Chappie, Kingsman, No Confíes en Nadie: De robots, espías y misterios

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/ 28 septiembre 2015

A Neill Blomkamp se le han caído hasta las metáforas, Matthew Vaug hn no repara en las contrapartida s de forzar aquello que surgía de forma natural, y No Confíes en Nadie despliega un ingenioso mecanismo narrativo

Chappie: Robótica de mal gusto

A Neill Blomkamp se le han caído hasta las metáforas. Si en District 9 y Elysium los planteamientos eran mejores que los desarrollos, en Chappie, su tercer largo, no le aguanta ni la esencia, calcada a la de Robocop. Si hasta ahora sus películas presentaban alegorías interesantes que se diluían, en Chappie el director está perdido desde el inicio.

Se supone que reflexiona acerca de los problemas de seguridad en ciertas grandes ciudades para que luego, como en Robocop, todo se desboque.

Pero el retrato de personajes es delirante y el giro de guion que lleva al núcleo central de la historia, alargada hasta la extenuación, directamente idiota: ¿un fallo que hace que haya que educar al robot como a un bebé? Da para una gamberra comedia de serie B, además, confirma los problemas técnicos y de puesta en escena del sudafricano.

Crear una película sobre la inteligencia artificial para presentar a un robot con tatuajes y medallones pandilleros produce sonrojo. Aunque al menos lega una frase con gracia: ¿A la consejera delegada de una gran empresa que cotiza en Bolsa quieres venderle que has creado un robot que sabe hacer poesía?

Dirección: Neill Blomkamp. Intérpretes: Dev Patel, Hugh Jackman, Sharlto Copley, Sigourney Weaver. Género: ciencia-ficción. País: EE. UU. Duración: 120 minutos.

Kingsman: Al servicio de su obviedad

En el momento más forzadamente autorreflexivo de Kingsman, libre adaptación de la serie de historietas de Mark Millar y Dave Gibbons, Samuel L. Jackson (villano) se queja del exceso de gravedad que estropea la diversión en las nuevas películas de espías.

Matthew Vaughn expresa así el territorio ideal a reconquistar, pero no repara en las contrapartidas de forzar aquello que, en los tiempos locos del género, surgía de forma natural. Kingsman es, básicamente, un ejercicio de pirotecnia cínica, sin un verdadero compromiso con sus supuestas fuentes: un juguete de transgresión inocua, una lección práctica de subtarantinismo mal asimilado una película, en suma, que ni siquiera cree en sí misma y que pone de manifiesto que tanto Vaughn como Millar –que ya se encontraron en la también insuficiente Kick-Ass (2010)- se sienten tan cómodos con sus respectivos ingenios como para plantearse muscular su potencialidad para el genio (o para el trabajo con algo más que vocación de impacto efímero). La tosquedad con que está rodada la secuencia más impactante –la de la iglesia- y el hecho de que la supuesta provocación del clímax adopte forma (literal) de castillo de fuegos artificiales lo dice todo. Aquí no se recupera la fuerza dionisíaca del género: solo se simula, al servicio de la obviedad.







'No Confíes en Nadie' : Una identidad reseteada

Con un pie en esos thrillers psicoanalíticos que hicieron fortuna

en el Hollywood de los años cuarenta, No Confíes en Nadie despliega, a partir de la novela homónima de S. J. Watson, un ingenioso mecanismo narrativo.

Su protagonista, Christine (Nicole Kidman), se despierta cada mañana con la memoria reseteada: sus únicos asideros para reconstruir su identidad durante las próximas veinticuatro horas son un marido atento, comprensivo y afectuoso (Colin Firth) y el psiquiatra (Mark Strong) que la llama todas las mañanas, en ausencia del primero, para recordarle que, desde hace tiempo, ella misma está registrando en vídeo un diario personal como instrumento para acelerar ese cotidiano proceso de reconstrucción.

La premisa es impecable y, en su segundo largometraje como director, el guionista Rowan Joffeconsigue, durante la mayor parte de la película, explotarla con buena mano y sentido del estilo. La fluidez con que la percepción de Christine modula sospechas, miedos y culpabilidades se convierte en buena forma cinematográfica. Lamentablemente, la resolución de la trama deja unos agujeros de lógica por los que podría discurrir un tren.




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