Niñas en venta o el doble rasero en México
Tienen miedo a dar sus nombres porque en sus poblados hay violencia real y simbólica contra quienes cuenten de estas atrocidades
Como se afirma: las normas legales tienen expectativas más bajas para regular el comportamiento humano que las que impone la ética. Así, en este país, hay hombres que exigen el respeto riguroso a la normatividad en programas institucionales, y son los mismos que aplican laxitud al mantener una relación con niñas menores de edad porque si bien se socializa como algo “normal”, encubre la vulnerabilidad de las niñas que entonces se encuentran en un entorno de cacería permanente desde que nacen, ante miradas pedófilas. ¿Qué seguridad va a tener una niña, si su tío, padre o amigos de sus padres están aguardando a que “crezca” apenas un poco, para “plantear una relación sentimental”, abusar de ella o “comprarla”?
No ahondo ahora en la dinámica urbana que se apoya en narraciones y novelas en las que la práctica de la pederastia tiene un largo hilo, me centro hoy en las comunidades indígenas de nuestro país; para muestra el caso de Oaxaca, en donde todavía hoy, una menor de edad es vendida en unos cinco mil pesos, precio mucho menor que el que se paga por toros o vacas, el cual ronda en los 80,000 pesos.
“Usos y costumbres les dicen”, así me dicen con tristeza, las mujeres del grupo de informantes de distintas regiones que me comparten estos datos en forma anónima. Tienen miedo a dar sus nombres porque en sus poblados hay violencia real y simbólica contra quienes cuenten de estas atrocidades, las cuales, está de más decirlo, son de conocimiento público.
En cada pueblo hay consejos conformados exclusivamente por hombres que deciden sobre la vida comunitaria. Y estos consejos han decidido desde hace más de quince años, conformar grupos con nombres específicos -como una marca-, a donde se deben de adscribir las mujeres divorciadas, ellas por este hecho deben pagar una cantidad anual, las mujeres que vivan en unión libre también. Estamos hablando de miles de pesos que deben ser pagados puntualmente. También deben contribuir haciendo trabajos comunitarios, como cuando es temporada de café y están obligadas a participar en el trabajo de cosecha de las hectáreas del pueblo, o en la cocina comunitaria durante las festividades patronales. Y vivan o no en el pueblo referido, se les exige el pago anual. Tengo las cantidades exactas, pero de nuevo, temerosas, me indican que no las exponga porque sabrán de qué pueblos son cada una. Se ha dado el caso de mujeres que renuncian a estar en este grupo y se van de sus pueblos porque están cansadas de pagar miles de pesos por vivir en unión libre, pero si quieren volver de visita o a ver a sus familiares, antes de entrar deben pagar esos miles de pesos. Así es el ojo revisor bestial en estos consejos conformados por hombres que son juez y parte.
Otro pago -y es muy fuerte-, se debe hacer cuando alguna familia busca dejar de profesar la religión católica y convertirse al cristianismo. El inmenso pago representa los ingresos de toda una familia durante un año. Estos recursos definidos por estos consejos de “usos y costumbres” ¡son entregados al municipio!
Al preguntarles si los hombres en iguales condiciones, es decir, divorciados o que viven en unión libre, son asignados a un grupo de estas mismas características con los pagos correspondientes, la respuesta fue sonoramente unánime: ¡No, los hombres no se hacen eso a ellos!
Consideremos entonces: si la ley proviene de un aparato e imperativo externos y la ética nace en el interior de cada individuo, tenemos hombres que usan dos raseros para medirse: uno para que se cumplan las leyes respecto a los temas de su interés, y otro rasero para que se ejecuten sus deseos de poseer y someter a una niña/mujer a través de su compra.
Aún con todas sus carencias, el artículo cuarto de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos dice que el “varón y la mujer son iguales ante la ley” y que se deberán “establecer mecanismos e instituciones suficientes e idóneos para garantizar la igualdad y promover la equidad de género, especialmente en el caso de mujeres trabajadoras y jefas de familia, además de proteger la organización y el desarrollo de la familia.” Pero, ¿una familia fundada en la compra de mujeres menores de edad? Esto es una aberración.
Vemos entonces en Oaxaca y en Chiapas, una complejísima tarea para la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, para las cámaras de diputados y senadores, así como para el poder judicial. Solo esperemos que primero, entre todos ellos, se pongan de acuerdo.
El vocablo niña que procede de ninnus, palabra que proviene de la época medieval y del romance antiguo. Tanto niño como niña aparecen en la lengua el año 1140.
La palabra niña significa etimológicamente lo mismo que pupila y también así se le llamaba a esta parte del ojo, de allí el dicho: “te cuido como la niña de mis ojos”.