Una reina, un duque y un charro
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26 noviembre 2017
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'Hubo muchos aniversarios en estas fechas. Una pareja cumplió 70 años de casados, mientras que un macho mexicano hubiera cumplido un siglo de edad'
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Setenta años. No de edad, ni de estar en el trono de Inglaterra. Elizabeth y Philip (o Isabel y Felipe, como los conocemos en español) cumplieron el pasado 20 de noviembre, siete décadas de unión matrimonial. Ni siquiera puedo imaginar lo que significa estar unido a una persona durante esa cantidad de tiempo. Lo único que me queda claro es que, desde que tengo memoria, ellos ya estaban allí: una de las parejas más famosas del planeta sobre todo porque ella es la actual monarca británica desde el 6 de febrero de 1952.
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No soy europeo y por mis venas no corre ni una gota de sangre inglesa pero esta pareja me inspira. Ellos me hacen pensar que quizá no deberíamos ser tan cínicos. En nuestros tiempos todo es desechable, tiene fecha de caducidad o es prescindible. Incluso las relaciones personales. Llevamos una vida individual y narcisista que mostramos al mundo con cientos de hermosas “selfies” las cuales nos ayudan a inmortalizar la versión favorita que tenemos de nosotros mismos. Tan acostumbrados estamos a nuestra individualidad que, a la primera pequeña dificultad, cambiamos de pareja tan fácil como de vestuario.
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Mientras tanto en Inglaterra un par de ancianos, que se acercan más rápido de lo que quisieran a los 100 años de edad, siguen sonriendo cuando se miran a los ojos. Sinceramente los voy a extrañar. Pero mientras estén allí, disfrutaré al contemplar cualquier nueva imagen que publiquen de ellos. Es genial estar vivo y tener la oportunidad de aprender las lecciones que los más viejos nos enseñan con el ejemplo. De verdad que hay mucha más sabiduría en los adultos mayores que en Google, porque ellos han aprendido de la vida misma y no son sólo una “bodega” de datos. Espero que haya aún más larga vida para Elizabeth y Philip
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En esta temporada estamos llenos de aniversarios. El pasado 18 de noviembre, se cumplieron cien años del nacimiento de Pedro Infante. Hace siete meses lo recordé al completarse seis décadas de su trágica muerte en un accidente de aviación. Y ahora, al cumplirse un siglo de su llegada al mundo, me parece buen momento para recordar algo de la reflexión que hice en abril. En primer lugar, me parece sumamente importante que celebremos a la persona, al actor, al mexicano. Pero ya no al personaje.
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Me explico: es sumamente importante ver a Pedro Infante con la visión inteligente que podemos obtener de la perspectiva histórica. Me queda claro que el señor era sumamente agradable e incluso buena persona. Conozco anécdotas encantadoras de primera mano que me platicó en vida la querida y extrañada María Eugenia Llamas “La Tucita”. Pedro la trataba con la gentileza y el cariño de un padre amoroso. ¡Bien por él! Pero aquí no estoy hablando de la persona sino del personaje. Tenemos que dejar de aplaudir al macho que grita, arrebata, domina, jamás muestra ternura y siempre tiene la última palabra. Es decir, el prototipo de macho mexicano que Infante interpretó en el cine.
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Y no sólo él. Sucede que también Jorge Negrete, Pedro Armendáriz, Emilio Fernández, Luis Aguilar y Arturo de Córdova nos mostraron a través de sus personajes en la pantalla grande, todas aquellas virtudes y valores que en aquel entonces se pretendía tuvieran los hombres mexicanos. “Yo soy macho, parrandero y jugador” decían muy orgullosos. Los problemas empezaban a aparecer cuando a un niño que sufriera por cualquier razón, su madre le espetaba “¡Los machos no lloran!” y la pobre criatura tenía que tragarse el dolor, las lágrimas y cualquier capacidad que tuviera de expresar sus emociones.
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Vivir como un hombre de sentimientos castrados trae muchas desgracias a corto, mediano y largo plazo. El cine mexicano de la Época de Oro sembró semillas de comportamientos no deseables en el inconsciente colectivo de los mexicanos. El machismo creció, fuerte y sano, para llegar a ser parte muy importante de la personalidad de los hombres en nuestro país. En algunos casos llegó incluso a convertirse en verdadera misoginia. Por eso, insisto, celebremos a Pedro Infante como un mexicano que trascendió. Pero dejemos atrás sus personajes.
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