URGENTE FIN AL CELIBATO
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Una turista suiza de unos 30 años de edad se encontraba en el centro de Roma cuando, de pronto, un hombre la sujetó por la espalda y comenzó a tocarle las partes más íntimas. Un amigo de la joven no tardó en darse cuenta de lo que sucedía e inmediatamente se enfrentó a puñetazos con aquel depravado que ya tenía los pantalones a la altura de las rodillas.
Casos como éste se presentan todos los días alrededor del mundo, sin embargo, dicho acontecimiento fue muy singular, pues el hombre que no pudo frenar los impulsos de su naturaleza era un seminarista peruano de 37 años.
No hace mucho se supo también que centenares de monjas de 23 países, la mayoría en el continente africano, denunciaron haber sufrido abusos sexuales por parte de sacerdotes y misioneros. Los datos figuran en varios informes de la religiosa Maura O’Donoghue y en otro de Marie McDonald, publicados por la revista norteamericana “National Catholic Reporter”. En dichos informes se habla de embarazos de religiosas, que incluso fueron forzadas a abortar en hospitales de la zona, y que tuvieron que abandonar su congregación, mientras que los sacerdotes implicados apenas fueron sancionados con cambios de parroquia o retiros de dos semanas.
Muy presente tenemos como mexicanos el caso de Marcial Maciel, fundador en 1942 de los Legionarios de Cristo. Este “angelito” abusó sexualmente de 60 niños y adolescentes, los cuales oscilaban entre los 11 y 16 años. Y no sólo ello, sino que también se supo que tuvo al menos cuatro hijos con distintas mujeres.
Según reconocieron los mismos legionarios, en total fueron violados sexualmente 175 menores de edad por 33 sacerdotes de la orden. Llama la atención que a su vez, 14 de los 33 sacerdotes pederastas, en su momento sufrieron abuso por parte de Marcial Maciel, su santo padre.
Tan numerosos y frecuentes fueron los casos de pederastia presentes en la Iglesia católica, que el Papa Francisco decidió terminar con la práctica laxa de esconder o cambiar de parroquia a los sacerdotes que estén acusados de abuso sexual. En lugar de ello, se decidió romper con el silencio cómplice para que desde los órganos de gobierno eclesiástico se promuevan denuncias legales para que aquellos “pedófilos instrumentos de satanás” reciban no sólo el castigo divino y social, sino también el castigo penal.
En realidad a mí no me sorprende que un sacerdote no respete el voto de castidad. Hay que recordar que ellos son hombres y que, por lo tanto, es inevitable que tarde o temprano la naturaleza triunfe sobre las imposiciones. Lo que me inquieta es que el celibato pueda traer como consecuencia la desviación psicológica en algunos religiosos, al grado de incurrir en la violación de menores de edad.
¿Qué es peor? ¿Que un sacerdote rompa con su voto de castidad? ¿O que se convierta en un violador? Ante estos hechos vale la pena pensar en el estado actual de nuestra Iglesia. El mundo progresa y la Iglesia también debe progresar. ¿Por qué no aceptar que los sacerdotes tengan su esposa y sus hijos? A mí, como creyente católico, no me importaría eso. La Iglesia tendrá sus razones para demostrar que lo propuesto es un disparate descomunal, pero creo que no estoy tan errado, pues, para no ir más lejos, hay que recordar que algunos de los apóstoles de Jesús eran casados.
La regla del celibato obligatorio fue decretada por un Papa, ¿por qué no puede ser anulada entonces por otro Papa? Además, ¿quién puede asegurar que el celibato es un requisito indispensable para ser un buen sacerdote? Es común escuchar que hacen falta más sacerdotes, ¿acaso no aumentaría el número de religiosos si se permitiera la ordenación de hombres casados? Estoy seguro que si los ministros de la Iglesia estuvieran casados, podrían aportar su experiencia y sensibilidad a los temas contemporáneos que enfrentan los católicos en el cambiante mundo actual.
Los tiempos cambian y nosotros nos tenemos que adaptar a ellos. ¿Por qué la Iglesia se aferra a ideas que por atrasadas empiezan a acarrear graves consecuencias?
aquientrenosvanguardia
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