Vadeando lugares

Opinión
/ 25 agosto 2024

“Y la vida. Tú no la conoces. ¿Qué sabes tú de la vida, siempre encerrado, oculto? ... Adentro nadie incomoda.

La calle es otra cosa: te dan empellones, te sonríen, te roban. Son insaciables.”

Octavio Paz

La movilidad proviene del latín movilitas, que quiere decir móvil y el sufijo -tad que le otorga el sentido abstracto de cualidad. En términos generales, la movilidad es la capacidad que tenemos de movernos, tanto de manera individual, es decir, con nuestro cuerpo, como de un lugar a otro. La movilidad la podemos tener en un brazo o en un tobillo pero, esta característica, también la adquirimos cuando somos capaces de desplazarnos en el espacio y en el tiempo de un lugar a otro. La ciudad es uno de los espacios por donde nos desplazamos, tanto por nosotros mismos o por medio de algún vehículo, motorizado o no.

Dentro del estudio de la cultura, la movilidad adquiere un peso importante, ya que según los expertos, la historia cultural “estudia la experiencia de la movilidad a partir de los cambios en las tecnologías del transporte” no solamente a partir del hecho de que los medios de comunicación motorizados son objetos que determinan la percepción tanto de atravesar un lugar, una calle o una ciudad, sino también la manera en que tenemos la experiencia de estos espacios en su interior.

La movilidad urbana entonces, desde la invención de la máquina de vapor, cambió nuestra experiencia estética o visual de los lugares que recorremos: “El tren como proyectil significaba ser disparado a través del paisaje”. Es decir, la velocidad cambia y afecta los sentidos del usuario provocando una pérdida en el apego al lugar que se genera con actividades como caminar o correr, además de una desterritorialización, pero también creando otros apegos y denominaciones como: peatones y conductores.

Asimismo, el transporte moderno modificó nuestras conductas y la relación con otros en espacios como el transporte público, las personas tuvimos que aprender a esperar dentro de un área reducida y rodeados de extraños. Simmel apunta a este respecto que “antes de que en el siglo XIX surgiesen los ómnibus, ferrocarriles y tranvías, los hombres no se hallaban nunca en la situación de estar mirándose mutuamente, minutos y horas sin hablar”. Entonces la movilidad como una práctica social en donde está implicado el cuerpo y los sentidos, adquiere significados y representaciones que se relacionan intrínsecamente con la cultura, ya que esta última es, entre otras cosas, un conjunto de costumbres y tradiciones (prácticas cotidianas) que dan sentido y nos identifican.

La experiencia de la movilidad urbana en el transporte público específicamente, modifica nuestra percepción sobre la ciudad, tanto para sus usuarios como para los transeúntes y demás vehículos, estas experiencias modifican nuestra relación con el otro de manera positiva o negativa. Saltillo cuenta con cuatrocientas rutas según el Instituto Municipal de Transporte, estas dan servicio a alrededor de 130 mil usuarios, sin embargo, ¿son estas unidades espacios para mejorar la experiencia de la ciudad? Es obvio que no, es de todos sabido la cantidad de accidentes y de pérdidas humanas y materiales que se han presentado debido a las condiciones de las unidades y la falta de experiencia o pericia de sus conductores, sin mencionar que, quienes utilizan este servicio, incluso los que caminamos o corremos por gusto en nuestra ciudad, somos los más vulnerables. La necesidad de situar al peatón, al usuario, a las personas y seres vivos como centro de la conversación es urgente. La imagen que tenemos de la ciudad y que recae en su transporte público es una de las claves para mejorar la experiencia y la percepción de sus habitantes sobre ella. Así pues, el transporte adquiere no solamente una cualidad utilitaria, sino que debería considerarse y dársele la cualidad de un espacio digno e incluyente, que además, sume a la experiencia de viajar y vadear a través de una ciudad.

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