Una carta de amor

Opinión
/ 23 febrero 2022

Arturo Gómez Treviño y Gloria Escalante Rodríguez eran novios, y se iban a casar. Él, abogado, residía en Ciudad Juárez. Ella, muchacha saltillera, vivía con su familia en la calle de Allende norte 706. El 28 de agosto de 1948 el enamorado galán le envió una carta a su futura esposa:

“Mi muy querida Pocholita: Recibí ayer tu cartita de 24 de los corrientes. Tomo el pliego y lo beso, figurándome que son tus manos. El solo recuerdo de su roce por mis mejillas, resbalando hasta mi nuca, me estremece.

“Qué feliz me sentí en Saltillo al observar cauteloso, ante la mirada vigilante de tu mamacita, el rostro de mi Pocholita en el vaivén continuado de la ‘calandria’ que nos conducía a los merenderos del Cerro del Pueblo. Tarde grisácea aquella, cortada por uno que otro rayo rojizo de un sol crepuscular del mes de agosto. Pláticas de leyenda de un cochero encorvado por los años, que siente que la vida se le va y no se da cuenta de que entristece el horizonte lleno de ilusiones de dos seres jóvenes que se aman...

“La semioscuridad del toldo del carruaje producía efectos extraños en tu rostro, y principalmente en tus ojos enormes y vivaces, dignos de un estudio de Rembrandt. Sentí enormes deseos en aquella ocasión de recargar tu cabecita sobre mi pecho, sustrayéndola del ondulante y acompasado movimiento del coche, y besar tus cabellos. Cruzábamos constantemente furtivas miradas, que sentía como punzante acero. Ahora entiendo el amor que cantan los poetas, y doy gracias a Dios por haberme permitido enamorarme de una mujercita santa y pura.

“Mi mamá te recuerda con cariño por lo bien que con ella te portaste en Saltillo. Te le mostraste tan franca y tan sencilla que noté en su conversación la simpatía que ya siente por ti. Hasta dice que la hiciste acordarse de cuando era joven y noviaba con mi padre. Eso me halaga, y me hace adorarte doblemente.

“Recibí la nota que me enviaste referente a la entrega de dinero que hiciste en la mueblería del señor Hinojosa. Como para estas fechas supongo que ya deben haber embarcado los muebles dile que te dé el ‘conocimiento de carga’, y mándamelo para poder recogerlos en el Ferrocarril. Los de la Mueblería Áncora, de Monterrey, probablemente la semana entrante los reciba. Para el día último me cambiaré a nuestra casita. Me acostaré en el catrecito que utilizaste en casa de Frank cuando estuviste en ésta, pero sé que en vez de dormir voy a andar hecho un sonámbulo.

“Espero que habrás dado los primeros pasos para la confección de tu vestido, y me imagino lo atareada que has de estar con todos los arreglos de la boda. Con la ayuda de Dios, Pocholita, todo tiene que salirnos bien. Mi vida, debo terminar esta carta. Estoy enviando a tu mamacita mis respetos y mis agradecimientos. Y tú, Pocholita de mi alma, cuídate mucho. Sufro con solo pensar que algo te pueda suceder. Te quiero profundamente, con todo mi ser. Arturo...”.

He sentido como una profanación la lectura de esta carta de amor. La puso en mis manos una amable dama, doña Carolina, hermana de la muchacha que inspiró los sentimientos -al mismo tiempo delicados y llenos de pasión- del autor de esta amorosa misiva, y me pidió que compartiera con mis lectores sus renglones. La novia, Gloria, descansa ya en la paz de Dios. Quda su recuerdo, y queda esta carta como flor en las páginas de un libro.

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