buscó la posibilidad del Estado de Israel en otras latitudes como Uganda, Argentina o Siberia; la idea de que Dios prometió una tierra que manaba leche y miel a sus padres, alimentó la idea durante cerca de 2000 años al imaginario del pueblo judío.
Por eso, la caída del Imperio Otomano marcó un parteaguas donde Inglaterra (en 1917), administrador del territorio posterior a la Primera Guerra Mundial, concede con la Declaración de Balfour el retorno del pueblo judío a la tierra Palestina que, como en tiempos antiguos, ya estaba ocupada. En 1946 Gran Bretaña parte el territorio en dos y en 1948 la ONU crea el Estado de Israel. En 1956 se da la guerra del Sinaí con la cooperación de Francia e Inglaterra. En 1967 se da la guerra de los 6 días, donde Israel se apoderó de más territorios y en 1994 se dieron los acuerdos de Oslo, mismos que no se respetaron.
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El resentimiento de Agar en contra de Sara (Capítulo 16, 4 del Génesis) ha sido el móvil como alegoría, que el pasado 8 de octubre llevó a Hamas, grupo creado exprofeso para combatir a Israel y defender al pueblo Palestino, aprovechó para desencadenar lo que ahora vivimos, la barbarie y la depredación de la humanidad en esa región en concreto. El problema, no sé si así lo sopese, es que nos encontramos al borde de una escalada que nos puede llevar a un conflicto mundial inminente.
Ucrania, Armenia y Azerbaiyán y lo que ahora vivimos con Gaza e Israel, requiere una respuesta urgente al fenómeno que ahora se ha recrudecido. ¿Cómo hacer para poder vivir juntos en un mundo tan complejo?
Un mundo común requiere, como afirma Garcés (2013), plantearnos y replantearnos la idea de que podemos vivir más allá de la noción del yo, de la importancia del pensar en el nosotros, y en el caso de las guerras en el mundo y de la polarización que se vive en nuestro país, del reconocimiento del otro, de su dignidad y de pensar ¿si la violencia y la guerra son la única forma de resolver los conflictos? Así las cosas.