Variaciones sobre un tema de Euterpe
*De notas fallidas están impregnadas las teclas del piano. De cualquiera. El pianista lo sabe. Por eso carga un paño, para borrar los yerros de la última ejecución. Una vez olvidó la prenda en la habitación del hotel. En el teatro, antes de la primera llamada, intentó limpiar las teclas con servilletas del baño del vestidor. Lo único que logró fue desparramar el millar de notas mal tocadas en la superficie albinegra del piano Baldwin. Lo supo demasiado tarde, cuando empezó el recital. En lugar de las gráciles y bien temperadas notas del preludio de Bach, se escuchó un ronco y lastimero cluster que se arremolinó en las tensas cuerdas del piano para salir a la penumbra de la sala en una metálica sombra. El efecto tuvo una inesperada aceptación del público y los agentes. Nació así la modalidad de recital al que se le dio el nombre de “el piano maculado”, piezas adulteradas debido a teclados sucios; pero, al mismo tiempo, murió la legendaria escuela pianística de limpidez técnica.
*Malcolm de Chazal: “Los dedos son las aceras del tacto y la palma es la calle. La sensación camina por los dedos y rueda por la palma, como peatones y automovilistas”. Luego entonces, el músico es un ciego que deambula palpando la piel de maderas, cuerdas y marfiles.
*La imagen finalmente se posó sobre ella. Pero su peso fue tan denso que le impidieron el más mínimo movimiento de sus músculos. Su mente bullía con las notas de Le gibet y el ostinato fantasmagórico que crujía en el polvoso ardor vespertino. Justo en la última campanada se rompió el influjo: el silencio se pavoneó, vibrando en los tendones de sus dedos. No soltó el pedal, esa tensa cuerda que sostenía el cadáver del condenado. La intersección de los magros elementos que circundaban el cadalso, la campana y el cuerpo inerme, llegaron al último compás con el postrer suspiro del ahorcado.
*La poesía de verso libre de Mompou versus la prosa ceñida de Chávez: dos conceptos de pianismo liberado de ataduras ancestrales. Los miroirs en los Paisajes de Federico Mompou, transfiguran las ondas sonoras en una suerte de saetas que emancipan el pulso; en cambio, Carlos Chávez, en sus Preludios, lo glorifica, transformándolo en una suerte de goteo incesante.
*Leí a Góngora casi al mismo tiempo de iniciarme en el aprendizaje del contrapunto de Bach. Irrepetible y feliz coincidencia. Después de eso mis lecturas en ambos sentidos, letras y música, han desembocado en desencuentros que, ultimadamente, no tienen porqué coincidir. Mientras me enfrasco en las Piéces de clavecin de Rameau, puedo estar leyendo a Philip K. Dick; iniciar el estudio de la Sonata de Alberto Ginastera y combinarla con la lectura de los cuentos de Samanta Schweblin. El placer de los maridajes literario-musicales.
*Pistorius, organista conspicuo, subía al coro de la parroquia cada sábado por la tarde, para practicar e improvisar durante horas en el órgano instalado por organeros lusitanos. Hábil memorista, había memorizado un repertorio abundante de los barrocos peninsulares y las piezas abstrusas de los románticos franceses. Sus habilidades habían empezado a menguar por la aparición de las cataratas, heredadas de su madre. Renuente a visitar médicos y hospitales, rehusó tratarse médicamente. Se confió a los tratamientos alternativos abundantes en su región. Un día tuvo la meridiana certeza de que terminaría perdiendo la visión. Una especie de reloj apareció en su fuero interno que usó para reunir en su memoria la totalidad de su repertorio. El día que supo cuándo ocurriría entró al templo, cerró por dentro puertas y ventanas, subió al coro y abrió el amplio ventanal, se sentó en el vetusto órgano y empezó a tocar.
CODA
“El oído es el único sentido donde el ojo no ve”. Pascal Quignard