Un sueño realizable
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“Supongamos”. Palabra muy peligrosa es ésta, pues inevitablemente nos lleva a pensar en otras realidades. Sin embargo, a veces es bueno echar nuestra mente a volar e imaginar cómo sería nuestro mundo si tal o cual cosa sucediese.
Supongamos, por ejemplo, que en México no existiera ya la corrupción. De seguro viviríamos en un País del primer mundo. El enriquecimiento ilícito de algunos funcionarios públicos sería algo impensable y no cosa de todos los días como lo es ahora. Las elecciones serían un ejemplo de rectitud y honestidad, y no sabríamos ya de presidentes de la República que quisieran destruir aquellas instituciones que actúan en defensa de la democracia.
Supongamos que todos los gobernantes cumplieran con las promesas hechas durante sus campañas. Si esto sucediera, no estaríamos hablando de problemas económicos y sociales, ni mucho menos de violaciones a los derechos humanos.
Supongamos que desde hace décadas nuestros gobernantes se hubieran preocupado por otorgar a los mexicanos una buena educación. De seguro ahora no estaríamos hablando de problemas tan grandes como la pobreza, el desempleo, la drogadicción, el pandillerismo o la corrupción. Mucho se ha hablado que nuestra realidad sería muy distinta si no tuviéramos un rezago educativo tan grande. Lo más triste es descubrir que actualmente el Gobierno Federal, lejos de poner un punto final al retraso educativo, sigue defendiendo la existencia de maestros poco preparados y, por si fuera poco, premian con una beca económica a quienes no estudian ni trabajan.
Me parece inaceptable por parte del Gobierno de la 4T que se siga fomentando más la ignorancia de los mexicanos, que el avance educativo. No por nada, una de las primeras acciones de López Obrador fue la de vetar la Reforma Educativa aprobada durante el sexenio de Peña Nieto, que si bien era perfectible, significaba un avance en cuanto a la preparación de los docentes.
Me llama la atención que en la Ciudad de México apareció una de las primeras universidades de América. Los jóvenes indígenas aprendían en ella a hablar y a escribir en español, latín y griego. Esto irritó a los conquistadores españoles y clausuraron las escuelas, pues sabían que si los indios se educaban, dejarían de trabajar como esclavos en las minas y en las haciendas. Hoy, a más de 400 años de aquella época, las cosas siguen exactamente igual, a diferencia de que los oprimidos y opresores somos nosotros mismos, los mexicanos. Ahora, en pleno siglo 21, tenemos a un Gobierno Federal empeñado en hacer circular entre los niños y adolescentes del país a unos libros de texto que a más de ser ilegales, buscan politizar e ideologizar a la educación. Afortunadamente nuestro gobernador Miguel Ángel Riquelme, junto con su secretario de Educación, Francisco Saracho, presentó una controversia constitucional al reparto de dichos libros en las escuelas de Coahuila.
Supongamos que se recuperara todo el dinero desviado por las prácticas corruptas de malos funcionarios y de la familia presidencial, así como todo el dinero que se ha tirado a la basura durante el gobierno de AMLO con el pago de multas por la cancelación injustificada de proyectos como el NAIM y con la compra de insumos a proveedores corruptos y ventajosos. Si se evita el despilfarro de tantos y tantos recursos, de seguro no tendríamos ahora severos recortes presupuestales que han afectado a sectores de suma importancia, como por ejemplo al campo. Cientos de campesinos han abandonado sus tierras para irse a las ciudades en busca de un trabajo para poder subsistir. Si se destinaran los recursos necesarios para este sector, probablemente nuestra historia sería otra y no hubiéramos tenido que enfrentar tantas crisis. Da coraje que en México tengamos que importar frutas y verduras de otros países, siendo que hay en nuestro campo millones de hectáreas en el más completo de los abandonos. Cada vez que cruzo a Estados Unidos viene a mi mente la misma pregunta: ¿Por qué al cruzar el río Bravo el desierto desaparece y se pueden ver enormes plantaciones?
Supongamos que los cargos públicos fueran ocupados por personas cuyos conocimientos y capacidad les permitieran dirigir correctamente los intereses de la Nación. Esto sería muy bueno, pues por un lado dormiríamos tranquilos al saber que nuestros representantes lejos están de ser personas mal intencionadas; por otro lado, tendríamos la seguridad de que el Gobierno realmente cumple con la función primordial de buscar con sus acciones el bien del mayor número de personas y no sólo de unos cuantos.
Aquí entre nos, sé que nada gano al imaginarme realidades mejores. Sin embargo, mis suposiciones no son de ninguna manera irrealizables. En nosotros está que aprovechemos nuestra calidad de ciudadanos para exigir al gobierno mayor honestidad, mayor justicia, y sobre todo, mayor interés por lograr el crecimiento de México.
Encuesta Vanguardia
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