Mujeres minusválidas

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/ 20 noviembre 2016

Nuestro colaborador Javier Treviño escribe sobre la obra de teatro ‘Mujeres sin cuello’, montaje que actualmente se presenta en el Teatro García Carrillo

Por diversas razones, el drama actual se ha visto obligado a emprender drásticos cambios en su estructura. Para no hablar de otros pues resultaría demasiado prolijo, citaré sólo uno de ellos: la reducción severa en el número de los personajes que intervienen en una historia, por esquemática o mínima que ésta sea.

Sólo las compañías subvencionadas por alguna universidad o por ciertas instituciones de gobierno pueden darse el lujo de realizar grandes montajes; los grupos de teatro independientes suelen ser pobres y carecen de los medios para montar obras de elencos numerosos, a menos que se realicen adaptaciones. Si es éste el caso, habrá que ver la calidad de las mismas.

Hace décadas se habló de que el cine acabaría fatalmente con el Teatro, pero durante muchos años éste sobrevivió gracias a la idea de que el escenario –el espacio dramático- es insustituible, por muy sugestivo y seductor que el cine pueda ser. En este momento, la crisis del Teatro resulta evidente y palmaria; lo extraño es que los jóvenes interesados en escribir drama, en ser actores, en dirigir y en producir abundan.

Es hoy precisamente cuando, luego de atravesar corrientes, movimientos y tendencias de la más variada índole, el Teatro llega a un momento en el que se ve obligado a sintetizar, diversificar y reconcentrar su naturaleza, su razón de ser, su función social y su poética. También es un momento crítico: el pueblo, la gente, la comunidad, “el público” ya no responde como antes frente al poder de convocatoria de un arte que hace muchos siglos asombró a las multitudes.

Alguien ha dicho que “un pueblo sin Teatro es un pueblo sin historia”, pero lo mismo podría decirse de las artes visuales, la literatura, la música, la danza o la arquitectura. ¿Qué hace del Teatro un arte especial? ¿Su carácter hipotéticamente “sagrado”, según Artaud? ¿Su aspiración wagneriana de convertirse en el “arte total”? Sea como fuere, el buen Teatro en México ya casi no se encuentra en las compañías oficiales, sino en la marginada humildad de los grupos o compañías independientes.

Conscientes del crítico fenómeno teatral contemporáneo, los grupos auspician salas pequeñas, alquilan casas habitación y las habilitan como espacios teatrales o rentan bodegas que adaptan “dramáticamente” y de modo austero. Saben que el público que asista a sus representaciones lo hará para disfrutar –o sufrir- una obra de teatro, no para lucir ostentosos atuendos o posar de snob, de hipster o de cualquier otro ejemplar en boga. Hablo, por supuesto, de los teatristas verdaderos y apasionados de su trabajo, no a la pseudo aristocracia burocráticamente incestuosa y autocomplaciente.

A la clase apasionada pertenecen José Luis Zamora, Martha Matamoros, Sonya Barrera y Siddharta Galván y, por fortuna, algunos otros como Gustavo García, Mónica Almanza, Efrén Estrada, Armando Quiñones, Homero Craig, Gabriel Neaves, Saúl Martínez, Jorge Oyervides, Nadia Carreón, Luis Iván Sandoval, Alán Carreón y más. Todos saben que ni remotamente serán millonarios haciendo Teatro en Saltillo: lo hacen simple y llanamente porque para ellos se trata de un imperativo vital, como para otros lo es el correr autos a toda velocidad o practicar deportes aún más extremos.

Director escénico de “Hombres en escabeche” de Ana Istarú, “Novia de Rancho” de Cutberto López, “Divorciadas Jajá” de Humberto Robles y “El Cíclope” de Eurípides, José Luis Zamora -y un breve equipo- ha venido presentando la obra en un acto “Mujeres sin cuello”, del joven dramaturgo mexicano Carlos Iván Córdova, en varios espacios de la ciudad. La actual temporada del montaje se ofrece en el sótano del Centro Cultural García Carrillo.

Éste es un buen ejemplo de las formas que de un tiempo a esta parte la dramaturgia y el espectáculo teatral han tenido que adoptar: pocos actores, mucha sustancia dramática. Del monólogo a la pieza en la que intervienen no más de cuatro actores: ése es el Teatro que se hace actualmente en México y en buena parte de América Latina. Hemos regresado a los orígenes del drama griego, pero por razones diferentes.

En “Mujeres sin cuello” asistimos al siniestro encuentro de dos personajes femeninos: una enfermera (“Amelia”: Sonya Barrera) que cuida de una minusválida extrema (“Milagros”: Siddharta Galván). Otra vez sólo dos personajes, como en muchas otras obras dramáticas: “Juegos fatuos” de Carlos Olmos, “El arquitecto y el emperador de Asiria” de Fernando Arrabal, “Ñaque o De piojos y actores” de Sanchís Sinisterra y tantas más.

Pero cuando de drama se trata, un monólogo puede tender sobre el espacio ficcional del actor, con una destreza quirúrgica, los entresijos de aquello que llamamos “la realidad”, si el dramaturgo sabe observar su entorno y sus propios abismos, y si posee la sensibilidad y la imaginación para hacer que todo eso cobre vida en un espacio cualquiera, en un “espacio vacío”, diría Peter Brook, pero lleno con la sola presencia del actor.

Si la comprensión de los actores es asertiva y sólida su capacidad de técnica, el director tendría que sumarse al trabajo de sus histriones. Creo que eso es lo que sucede en este montaje de “Mujeres sin cuello”: Sonya Barrera regresa al teatro como lo que siempre ha sido, una extraordinaria actriz; la acompaña una chica más joven pero no menos talentosa: Siddharta Galván.

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Sonya Barrera, coherente y polifónica, trabaja su personaje como un orfebre; el resultado, sin embargo, es de una verosimilitud admirable y por momentos enternecedora, o espeluznante. Siddharta Galván, un tanto menos diestra, alcanza inquietantes niveles en su oscura labor de manipulación, pero hay cierta deficiencia en su expresión corporal, lo que es explicable dadas las condiciones del personaje que interpreta.

La dirección escénica de José Luis Zamora es limpia e inteligente; acaso pudo penetrar un poco más en los meandros psicológicos de estos personajes que parecen moverse entre la clandestinidad, la aparente complicidad y la manipulación. El momento final puede prolongarse algunos segundos más para rematar ese extraño clímax.

Hubiera sido necesario sugerir a ambas actrices, especialmente a Siddharta Galván, un periodo de entrenamiento corporal para alcanzar el nivel de plasticidad que la obra demanda. Con todo, el montaje está bastante logrado. Por eso es una lástima que el público sea tan escaso ante el trabajo que realizan nuestros artistas. Y no hay que olvidar que “Mujeres sin cuello” fue galardonada con el Premio de Dramaturgia Joven “Gerardo Mancebo” el año 2013. ¿Qué se necesita para sentar a cuarenta espectadores ante un espectáculo de una hora de duración?

Durante esos sesenta minutos el autor y este equipo de teatristas consiguen detener el tiempo y abrir para nosotros un resquicio a través del cual contemplamos –mórbidos voyeristas- la lucha de dos personajes aparentemente cotidianos, de dos personas como nosotros, aunque…

Las palabras de ambos personajes –Amelia y Milagros- van construyendo, desde el principio, una realidad otra, una similar quizás a la que muchos nos empeñamos en ocultar o en no ver: aquella que nos parece impresentable ante la sociedad. El Teatro tiene esa dolorosa virtud: arranca las máscaras de carne y nos obliga a mirar y a mirarnos. Preguntemos a Edipo.

"En mis obras trato de explorar las maneras como la gente construye un poder, construye la realidad del amor o las redes sociales, y creo que hay ciertas realidades que únicamente pueden construirse a través del lenguaje", dice el autor, Carlos Iván Córdova. Es así en “Mujeres sin cuello”, aunque esa realidad se nos ofrezca aún más pavorosa en este montaje, si escuchamos lo que se nos dice más allá de las palabras.

Pero ¿se trata de “realismo” o de un sórdido “simbolismo”? ¿Es Milagros un ser mutilado “en realidad” o no es sino la proyección de una mutilación psíquica o social? ¿Y Amelia? ¿Es una oficiosa enfermera o una asesina serial, contaminada por una suerte de “rencor de clase”? Habrá que ir al sótano del García Carrillo para averiguarlo.

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En mis obras trato de explorar las maneras como la gente construye un poder, construye la realidad del amor o las redes sociales, y creo que hay ciertas realidades que únicamente pueden construirse a través del lenguaje”.

Carlos Iván Córdova.

¡No te lo pierdas!

Mujeres sin cuello

Fecha: 18 y 25 de noviembre

Lugar: Teatro García Carrillo

Hora: 20:30 horas

Entrada: 80 pesos

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