Jane Birkin: Retoma sus clásicos

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/ 24 marzo 2017

La intérprete publica un disco con versiones clásicas de sus canciones más famosas y evoca su vida junto al compositor

PARIS.- El disco Birkin-Gainsbourg le symphonique no fue concebido como un acto de resistencia. Sin embargo, es lo que ha acabado siendo. Así lo cree Jane Birkin (Londres, 1946), a quien la vida le pasó y le sigue pasando facturas demasiado caras. Primero, hace tres años y medio, en forma del suicidio en París de su hija, la fotógrafa Kate Barry. Segundo, el año pasado y aún hoy, en forma de una leucemia que los médicos han logrado controlar. Quedan lejos otros peajes, como la separación de Serge Gainsbourg tras 12 años de convivencia como pareja icónica del París de los 70 y una hija en común, Charlotte, hoy actriz. Separación que, admite, la marcó de por vida.

Birkin-Gainsbourg le symphonique es un largo paseo –con orquestación y arreglos de música clásica- por 21 de las canciones-estrella que Gainsbourg escribió para Birkin y para otras intérpretes como Juliette Gréco, Isabelle Adjani, France Gall o la mismísima Brigitte Bardot. Lost song, Baby alone in Babylone, Fuir le bonheur, Requiem pour un con, La chanson de Prévert, Pull marine o La javanaise se desgranan una tras otra con la inevitable dosis de melancolía/gama lluvia tras los cristales (no está la insuperable Je t'aime moi non plus, que Gainsbourg escribió para BB pero que acabó cantando Birkin). El disco debe su sonido al compositor japonés Nobuyuki Nakajima.

“Los médicos han conseguido frenar la enfermedad, y cuando me dijeron que estaba curada pensé que después de salir de esa, tenía que reaccionar; ser útil en algo. Así que salí de mi rincón y volví a ver a la gente, lo cual está bien porque siempre he sido un animal social. Reviví, vaya”, explica la cantante y actriz.

Los 21 temas del disco han sido en cierta forma para ella como una inesperada y vivificante magdalena de Proust: se han agolpado los recuerdos, las emociones, los seres queridos, las seres idos. Llegó la terapia: Birkin hizo de nuevo las maletas, montó en el avión y retomó el camino de los escenarios.

“Durante los conciertos de esta gira ves que, a menudo, la gente al principio no sitúa las canciones en estas versiones clásicas, pero de repente ves que reconoce la melodía, y entonces hay parejas que se cogen de las manos, algunos lloran, porque recuerdan, quizá recuerdan cuándo escucharon esa canción por vez primera, qué estaban haciendo entonces, con quién estaban… eso emociona”.

Ni los 70 años ni los golpes recibidos le han quitado el regusto del directo y del gran circo de las giras. “No me cansan nunca. Ahora acabo de estar en Hong-Kong y en La Reunión, con horas y horas de avión, y estaba encantada… ¡y ahora espero pasar otra vez por España, por supuesto!”.

Ecos de Bernstein, ecos de jazz, ecos de Mendelssohn… Birkin-Gainsbourg le symphonique es, asegura su intérprete, “una comedia musical”. Sin embargo, uno diría que la escucha de sus melodías y la lectura de sus letras se acercan más a un drama musical. El tema de este disco no es otro que el amor y el desamor. “Es cierto, es cierto”, concede Jane Birkin, “y en realidad las canciones que yo prefiero de Serge son las que me hizo después de dejarle. Fue después de separarnos cuando me trató como a una gran persona, extraño, ¿no? Escribió para mí Baby alone in Babylone, que era un disco maravilloso sobre ruptura y tristeza, sobre el hecho de escapar de la felicidad, y no hay nada más triste que eso”.

La impronta genial y también insoportable del excesivo Gainsbourg monopoliza la conversación. “Desde mis veinte años hasta su muerte, me dio lo mejor de él, me dio todo pero yo le dejé. Se preocupó de mí hasta su muerte a pesar del daño que yo le había hecho al abandonarle, me compró un diamante tres días antes de morir, quiso ser el padrino de mi hija Lou, qué generosidad… Cuando muere alguien así, mueres un poco. Cuando nos encontramos yo tenía 20 años, él tenía 40. Me enseñó todo. Yo no sabía de nada, no sabía de música moderna o clásica, ni de pintura, ni de vida sexual, de nada. Él me adoptó como una especie de personaje paternal, y quedaba claro que él lo sabía todo y yo nada. Tenía un poco de complejo de idiota, la verdad. Pero no podía disfrutar ni de un segundo de libertad si él no estaba bien”.

El personaje Gainsbourg, el clown: “Él mantenía su personaje, que consistía en provocar a la gente, quemar billetes, emborracharse y parecer un machista insoportable… pero era la persona más divertida que conocí nunca, quitando a mi padre. También la más triste, y convencionalmente infeliz. Y cruel: un día me vio cantar en la sala Bataclan Avec le temps de Léo Ferré y se enfadó mucho conmigo, me dijo que no me pegaba nada”.

- La última pregunta es: ¿alguna vez siente la tentación de ocultarse bajo un abrigo y una bufanda y pasar por delante de aquella casa que compartieron en la rue de Verneuil?-

“Nunca. Era una cárcel. Una cárcel de oro. Me encantaba estar allí, pero cuando la abandoné, lo hice para siempre. Me hace recordar cosas, cuando mi hija Kate tenía dos y tres años, cosas tristes que pasaron después y… bueno, nada. Muchas gracias”. 

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