Multiplicidad

Artes
/ 6 marzo 2021

Para Italo Calvino la muiltiplicidad aludía a ciertas formas del conocimiento plural; la obra como una enciclopedia o tesauro. Así, el producto artístico se coloca en la actualidad ante un fuerte desafío: tejer distintos códigos y saberes en una visión única, pero a la vez múltiple

Hay autores que han pardido de esta propuesta de las Seis para el próximo milenio para tratar de explicar la naturaleza poliédrica y simultánea de fenómenos como el internet, con todas sus derivas y manifestaciones. Sin embargo, visiones opuestas la argumentan como una cara del caos: la red de redes como una fábrica de detrito del mundo (leer a Zizek). Otras posiciones dirían que el humanismo es  un saber inútil, anacrónico. Sin embargo, aún el conocimiento científico precisa de un contexto histórico, crítico; epistemológico, para ser validado como cierto. Porque fuera de este contexto lindado por lo humano, la ciencia no sería más que un valor vacío. 

Hoy, que prácticamente toda la oferta cultural se asume como virtual, digital, a distancia ¿Cuáles son los criterios institucionales para ponderar su valor y pertinencia? ¿Cómo se establece qué tipo de espectáculos u obras son válidos en sus contenidos y  para qué públicos? ¿O si sus discursos y formas son dirigidos sólo para ciertos sectores? ¿Cómo asumen los artistas coahuilenses de cualquier disciplina esta multiplicidad en aras de un alcance mayor, de una verdadera democratización de la cultura? ¿No estamos cayendo en una suerte de dinámica endogámica; de ofertar arte y cultura hecha sólo para ser consumida por la misma comunidad artística?

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El signo débil

En uno de sus más recientes libros, el teórico alemán Boris Groys nos ofrece un resumen demoledor, a propósito de las nuevas concepciones del arte a finales del siglo XX y en las primeras dos décadas del presente. El también curador refuta aquella famosa frase atribuida a Joseph Beuys que sostenía que “Todo ser humano es un artista”, emparentándola temporalmente con ciertas corrientes del marxismo, una suerte de esperanza útopica. Según Groys, esta aspiración tornó en pesadilla, desembocando en una desprofesionalización del arte, aunada al mal plural de nuestro tiempo: la escasez. La escasez de tiempo derivada del rendimiento hipercapitalista hoy imposibilita a casi cualquier humano a la inversión de tiempo suficiente parra alcanzar cualquier tipo de profesionalización. Incapacitándolo también en la práctica artística para lograr lo que fueron los signos esenciales para el arte a través de casi toda su historia: autoridad, tradición, poder, revuelta, epifanía, deseo, heroísmo o shock. 

Así, el artista contemporáneo promedio aparece imposibilitado para comunicar signos poderosos. En este entorno no queda entonces más que dotar con categoría de arte a casi cualquier cosa. En nuestro entorno, en nuestro tiempo, es todo un acontecimiento la aparición del arte trascendental.  La vanguardia es ahora debilidad, borradura, ambiguedad.

Aunado a esto, la estética derivada de las redes sociales ha detonado una saturación de signos débiles, repetitivos. Hoy, hay miles (¿millones?) de productores de imágenes y textos dedicados para una comunidad de espectadores que tiene muy poco tiempo o atención para ver y para leer.  Y aún más allá, el contexto de pandemia ha potenciado el hecho -la validación- de que hasta la vida cotidiana se ofrezca como un seudo producto artístico (¿cuántas textos y series de imágenes anodinas con la palabra pandemia, cuarentena o encierro se habrán producido en los últimos meses?) Así, la pretensión del ser artista ha pasado de ser un destino exclusivo, profesional, (¿épico?) para volverse casi una práctica cotidiana, común, y por lo tanto, un “gesto débil”, condescendiente y autófago.

Pienso entonces en aquella novela del gigantesco Juan Marsé, hablando de las trapacerías en la España de su tiempo, pero también del de nosotros:

“¡Qué felices eran viviendo el mito de la cultura, qué júbilo sordo, íntimo, cómo se les llenaba la boca de poder, de compadrazgo, y reparto de botín!”

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El arte monologante

Calvino, en su texto de 1985 pareció leer el futuro, cuando sobre la multiplicidad, dijo:

“Hoy ha dejado de ser concebible una totalidad que no sea potencial, conjetural, múltiple.”

La red -medio hipertextual- se ha vuelto un canal primario ya no de nuestra comunicación, sino de la propia vida; aquella biblioteca infinita que también prefiguró Borges.
Sin embargo ¿Qué pasa con los contenidos y discursos del arte virtual de Coahuila? ¿Podrá apreciarse a cabalidad la obra de un pintor en una exposición virtual? ¿Un video de cinco minutos donde renders remedan una galería y hay un vistazo rápido a través de una serie de cuadros, replicados en miniatura? ¿Será capaz de comunicarle algo a un obrero, a una dependienta, a un analfabeta digital, todo ese “arte” que se acoge —y apuntala sus deficiencias técnicas- al ideario- (la ideología) LGBT? ¿Podrán leer y entender los chavos de la periferia de Saltillo alguna obra conceptual de las tantas que se muestran en las impolutas y sofisticadas galerías de Casa República? ¿Entenderán los textos curatoriales, los conceptos teóricos sobre los que descansa tanta y tanta obra de nuestros artistas recientes? ¿Qué alcanzará a cachar para su sensibilidad un alumno de un bachillerato técnico de las premiadas obras de teatro, sesudas adaptaciones a los clásicos, retratadas desde la mescolanza posmoderna?

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Pensemos en las vanguardias de hace un siglo, el suprematismo ruso, por ejemplo. Malévich aspiraba alcanzar con su arte el nivel “atemporal”. Hoy la atemporalidad no importa. Privan las agendas en boga, las emergencias… Hoy el arte virtual, por lo general, es un arte hecho en un contexto de escasez de tiempo, por artistas que no tienen tiempo para profesionalizarse, dirigido a una audiencia que tampoco tiene tiempo. Arte de nuestro tiempo: signo de nuestro tiempo.

Signo débil.


alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7

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