La pregunta del escritor de pacotilla: ¿de qué escribir? ¿De qué cosa vale la pena exprimirse el cerebro para sacar palabras por los dedos y embarrarlas en la página en blanco, como si fueran flemas o excremento que sacamos de nuestro interior más por necesidad que por gusto? Uno puede ir por la calle y encontrarse un perro sarnoso y decidir contar su historia. Pero el asunto se complica para el periodista.
Él tiene que elegir temas vigentes, interesantes, que le importen y aporten al lector algo de información valiosa, aunque en este mundo acelerado del internet nadie quiera leer nada y todo se olvide a los pocos segundos a favor de la siguiente y fugaz sensación viral. ¿Le interesará leer algo sobre “Alfred Hitchcock, más allá del suspenso”, la exposición que se encuentra en la Cineteca Nacional, sobre todo ahora que ya lleva más de dos meses y está por concluir su estancia el próximo 13 de enero?
Yo pensé que sí. Sobre todo, pensé que a mí me interesaba verla, viniendo de la fantástica exposición que hubo de Stanley Kubrick ahí mismo, repleta de toda clase objetos, curiosidades y detalles de uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos. Era justo que Hitchcock recibiera un tratamiento similar, ¿no? Maestro indiscutible del suspenso, responsable de clásicos como “Rear Window” (1954), “Vertigo” (1958), “North by Northwest” (1959) y las populares “The Birds” (1963) y “Psycho” (1960). ¿Qué maravillas de semejante carrera se esconderían en medio de las Salas uno y dos?
La expo se inauguró el 13 de septiembre pero, por precaución a la descomunal cantidad de gente que habita la Ciudad de México, decidí esperar un tiempo razonable que se convirtió en mucho más del planeado. Fue entonces que llegó la idea de escribir. Claro, ¿por qué no? Una croniquita de lo que atestigüe en mi andar por ahí, seguro a la gente le interesará mucho leerlo. Así pues, para hacer todavía más cómoda la visita, elegí un sábado por la mañana. Hasta las 11:00 horas abren, aunque hubiera preferido llegar más temprano. Transbordé en Balderas, como he hecho tantas veces, y tomé la línea verde hacia Universidad para bajarme en Metro Coyoacán y caminar hacia una de las crónicas más aburridas de mi vida.
La Cineteca es un edificio muy bello, adornado con paredes y techo plateado, repleto de agujeros en forma de triángulo que dan una sensación fascinante. Lo rodean unas rejas que, en ese entonces, tenían retratos de directores mexicanos: Amat Escalante, Carlos Carrera, Guillermo del Toro… Son los mismos que meses atrás estuvieron en las rejas del Bosque de Chapultepec y son bastante buenos.
En el patio central, donde están las taquillas, solían estar unas enormes letras rojas que decían: “Kubrick”, donde la gente se tomaba fotos. Esto el año pasado, como anuncio y acompañamiento a la exposición antes mencionada. Para la de Hitchcock colgaron un letrero como de cine viejo con el título de la nueva muestra; en la parte superior, falsos pájaros negros en una cuerda. Se ven tristes, más como cadáveres colgantes que simulando el amenazante vuelo de la película a la que hacen referencia.
Los pájaros llegan hasta la entrada de la expo, pegados ahí a una supuesta caseta telefónica roja, también para tomarse fotos. Hay poca gente a esa hora, pero ya se comienza a poblar el lugar. Se compran los boletos y supuestamente hay un horario para la entrada, pero me dejan pasar sin problemas, ni espera. La verdad es que tengo que abrir las fotos que tomé para recordar qué fue lo primero que vi adentro. La primera es de una enorme cortina de tiras pesadas de plástico, como de una carnicería o baño, con la famosa silueta estampada de la cabeza calva y gorda del director. En ese cuarto hay fotos con tomas famosas de sus cintas, sobre todo “Psycho”, así como una línea del tiempo que comienza en 1899, año de su nacimiento, por la época en que se mostraban las primeras imágenes en movimiento en una pantalla.
Las paredes son negras. De ellas cuelgan fotos, storyboards y textos explicativos. Hay grandes espacios vacíos en las salas. Lo primero que llama la atención es una especie de fotonovela llamada “Have You Heard?”, de la revista Life, creada por el cineasta. Lo siguiente está dedicado a la historia de Norman Bates. En una parte cuelga un póster en español, que advierte que nadie debe entrar a la sala cuando la función inicie, ni revelar el final de giro inesperado una vez que salga. Hay otra cortina similar a la de la entrada, pero con una taza de baño, es de la misma película y es la primera que se mostró en la historia del cine en una pantalla, provocando escándalo en la sociedad de aquel entonces. Detrás de ella hay storyboards de la famosa masacre del baño, además de un cuarto contiguo tapizado como si tuviera azulejos blancos, donde se proyectan dos versiones de la escena: una con la música y otra sin ella. Sé que la escuchan en su cabeza en este momento.
Por el lugar también ronda un grupo de visitantes acompañados de una guía que explica cada una de las secciones. Por ejemplo, una donde habla de los hombres y mujeres de sus películas, con pantallas de distintos tamaños que proyectan sin parar partes de filmes como “The Lodger” (1927), “Marnie” (1964) y otras de las ya mencionadas. También llaman la atención dos réplicas de vestuario que utilizaron algunas de sus actrices, las únicas piezas que no son una foto, pantalla o imagen bidimensional de cualquier otro tipo en la exposición. Ahí se explica sobre sus colaboradores más importantes, escucho que dice la guía del grupo: Saul Bass, Robert Burks, John Michael Hayes, la diseñadora de vestuario Edith Head… “¿se acuerdan del personaje de ‘Los Increíbles’ (dice refiriéndose a la mujer bajita que diseña los trajes, ya saben cuál)? Dicen que está inspirado en ella, no sólo físicamente, sino en su carácter”.
Me paseo a mi gusto, en realidad no quiero seguir al grupo. En la parte donde explican cómo se hicieron los efectos especiales de “The Birds”, está la parte más fotografiable, hecha para las selfies y para que el que vaya presuma que estuvo ahí. Son trozos de plástico transparente con siluetas de pájaros, una detrás de la otra, dando la sensación de ser una sola imagen con muchos en distintos planos. El visitante se puede colocar entre ellos como si fuera atacado por cientos de picos y plumas. Muy bonito. Por ahí hay un cuarto con una larga pantalla blanca, pero no se proyecta nada. Si había algo ahí, nunca supe qué era, tal vez estaba descompuesto. La siguiente es una sala oscura, donde se explica el Efecto Schüfftan: una técnica cinematográfica donde por medio de un juego de espejos se reflejan escenarios en imágenes planas, haciendo parecer que los actores se encuentran en ellos.
Luego están sus famosos cameos, apariciones de Hitchcock en sus propias películas. El último de ellos se proyecta al final: “Family Plot” (1976), su último trabajo. Luego, para mi sorpresa, la exposición acaba. ¿Qué? ¿Es todo? Me quedo esperando algún giro inesperado, que de pronto se revele una compuerta secreta y nos lleve a más detalles, películas, objetos valiosos y extraños que pertenecieron al director. ¿Acaso me equivoqué? Retomé mis pasos incrédulo, pensando que quizá era un malentendido. Nada, no pude encontrar más. Si fue mi error me disculpo con el lector. No pude hacer una vista más interesante, pensé que valdría la pena escribir sobre esto, pero la verdad es que no. Eso sí que es un final sorpresa. Por algún agujerito, Hitchcock me veía, riéndose de mi desconcierto.