“El lugar sin límites”: Entre Venecia y Saltillo

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/ 14 julio 2020

No sólo cineastas pertenecientes al llamado “nuevo cine mexicano” de los años 90 como Alfonso Cuarón o de la primera década del siglo XXI como Carlos Reygadas han brillado estos días en Venecia.
 
Esto porque además de que en la edición número 75 del prestigiado festival de cine que tiene lugar en aquella ciudad italiana están en competencia los más recientes trabajos tanto de Cuarón (“Roma”) como de Reygadas (“Nuestro tiempo”) el no menos importante cineasta mexicano Arturo Ripstein, perteneciente en su caso a la generación del “nuevo cine mexicano de los 70” se encuentra también compitiendo en su caso en la sección de clásicos restaurados que desde el 2012 presenta con la también denominada Mostra una selección de las mejores restauraciones de películas clásicas en el último año en todo el mundo y donde nos representa con una de las mejores películas de su filmografía: “El lugar sin límites”, de 1977.
 
El lugar sin límites” es la única cinta mexicana que este año nos representa entre las 17 obras maestras de la cinematografía mundial que están en competencia, y aunque no la tiene nada fácil porque sin mencionar otros títulos como película de temática gay o “de diversidad sexual” compite con otros clásicos restaurados como “Una Eva y Dos Adanes” (Billy Wilder, 1959) o “Muerte en Venecia” (Luchino Visconti, 1971) este filme las confronta dignamente en lo que llega este fin de semana a exhibirse de forma simultánea en varias de las más importantes salas comerciales de cine de Saltillo como parte de la Fiesta del Cine Mexicano que en estos espacios se anunció también en días pasados con el módico costo de 20 pesos la entrada individual en taquilla.

La adaptación cinematográfica de la novela del escritor chileno José Donoso que hizo Ripstein en colaboración con el mismo Donoso, el escritor argentino Manuel Puig y el mexicano José Emilio Pacheco, nos cuenta una historia que se ubica en un poblado de México que domina un cacique de nombre Don Alejo (el primer actor saltillense Fernando Soler)   pero que para poseer en su totalidad requiere apropiarse del único burdel del lugar que posee “La Manuela” (Roberto Cobo), un travesti homosexual entrado en años que vive y trabaja ahí con su hija La Japonesita (Ana Martín) desde que murió la madre de esta última y su socia del mismo “La Japonesa” (Lucha Villa).

En medio del hostigamiento por esta razón por parte de Don Alejo a esta familia, y en lo que “La Manuela” quiere vender pero su hija no, el burdel es visitado por pancho (Gonzalo Vega), un aparente macho que por su parte acosa desde hace tiempo a “La Japonesita” … pero parece tener una atracción por “La Manuela” que hará desembocar esta historia en el infierno que anticipa su prólogo empezando por aquello de “pueblo chico, infierno grande”.
 
Este clásico dio a ganar a Arturo Ripstein el Premio del Jurado en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián en 1978, mientras que en los premios Ariel de su año se alzó con los de Mejor Película; Mejor Director; Mejor Actor para Roberto Cobo y Mejor Coactuación Masculina para Gonzalo Vega por haber conseguido fusionar en esta historia unas de las mejores representaciones del machismo, la misoginia, la homofobia y el homoerotismo en la historia del cine mundial.
 
Comentarios a: alfredogalindo@hotmail.com, Twitter: @AlfredoGalindo

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