Joel Plata sólo quiere divertirse | En busca del chico malo del barrio que se convirtió en poeta de culto
COMPARTIR
TEMAS
Publicó un par de libros y luego desapareció, pero las palabras de este predicador extraviado en el norte de México aún resuenan. Incluso a ciegas y con la apatía de por medio.
El Juanjo viajaba en un Tsuru amarillo por las calles de Torreón. Es un taxista bajito, de bigote canoso, y esa noche usaba suéter de lana con su debida camisa de cuadros; tiene casi 70 años y te consigue “de todo”, dijo: desde cualquier tipo de drogas y prostitutas, hasta poetas desaparecidos.
Nació en uno de los primeros cuadros de esta ciudad en donde se hizo buen compa de Joel Plata, una de las leyendas vivientes de la literatura norteña, quien publicó un par de libros y después desapareció.
Poeta taciturno nacido en la aterrada urbe de Torreón, siempre se sabe poco de su paradero. Ahora es un escritor de culto. Lo único que se encuentra de su obra en la red es el PDF de La división y otros muertos y una pequeña biografía que dice:
“Joel Plata (Torreón, 1952). Autor de Una continuación de la otra historia del señor cangrejo, (Praxis/Dosfilos, 1982) y La división y otros muertos (Premiá/UAZ, Zacatecas, 1993). Se desconoce su paradero actual”.
Antes de ir en su búsqueda, se rumoraban varias cosas entre la escena literaria de Saltillo sobre él y los pocos que lo conocían; el bisbiseo culterano narraba que Joel estaba escondido de la hipocresía del detestable “mundo artístico”, huyendo de alguna posible fama que podría provenir con su poesía. También se decía que era poseedor de una misantropía propia de algunos hombres visionarios y ariscos a la sombra de la luz de las letras. Otros alegaban que sólo le era difícil permanecer en un lugar, por ser un trotamundos. Hasta hubo quien rumoró alguna locura del poeta.
Aparte de escribir versos, en dos ocasiones ganó los guantes de oro en los torneos de barrio en la categoría peso mosca. “Estaba loco para los putazos. Nadie le podía ganar”, según el Juanjo. El Mickey, “El buen Mickey”, que menciona en “La balada de los cocodrilos borrachos”, uno de sus poemas, fue peso pluma y también fue campeón. Nunca se enfrentaron.
“eructos de girasol de viento helado
la tormenta sopla la sal del corazón como una banda
de música
era el invierno otra vuelta de rueda
(pero eso fue en otro tiempo)
el buen Mickey preguntando: ¿a dónde diablos vamos?
no puedo quitarle el corcho a la botella
¿Dónde dejaron las sodas?
Y la noche estaba a tiempo con gente de prisa
poniéndose seria porque todo es serio
en estos tiempos
lecumberri se había caído o la habían tumbado
a la banqueta
como un gato
la caída no le hizo ningún bien al jefe de la policía
muy difícil podrá verse una cárcel como ésa
en nuestros días […]”.
La poesía de Joel en La división y otros muertos, releído un par de veces antes de pisar la ciudad, coloca en el verso libre un “gramo” de la era que le tocó subsistir a uno de los primeros predicadores del “Pop” en la región norte. Juan Gabriel, Lyn May, Sara García, Rocío Durcal, escenas del cine de Hitchcock, sexo húmedo en paisajes ruines con dramas en la zona fronteriza del país, y un lenguaje coloquial envuelto en una sintaxis laberíntica, en ocasiones sin puntuación para dotar de ritmo, sube y baja entre el hermetismo y la “poesía social”.
Joel no aúlla, gime. No llora, está lo suficientemente caótico para coquetear con las complicaciones de un tiempo cayéndole encima en forma de lenguaje. La sátira y la crítica social le rondan. Nacido bajo el yugo de la Clase Media Baja, no se olvida de la búsqueda de la Justicia. Las drogas, el narco, el alcohol, el boxeo, la burla hacia lo “kitsch”, su militancia dionisiaca, su amor al rock y su Simpatía por el diablo, hacen que su voz se mantenga fresca como refrigerador de carnicería y persista después de un cuarto de siglo.
“Calle abajo un montón de gringos gritaba
No queremos a los mojados
no queremos a los mojados
no queremos a los mojados
ah sí
yo estoy mojado porque tuve un sueño húmedo”.
ANDO COMO UNA CEBOLLA Después de rondar por varias calles en una de las ciudades con una gran escena de hip hop, en especial de grafiti, el Juanjo le marcó a Joel. No contestó. Después de intentar unas cuantas veces más, nos estacionamos en una cantina dentro de las colonias del centro. Nos sentamos. Según el Juanjo acababan de remodelar el lugar. “N’mbre, ahora está de lujo. Antes estaba bien gacho. Puro pinche vicioso te topas aquí. Viciosos pero tranquilos. No hacían nada de desmadre”, charlaba mientras esperaba la Indio y el tequila.
Hay varios lugares a los que no se debe ir solo, en todas las ciudades. El Juanjo, con sus 70 años, se sabe de memoria todas las escamas de ese gran dinosaurio que es Torreón y su séptimo lugar en violencia a nivel mundial alcanzado en el 2012. Amable, alerta y ofreciendo cuidados como los que enseñan a dar a los frijolitos en la primaria, Juan fue un gran elemento para rodar seguros.
Éste me dio varios consejos de cómo “tirarme” a una mujer, bebió otra cerveza y volvió a llamar. Plata contestó. Antes de pasar la llamada, advirtió que el poeta estaba enfermo.
“¿Qué onda? Oye, ¿nos podemos topar el domingo? Ahorita me acabo de inyectar. Tengo varios días con gripe. Ando como una cebolla. Soy 94 por ciento ciego, ¿sabías? No puedo salir tan fácilmente”.
Quedamos de comer el sábado.
Joel estuvo completamente ciego durante tres años. El motivo: un galope como de caballo se escuchó sobre el techo de su casa. Después de unos minutos se encontraba semidesnudo con un golpe en la sien que le terminó por desprender la retina. Dijo que aquellos sujetos con capuchas recorrieron la azotea coordinados como muchachitos de ballet de quince años. Hasta después de tres años se realizó una cirugía. Lleva una válvula en el ojo derecho. Sigue escribiendo. Lo hace con lupa y máquina de escribir eléctrica.
De gorra, lentes oscuros, estatura media, chamarra negra, manos jodidas por el trabajo y el boxeo, y con una lucidez, elocuencia y amabilidad intactas, Joel llegó al lugar. Después de presentarnos me sugirió probar los tortillones. Mencionó algunos escritores de Saltillo que conoce y comenzó la charla.
A Joel no le va el uniforme de cortesano. Está por irse. Siempre lo está. De la ciudad. Conoce un montón de sitios del país. Sabe de mecánica. Programó computadoras para camiones. Vivió un tiempo en El Paso. Su exesposa se quedó con su hijo y con quince pinturas que le regaló Chucho Reyes Cordero, mítico pintor zacatecano que también desapareció de la escena artística por casi 30 años y apenas se sabe de él.
“Las mujeres nos dominan a nosotros”. Lo dijo entre risas después de hablar varios temas. “Mi hijo se fue con ella. Regularmente no hablo con nadie. Ni siquiera con mi chavo. Estuve roto por un tiempo, pero me fui alivianando. ¿Has estado en Zacatecas? […] Bueno, Chucho Reyes Cordero me regaló varias pinturas. Como quince. Están en casa de mi ex”.
Tiene un empleo como mecánico. El dueño es compadre que le pide hacer lo que pueda. Todo el tiempo escribe. Tuvo una computadora. La regaló. Las teclas son más grandes en la máquina. No tiene prisa. Nunca la ha tenido. Y jamás ha asistido a una presentación de un libro. Ni de él, ni de nadie.
“No salgo. Traigo un aparato que me permite ver poquito. Nunca he ido a una presentación de mis libros ni de nadie. No tengo esa pretensión de figurar. Hay varios premios [literarios] ganados con otros nombres. Yo hice el texto y ellos pusieron el nombre”.
Fue el chico malo del barrio, lo dijo. La Pequeña División de Torres, compas de Joel, peleaban contra los batos de las colonias vecinas. Señaló que incluso iban y lo buscaban para aventarse un tiro con él, exclusivamente. No terminó los estudios hasta que se casó. Después consiguió una beca para escribir Una continuación de la otra historia del señor cangrejo.
“Me gusta escribir, nada más. Tengo uno de poesía y casi una novela. Con la novela sigo enfrascado. Los poemas se los envié a José de Jesús Sampedro. Me dijo que faltaban unas modificaciones para publicarlos. Pero yo le dije que no lo quiero publicar. No me interesa.
“No me clavo en una línea. Le meto prosa y de pronto meto poesía”. Guardó silencio para masticar. “Yo como muy poco ya”. Continuó. “Luego te das cuenta los intereses de grupos (de escritores), eso me jode mucho. A Amparán, (Miembro de la Asociación Internacional de escritores Policiacos y anticipador de la literatura de feminicidios) yo lo apreciaba. Pienso que ellos también. Me invitaban. Es que a mí me gusta divertirme. El que es a toda madre es José Agustín. Agustín tiene fluidez. Le gusta la magia. A mí también”.
“Me caen bien Ignacio Betancourt, Villoro, Chimal. No tienen poses. En esto te topas a muchos personajes intratables. Yo no entiendo lo de los pinches egos. Mira, cuando estuve chavo, en el 82, conocí al Benedetti, pinches fresas sus poemas. Juan José Arreola, haz de cuenta María Victoria: todo una vedette. No llevo prisa con esto. A mí me vale verga todo. Lo que me importa es vivir.
“Apenas llevo dos años viendo. Duré tres años sin ver. La oscuridad de la ceguera te hace reflexionar culero”.
Dentro del local al que fuimos a comer sonaba la música lo suficiente para no ponerle atención. Los tortillones son unas tortillas de harina enormes envolviendo varios guisos a tu elección. Están chidos. Saben bien. Son un platillo tradicional del lugar, junto con los lonches. Por todas partes hay lonches y grafiti y algunas fachadas con influencia árabe, en el centro histórico. Joel comía dos burritos y tomaba una Coca Cola. Continuó.
“Yo envidio a los que son directos, porque yo no puedo hacerlo. Yo no puedo ser directo. Por alguna razón me voy por otro lado cuando escribo. Por ejemplo, una vez tenía dos días lloviendo. Estos güeyes fueron por mí y dijeron que fuéramos por una botella de vino para beber. Yo les dije que no. La lluvia repiqueteaba. Ya en el coche les dije que la lluvia era un disfraz de ella misma. Y estos güeyes me dijeron ‘ah chingao, ¿por qué?’. Les dije ‘mira, te hace que pierdas lo subjetivo de las cosas. Todo aprecio se te va. Es un disfraz de ella misma. La lluvia se va calle abajo. La lluvia busca su corazón. Por eso se repite.
“Todos los árboles, los animales estamos relacionados. Hubo un tiempo que me sentía como Carl Jung. Yo me sentía como un Carl Jung enfermo”.
Torreón fue una de las ciudades más sumergidas en la violencia por la guerra contra el narco. La región Laguna también alberga a San Pedro, que queda a una hora más o menos de la ciudad y que es uno de los lugares con más consumo de heroína en el estado. Lo dijo Sisbeles, director del DIF Coahuila. Joel alguna vez coqueteó con el Caballo. Pero se jacta de poseer autocontrol.
El nombre de la ciudad hace referencia al casco de la Hacienda El Carrizal, propiedad de Leonardo Zuloaga Olivares (empresario, agricultor y productor de vinos), que estaba completamente amurallada y tenía un torreón (torre de vigilancia) en una de sus esquinas para alertar de las constantes incursiones de indígenas (tobosos) que vivían en la otra orilla del río Nazas, dice Wikipedia.
Los titulares de varios diarios en los primeros seis días del 2018 cantan que “Los regidores se someten a la prueba antidoping”. “Matan a tres en vulcanizadora”. “Funcionarios solicitan iPhone X”. “Ciudadanía tiene el poder de decidir dónde compra tortillas”. “Cuentan la historia de Torreón en cómic”. “Matan a un hombre con tiro en la cabeza”. “Padre asesina a su hijo de seis años”. “Fallece en Hospital General joven que fue baleado”.
Y Plata, ante esto, en su poesía plasma el sentir de percibir la evolución del desmadre. Su poesía es como esa yerba (oxalidáceas) que crece entre los desgastes de las banquetas.
“YO ESTOY BIEN TE MANDARÉ UNA POSTAL
la ciudad despertó con el corazón roto
fuentes escupiendo vapor locomotoras antiguas
calles llenas de gente
dime
¿allá los autos mueren con las patas arriba
cómo elefantes?
las nubes son unas señoras gordas
(bien pasan por luchadoras de peso completo)
porque nos vimos
en el parque
si hubiéramos hablado
(me dijo en tercera persona
como si fuera una asistente de Sara García)
tenía una fotografía y un lugar al sol
la casualidad terminó por tirar la
luna como una bola
de billar
me invitó a beber me dio una cita
no hay nada en estos días
dígame ¿es usted duro?
claro
leo la página de juicios criminales
en el periódico
lo sé
Pasión
Pasión
Pasión
Viejo reloj”.
DIOS Y EL DIABLO Entre sus otros amigos dentro de la literatura mencionó a Alberto Huerta, David Ojeda y José de Jesús Sampedro, que en ocasiones frecuenta. Mencionó que Francisco José Amparán era muy burlista. Un día Plata le advirtió que los iban a agarrar a chingazos gracias a eso, a lo que Amparán le contestó, “pos para eso te traigo a ti, cabrón”.
Joel posee buen humor y humildad en su manera de hacer referencias. Constantemente saltaba en la memoria recordando el rol de años anteriores. Siempre se mostró agradecido por ser escuchado. Le hice saber que era totalmente al contrario. Era muy bueno escucharle y aprender. Dejó claro que nunca habla con nadie y que “las cosas pasan cuando tienen que pasar”.
“La buena amiga para las cosas es la reciprocidad. Creo que esta civilización ya fracasó. Por eso te hablaba hace rato de la entropía. Necesitamos un contrapeso muy fuerte. La pirámide sigue siendo pirámide. No me gustan las religiones. Yo soy ateo. Hace poco escribí, ‘el diablo se balancea en mí’. Cosas así escribo. Y también escribo sobre Dios.
“Cuando me casé me dijo el padre, ‘Si usted está con ella, es porque buscan ganarse el cielo juntos, el paraíso. Y yo le contesté, ‘Yo tengo un paraíso aquí con ella’. ¡No!, hubieras visto cómo se encabronó”.
Joel habló de los sueldos miserables, de la desigualdad social y de lo mal que va el país. Dio su opinión sobre la locura y sobre las enseñanzas de la ceguera.
“Siempre es así. Primero los sueldos y luego que los de arriba pisotean. Depresivo, sí estuve. Estaba ciego con ganas de suicidarme. De que me atropellara un coche. No sé por qué no lo hice. Algo hizo que cambiara de opinión. Amo la vida”.
Joel se veía cansado y satisfecho, al menos del apetito. Recomendó algunas lecturas, La pesca de las truchas en América, por ejemplo. Al caminar unos pasos saliendo del lugar, señaló que hace algunos meses acababan de matar a un hombre por ahí. Se le relacionaba en algunos negocios turbios. El norte está lleno de estos tipos.
Le pregunté qué pasa con la esperanza en la literatura. Qué hay en ella. Por qué mejor no tirar la toalla.
“Yo no busco pasar a la posteridad. Me apasiona escribir. Me entusiasma. Igual cuando empiezo a leer. Pienso, ‘qué chingón escribe este cabrón’. No sé. Aún tengo pasión y entusiasmo. A mí terminar con las mujeres me jode. Por eso siempre busco irme a la chingada de todos lados”.
“¿Sabes lo que se dice de ti allá afuera?”, le volví a preguntar. “¿Es algo malo?”. “No tanto”, le respondí. “No me importa”.
Joel va en la página 200 de una novela. El Memo pasó por él al lugar. El poeta guantes de oro se cubrió el pecho al salir del local y me recordó que él camina a tientas.
RUTA 52
Para Rosario Miranda
Fui al cine a ver una película de los ángeles,
de la ciudad de los ángeles: asaltos, disparos,
mujeres comprando felicidad en los supermercados:
una casa en los suburbios, dos niños
y el auto a la puerta.
salgo a la calle
y tomo el camión de la ruta 52,
me siento entre la gente:
hombres gordos hasta el quejido,
mujeres empeñadas a mostrar su belleza
en tonos azules y violetas
como si la música no hubiera sido ya tocada,
todos enredando los brazos como un accesorio
al pasamanos.
abro la ventanilla
y dejo que el humo el aire golpee mi rostro.
esta noche en la radio, seguro las noticias
dirán que la nueva computadora está lista:
bolsas y zapatos, manzanas y papel sanitario
para que no se tape el wc
la vida sigue su curso.
en un alto suben dos muchachas
se sientan frente a mí y sonríen nerviosas;
observo sus piernas cruzadas una sobre otra,
sus mejillas de rojo
y de blanco su sexo con crema lisa para tomarse;
hace calor
y me gustaría acostarme con cualquiera,
pero aunque también ellas lo desearan — supongo —
por un poco menos han hecho sufrir a más de dos;
sonríen indiferentes mientras su piel toma el color
de los asientos
me bajo en la siguiente esquina
y camino deseándolas.
la luna se derrite sobre el techo de una fábrica,
hay gente marcando un ritmo desacompasado,
alguien me pregunta la hora
y le contesto “no tengo tiempo”,
en las calles hay anuncios luminosos,
manos con flores tratando de significar algo.
pasa un policía vestido de azul,
una placa de acero inoxidable sobre su pecho,
un número;
me mira de reojo y sigue su camino.
entre los anuncios y el olor a gasolina,
desde mi corazón, veo a una muchacha:
viene de la noche,
pensando en alguien que no quiere estar solo.
hace calor.