De sonatas y sonetos

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/ 21 noviembre 2020

A lo largo de la historia, las creaciones artísticas se han ajustado a formas específicas. Las composiciones musicales y literarias, aunque no son artes espaciales, tienen forma. 

Parece que trabajar sobre esquemas ordenados no es tan sólo un acto de la voluntad del artista, sino algo inevitable. Aún los más grandes destructores de los sistemas estéticos han caído en nuevos esquemas, a menudo rígidos, como Arnold Schönberg y su serialismo dodecafónico, método que dinamita eficazmente las estructuras musicales regidas por la tonalidad. Y cuando se apela a la anarquía suelen conseguirse especímenes de laboratorio que para valorarse como obra de arte requieren ser discutidos en los ámbitos académicos e intelectuales, pues no pueden andar por sí mismos en los teatros o los museos. 

Sí, todo tiene una forma, hasta las creaciones dadaístas la tienen, por eso tengo que precisar que cuando hablo de formas me refiero a las estructuras de contornos regulares, que son precisamente aquellas que han conseguido un aliento perdurable. Éstas no necesariamente constriñen la libertad del artista, por el contrario, algunas sirven como patio de maniobras del ingenio y del genio. Tal es el caso del soneto literario y la sonata musical.

El soneto, de cuño italiano, con sus catorce versos endecasílabos y cuatro estrofas, ha estado poco más de setecientos años al servicio de los poetas. Desde Dante hasta Sor Juana y desde Shakespeare hasta Borges, el soneto ha sobrevivido a las épocas y a los estilos particulares, provocando y encausando la imaginación, y aún en nuestros tiempos regidos por el verso libre siguen fluyendo sonetos de alguna pluma. 

Los ancestros de la sonata también eran italianos. Su estructura se fue configurando poco a poco, recibiendo influencias de la suite y de las piezas instrumentales virtuosísticas del barroco. En las manos de Haydn y Mozart la sonata llegó a solidificarse y en las de Beethoven, a glorificarse. La sonata en su forma canónica posee tres movimientos en un esquema rápido-lento-rápido, pero el punto medular está en el primero, cuyo discurso fluye entre dos secciones (A, B) que se desarrollan, se conectan por giros cadenciales y se exponen en distintos ámbitos tonales. La fórmula “A-B-A...” no solamente se observa en las sonatas de Chopin o Berg; si analizamos las creaciones musicales más populares, así sean de Agustín Lara o Shakira, encontraremos semejanzas con la forma sonata.

¿Son las formas literarias y musicales una mera ocurrencia esquemática que millones de creadores estuvieron y están dispuestos a obedecer o existe un componente intuitivo en nuestra cognición que propicia patrones regulares en la expresión artística? La respuesta no es sencilla, pero la ciencia ya trabaja en ello. Hasta ahora, la aguja apunta a que la normatividad artística reposa sobre cimientos intuitivos, y a que la razón y la voluntad, motivadas por un instinto esquemático, se encargan de conseguir una particularidad estética; resultados que riñen con el más difundido enfoque actual del comportamiento humano, que prefiere afirmar que las normas observadas son meras imposiciones deliberadas...

Pero, ¿qué hago yo escribiendo tales imprecisiones y qué haces tú leyendo este fútil Ricercare? Mejor le vendría a tus ojos pasearse por letras mejor tejidas, como aquellas de Garcilaso: “Yo no nací sino para quereros...” ¿Qué sigue?

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