Los últimos pasos del español que murió el Día D

Un aficionado a la historia recorre la playa de Normandía en la que cayó en combate Manuel Otero

Vida
/ 6 junio 2017
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No es difícil imaginar cómo fue la última hora de vida del soldado Manuel Otero Martínez. El único español conocido, hasta el momento, que murió el Día D, el 6 de junio de 1944, en las playas de Normandía, en el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial. Otero Martínez, un gallego de 28 años, saltó a las 7.40 de una lancha en la segunda oleada de ataques de los aliados contra las defensas nazis. 

El corazón que se sale por la boca, las náuseas de la travesía, el miedo a la muerte… Otero corrió apenas 100 metros de playa. Después, su pelotón superó un talud de guijarros y sobre este se encontró con una gran alambrada de espinos, en la que abrieron una vía para poder continuar. Bajo fuego alemán, se adentraron en una zona pantanosa sembrada de minas. Ahí acabo todo para Otero.

73 años después, Óscar Galansky, aficionado a este conflicto desde que le regalaron un casco de soldado a los 13 años, ha reconstruido los últimos pasos de Otero en su videoblog, Tropa Guripa, con imágenes grabadas en la playa en la que cayó Otero, y dos entrevistas: una al francés Pierre-Louis Gosselin, que regenta un pequeño museo dedicado a la 1ª División de Infantería del Ejército de Estados Unidos, a la que pertenecía Otero. La otra con Manuel Arenas, el presidente de la asociación histórico-cultural The Royal Green Jackets, de A Coruña, que recrea hechos históricos. Esta organización editó un libro sobre Otero tras una investigación iniciada cuando una sobrina del soldado fallecido contactó con ellos para pedirles información.

Galansky, en sus vídeos de YouTube, muestra “el lugar donde, más o menos” murió Otero. Muy cerca, en la localidad de Colleville, un monolito recoge los nombres de los caídos de la 1ª División de Infantería en Normandía, entre ellos, "Otero, Manuel (NMI)". Las siglas de “No middle initial” hacen referencia a que no tenía segundo nombre.

Nacido en la localidad coruñesa de Outes, en 1916, Manuel Otero había combatido en la Guerra Civil en el bando republicano. “Se sabe que tras volver al pueblo decidió emigrar a Estados Unidos, donde entró por Hawái”, dice por teléfono Galansky (Moaña, Pontevedra, 1987). Otero vivió en Nueva York, desde donde escribió a su madre para decirle que ya estaba ganando algún dinero. Soltero, se alistó el 19 de marzo de 1943 en el Ejército de EE UU, “quizás para conseguir la nacionalidad de ese país”. Entonces, lo mandaron a Inglaterra a la espera de la invasión de Europa.

Tras caer destrozado por una mina, Otero fue enterrado en Francia, pero después se repatrió su cadáver por carretera hasta Galicia. La prensa de la época contó la llegada de los restos mortales del joven “muerto al servicio del ejército norteamericano en el desembarco de Normandía”. En la comitiva, “el agregado de la embajada americana en Madrid, un teniente coronel y dos oficiales”. Condecoraciones aparte, la familia recibió “una pensión vitalicia de 900 pesetas mensuales”. Otero fue enterrado con la bandera de Estados Unidos. “La familia conservó el féretro militar, un arcón de madera forrado de cinc, en uno de cuyos laterales se ve la numeración que llevan los soldados estadounidenses en la chapa que les cuelga del cuello, en este caso, el 32868826”, añade Galansky.

Uno de los compañeros de Otero, Albert Papi, dejó escritas en un diario las últimas palabras sobre la vida del gallego muerto el día que cambió la historia del siglo XX: “Los primeros valientes en traspasar el alambre de espinos fueron John P. Forde, de Brooklyn; Manuel Otero, de Nueva York; y David A. Arnold, de New Hampshire. Forde y Otero morirían al poco en el campo de minas”.

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